El último viaje de un tren sin nombre

Xosé Vázquez Gago
Xosé V. Gago SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Así fue el trágico periplo del Alvia 730 y las horas posteriores a su accidente en Angrois

28 jul 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

El Alvia 730 en el que el miércoles perdieron la vida al menos 78 personas no tenía nombre ni matrícula. La única característica que lo diferenciaba del resto de los vehículos de la misma serie fabricados por Talgo-Bombardier era el número que lo distinguía en las comunicaciones internas de Renfe, el 151, correspondiente al trayecto Madrid-Ferrol. Su último viaje comenzó a las tres de la tarde del 24 de julio en la estación madrileña de Chamartín.

Carla Serrano es una vecina de Ribeira de 18 años que estudia Historia del Arte y vuelve a Galicia con su novio Carlos, atraviesan la estación en medio del bullicio y los anuncios de megafonía, pasan su equipaje por los controles de seguridad instalados tras el 11-M, muestran su billete numerado al personal de Renfe, entran y se acomodan en sus asientos. Viajan en el vagón 8, que pronto se llena. No es el único. De Madrid salen ocupadas 218 de las 262 plazas del tren, según las cifras de Renfe.

Los viajeros dejan su equipaje en las estanterías metálicas situadas al lado de la puerta y en los compartimentos sobre los asientos. El interior es blanco, los sillones están tapizados de verde. El aire acondicionado refresca el ambiente. Tanto que Carla se tiene que poner jersey. Se proyectan películas en las dos pantallas que lleva cada vagón en el medio del pasillo.

También se acomodan Carlos Daniel, de 7 años, siempre agarrado a un dinosaurio amarillo del parque Warner, y Teresita Jazmín, que apenas tiene dos meses. Los padres son Daniel Carlos Castro, de 34 años, y Yessica, de 32. Son emigrantes retornados de Venezuela, como la madre de ella, Ana María Castañé, que se marchó a ese país desde Cataluña. Los está esperando en Ferrol. Viajan en el último vagón de pasajeros.

El viaje es plácido. Olga Buitrago, una de las tripulantes, reparte a los pasajeros folletos con los productos de la cafetería, de la que se encarga, y auriculares para oír las películas. Su novio, David Bernardo, atiende al pasaje y anuncia las paradas. En una de ellas, Puebla de Sanabria, sube Cristóbal González, un capitán jubilado camino de Santiago. Viaja con Óscar, un guardia civil en excedencia. Les toca el primer vagón. Quieren ver los fuegos del 24 de julio.

El maquinista, Francisco José Garzón Amo -ahora detenido-, atraviesa el convoy de punta a punta un par de veces durante el viaje. Los pasajeros van y vienen de la cafetería o los baños. Algunos aprovechan para oír música o reclinar el asiento y dormir. Aquel Alvia, el 151, era una máquina muy cómoda, reconocen los pasajeros que lo prueban por primera vez. El único pero que le encuentran es que no tiene enchufes para cargar teléfonos móviles, portátiles y demás.

En Ourense suben muchos gallegos, como Susana Frade, de 18 años, que va a coger un avión a Santiago con su amiga Olalla Méndez Pereira para un viaje de fin de semana. El convoy viaja casi lleno, consecuencia de las vacaciones y las fiestas. A partir de la ciudad de As Burgas coge velocidad, Carla Serrano mira a las pantallas y siempre oscila entre 190 y 210 kilómetros por hora, pero el tren marcha sin ninguna incidencia.

El anuncio de Santiago

Pasadas las 20.40 horas, el tripulante David Bernardo coge el micrófono y explica a los pasajeros que la próxima parada será Santiago. Los anuncios son solo en inglés y castellano. Fuera está nublado, gris, hace bochorno, algo más de 18 grados con humedad del 96 %. El interior sigue en calma, Susana Frade atiende a la película. El aire acondicionado aleja el calor.

Pero unos segundos antes de las 20.41 horas, Cristóbal González nota algo raro. Se gira hacia su amigo, el guardia civil, y le dice: «Óscar, esto va muy rápido. Presiento perfectamente cómo se levanta de un raíl y va sobre el derecho, esto descarrila».

