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Entrevista | Suso Clown El ourensano, Premio Nacional de Clown 2003, vuelve a España tras cuatro años de gira por Europa defendiendo un humor para adultos, golfo y provocador
11 ene 2004 . Actualizado a las 06:00 h.Charlie Rivel empezó a aullar un día que salió a la pista y el llanto desconsolado de un bebé le impidió comenzar su función de tarde. Se acercó al gritón e intentó calmarlo con las consabidas muecas, pero viendo que se asustaba más y que el público reía nervioso, el payaso se retiró hacia el centro de la pista e, imitando al niño, rompió a llorar lenta y solidariamente. El pequeño lo oyó y enmudeció. Rivel se le acercó de nuevo y entonces el bebé se sacó el chupete de la boca y se lo ofreció al clown. La anécdota (el chupete se conserva en un museo) sirve a muchos cómicos para explicar las raíces infantiles de su humor. Pero Suso, Premio Nacional de Clown 2003, no es de esos. -¿Cuáles son sus gestos favoritos? -Los de mala leche, de cabrón y de estar a punto de vomitar. -¿Y cuántos es capaz de hacer? -Infinitivos, creo que no repito ninguno. Poner caras es como mezclar colores. -Mucho espejo... -Sí, la pantomima exige un trabajo previo, no sale porque sí. Hay que conocer los músculos, ser capaz de aislarlos y ver el reflejo de tu cara acoplándose a todo eso. -Actor, payaso, clown, mimo..., ¿usted qué es? -En realidad, la traducción de clown es payaso, pero yo a los payasos no los soporto, me dan pavor. Ese humor fácil de andar a bofetadas y buscar la chabacanada es horrible. A Fellini le parecían grotescos, lo son. Hasta el maquillaje es espantoso. Cuando veo en el circo a un padre que me señala y le dice al niño: «Mira, Juanito, un payaso», le pongo tal cara que sale pitando. -Pero Charlie Rivel... -Charlie Rivel era un pedazo de monstruo. Trabajé con él, le escondíamos la peluca. En EE.?UU. ganó un concurso de imitadores de Chaplin al que se había presentado el propio Chaplin. Tenía una capacidad de comunicación enorme. Y de eso se trata. Suso Clown se formó en la Ciudad de los Muchachos, en la Fura dels Baus, en Comendiants, Els Joglars... Siguió su camino y, tras cuatro años de gira por Europa, esta temporada está en Madrid con el Circo Mundial. -¿Usted qué hace, exactamente? -El golfo, doy caña, molesto a la gente, la meto en apuros. Creo situaciones surreales y luego me hago querer. -Sin decir ni pío. -Sí, claro, una escena de western, por ejemplo: tengo una cabeza de caballo clavada a un palo y saco a alguien del público para que haga de vaquero y empiece a liar la cosa. Bueno, pues un japonés, de nervioso que estaba, se puso el caballo al revés, con la cabeza en su culo; tú imagínatelo con su 1,20 de estatura y un palo de dos metros saliéndole entre las piernas, corriendo por la pista y gritando ¡Yiiijaa! ¡Yiiijaa! Todo esto, en los Emiratos Árabes... -¿Y los niños? -Es que el circo nunca fue para niños. La gente se jugaba la vida, las fieras, los alambristas... Mi bisabuelo se ponía el frac cuando iba. No era para niños, en todo caso, para niños de 0 a 90. -¿El circo en España va a peor? -En España hay circos familiares vergonzosos, los payasos siguen con las parodias de hace cien años y así nos va. -Ahora el circo es la tele. -No, la tele le quitó público al teatro, a la ópera, al circo y a todas las artes escénicas, pero yo creo que hay un resurgir. El renacimiento titiritero en el que cree Suso Clown poco tiene que ver con Fofó y los hermanos Tonetti. Sería más al estilo George Carl, un mimo norteamericano descubierto por el príncipe Raniero en un cabaret, a los alemanes de Flik-Flak o los británicos de Spirit of the Horse. -¿A usted quién le gusta? -Los que arriesgan. Buster Keaton, Cara de Palo, inexpresivo, le bastaba con sus ojos y su cuerpo. Claro, era un acróbata alucinante.