La vieja guardia del PP ve al presidente gallego como uno de sus mayores rivales y amenazas dentro del partido
25 may 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Corren malos tiempos para los críticos en el PP. Y especialmente para los representantes del sector duro. Del aznarismo más recalcitrante. El retorno a la primera línea política del propio Aznar no hace sino confirmar esa teoría. La corriente de los seguidores del discurso más ortodoxo del ex presidente del Gobierno corría el peligro de desaparecer, aplastada por los nuevos tiempos del PP moderado y dialogante con el que Rajoy intentará su tercer y último asalto a la Moncloa.
En ese ambiente, es el propio Aznar quien sale a la palestra a reanimar al enfermo. A proclamar, de momento con escaso éxito, que el PP le debe sus últimos éxitos a Mayor Oreja, a Acebes y a María San Gil. Y no a Rajoy, Núñez Feijoo, Soraya Sáenz de Santamaría, Antonio Basagoiti o Jorge Moragas.
Y es que la victoria del PP en las elecciones gallegas no solo ha sido un mazazo interno para quienes querían enterrar a Rajoy y buscarle un rápido sustituto para las generales del 2012. Su triunfo ha dejado también sin argumentos a quienes aseguraban que no había otro camino que el del frentismo antinacionalista, el liberalismo económico a ultranza, la identificación con el tradicionalismo católico o la marginación de cualquier otra lengua que no fuera el castellano. Los mismos que consideraban que la moderación del discurso en fondo y forma solo conduciría a la desintegración del PP.
En ese círculo de los pata negra de Génova nunca se vio con buenos ojos a Feijoo. Lo consideraban un tecnócrata pragmático, capaz de poner los objetivos políticos y económicos por encima de la ideología y de las esencias populares.
Lejos de suavizarla, la llegada del líder del PPdeG a la Xunta y sus primeros movimientos en el Gobierno no han hecho sino exacerbar esa sospecha por parte de los populares más duros y sus arietes mediáticos. Ya antes de las elecciones gallegas, Feijoo era sometido a un tercer grado en Madrid por ese sector cada vez que comparecía ante la prensa, para comprobar su fidelidad a la causa. «En Galicia nunca me preguntan por esas cosas», le contestó entonces a uno de esos puristas, empeñado en que Feijoo era un detractor del castellano y un defensor de la definición de Galicia como nación.
La promesa del líder de los populares gallegos de que derogaría de inmediato el decreto sobre el uso del gallego y su reafirmación en esa idea una vez que los ciudadanos le habían dado la mayoría hicieron creer a ese sector que Feijoo estaba dispuesto a gobernar en Galicia con el estilo frentista que los populares defendieron en otro tiempo, sin éxito, en otras comunidades autónomas con lengua propia.
Esa creencia errónea es la que hace que los ataques a Feijoo desde la vieja guardia del PP sean más furibundos incluso ahora que, a su juicio, el líder del PPdeG ha traicionado sus promesas preelectorales y engañado a sus electores.
Desde ese grupo se considera una auténtica provocación que el decreto no se haya derogado ya, que Feijoo haya dado libertad a sus diputados para expresarse en el idioma que prefieran o que nombre director general de Política Lingüística a Anxo Lorenzo.
Aunque ya decimos que son malos tiempos para la vieja guardia, el problema para Rajoy es que si Feijoo ha dado oxígeno a su política de moderación y diálogo, un triunfo de Mayor Oreja en las europeas reanimaría a ese aznarismo convaleciente. Sería entonces cuando, de cara al 2012, Rajoy tendría que escoger claramente entre las dos vías.