Óscar no le cree, pero él insiste: «Descarrila». Y así fue.

Una de las cámaras fijas sobre la vía capta la desgracia del Alvia 151 y sus pasajeros en la curva de A Grandeira. Las imágenes recogidas por su lente darían unas horas después la vuelta al mundo.

El tren entra en la curva, a toda velocidad. En el interior, Cristóbal no es el único que se alarma. Carla Serrano siente la velocidad excesiva. Olalla se pone «tensa por el ruido antes de que el tren se tambalease». También Adrián Mejuto, a sus 13 años, se asusta por la vertiginosa marcha del convoy.

El Alvia 730 continúa por la curva. Las imágenes de la cámara estática corroboran las sensaciones de Cristóbal González. Los dos vagones técnicos que transportan los motores diésel del tren comienzan a escorar, parecen elevarse en la grabación. Al llegar a la parte más cerrada de la curva, uno de ellos se sale de la vía. Arrastra consigo a los que vienen detrás y desplaza la parte posterior de la locomotora, que vuelca y casi se atraviesa sobre la vía. Saltan chispas. La cola del convoy se estampa contra el muro, los vagones se montan unos encima de otros, uno de ellos sale disparado y aterriza en el campo de la fiesta de Angrois, en las afueras de Santiago, donde hace unas semanas la celebraban los vecinos, todavía ignorantes de que iban a ser héroes contra su voluntad.

El «torpedo de polvo»

Pilar Montoiro trabajaba una finca cerca de la vía. Lo vio todo: «Eu vin que o tren viña correndo cara a min e xa larguei correndo porque pensei que se me botaba enriba. Viña botando chispas por todas partes». Otra vecina lo describió como un «torpedo de polvo».

Pese al susto, e ignorando el riesgo para su vida -el estruendo fue tal que algunos vecinos creyeron que se trataba de un atentado terrorista-, Pilar y los vecinos de Angrois se lanzan a las vías para intentar salvar a aquellos pasajeros desconocidos del amasijo de hierro humeante en el que se había convertido el antaño moderno y confortable Alvia 730.

Antes del choque, dentro del vagón 5, Susana Frade seguía atenta a la película El lado bueno de las cosas. Sintió que el tren «se iba a la derecha, luego volcó» y ella empezó «a volar por el vagón». Algunos pasajeros ya se habían levantado para bajar en Santiago. En ese instante, Carla Serrano se golpea la cabeza contra la ventanilla y queda inconsciente a causa del impacto «brutal, descomunal», que siente Cristóbal González en el primer vagón.

El convoy, sacudido por una fuerza gigante, se parte en trozos, da vueltas de campana, se retuerce e incendia. Muerto.

Quizá fue entonces cuando perdieron la vida los tripulantes David Bernardo y Olga Buitrago. Ella debía estar en la cafetería, en la que según testigos nadie logró escapar al desastre.

El vagón 2 comienza a arder. Allí Yessica logra salvar la vida a la pequeña Teresa Jazmín, protegiéndola con su cuerpo. Lo mismo hizo el novio de Carla con ella. Adrián Mejuto también sale despedido «con las sillas y la gente y todo lo demás». Las luces se apagan. El humo llena el tren. Adrián siente que le dan «bofetadas, golpes en todo el cuerpo». Queda sepultado por otros pasajeros inertes, que lo oprimen y le impiden moverse. «Salían de debajo de las sillas», narró después.

Olalla Méndez yace bajo un mar de cuerpos, maletas, la pantalla en la que daban la película, amanece con unas piernas sobre su cara. Pide ayuda, como Adrián, pero nadie contesta.

El vuelo de Susana Frade acaba mejor. No sufre heridas graves. «Tuve mucha suerte», dijo después. Ella logra salir por una ventana, fue de las primeras, como Yessica, Daniel Carlos Castro y sus hijos, que se abren paso por el vagón que ya arde y consiguen romper la unión entre vagones y acceder a una puerta al exterior.

Cadáveres en las vías

Fuera encuentran un paisaje desolador de hierros, polvo, humo, fuego y restos humanos esparcidos por las vías. La única luz son los vecinos de Angrois, que armados con picos, herramientas de labranza, sierras radiales y piedras intentan rescatar a los supervivientes. Los consuelan, les dan agua, los tapan con mantas. Martín Rozas, vicepresidente de la asociación vecinal, salva a quince personas con ayuda de algunos compañeros.

Pilar Montoiro, ya en las vías, escucha que la llaman, no reconoce a su prima, que ha sobrevivido, y le dice cubierta de sangre: «¡Pili, son Ana! ¿Que pasou, por Deus, estou morta?».

El novio de Carla la despierta y salen por la ventana. Ella ha visto un niño de 3 años que se salvó al quedar en un hueco entre asientos. Una vecina de Angrois la acoge en su casa y sale a buscar a su madre.

Cristóbal y Óscar salen del primer vagón. Está partido por la mitad y en la parte posterior no hubo supervivientes. También viajan en él Juan García, militar de la Armada destinado en Ferrol, con su hijo Enrique, su hija y el novio de ella, Carlos. Con su ayuda, Enrique saca a su hermana y a su padre, que sangra por la boca y al que toman por muerto. Luego regresan al amasijo de hierros a por más gente. Lo mismo hacen el capitán Cristóbal y Óscar, ayudados por el revisor, que iba en el mismo vagón y que con ayuda de un pico revienta las ventanas para sacar a los heridos. Los tres fueron después ingresados en el hospital.

El maquinista, con una brecha en la cabeza, llora: «Descarrilé. ¿Qué le voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?». Pero también él acude a auxiliar a los heridos.

Susana encuentra a su amiga Olalla y le da la mano por la ventanilla rota. La consuela mientras Olalla sigue atrapada. Adrián aguanta solo bajo la montaña de restos del vagón.

La onda expansiva del choque se extiende. Salta a las portadas de medio mundo. En la plaza del Obradoiro la multitud congregada para ver los fuegos llora. Las estaciones de tren de A Coruña y Ferrol se llenan de familiares. A esas alturas el dispositivo de emergencia ya se ha puesto en marcha: policías locales, nacionales, guardias civiles, protección civil, bomberos de todos los parques próximos acuden a Angrois. Luchan contra el tiempo y un único acceso muy estrecho. Levantan a pulso un coche para que puedan pasar las ambulancias. Los familiares que esperaban en la estación compostelana corren hacia allí. Médicos y enfermeras renuncian a las vacaciones y se presentan en sus puestos. Los teléfonos móviles de las víctimas suenan sin cesar. Galicia aguanta la respiración. Internet se llena de fotos de desaparecidos, peticiones de ayuda y mensajes trágicos, como el del arquitecto ferrolano Tomás López Lamas, que escribe en su muro de Facebook: «Mi hijo ha muerto».

Se hace la luz en el vagón de Adrián. Grita. Un policía lo encuentra bajo los restos y lo sacan en volandas. «Sobre todo veía el cielo», recuerda. Tenía cuatro fracturas, pero se salvó.

La Xunta pide auxilio: falta sangre para los heridos. 800 personas acuden a los hospitales en unas pocas horas, 300 más lo harán en las siguientes. La solidaridad acaba con la urgencia.

Susana aún coge la mano de su amiga Olalla, seguirá así las dos horas que tardarán en liberarla. Luego ayuda a salvar a dos niñas atrapadas en un vagón.

A Olalla la sacan cuando todavía queda luz natural. Aguanta gracias a su amiga, que le habla, no deja de hacerlo, mientras está aprisionada. En el hospital de Ourense la tendrán que lavar cinco veces para quitarle los infinitos cristales que se clavó.

Los servicios de emergencia montan un hospital de campaña. Como si fuese un campo de batalla: allí mismo se atiende a los heridos más graves. Amalia Oubiña, una enfermera de Vilagarcía destinada en el Hospital Provincial de Conxo, evalúa la urgencia de los heridos. «Es una pesadilla -lamenta-. Por muchos pasajeros no se puede hacer nada, antes de sacarlos del vagón se van».

El avance de los servicios de emergencia deja escenas terribles. El jefe de bomberos de Deza, Antonio Valiño, y los suyos presencian cómo una grúa logra levantar un vagón unos 20 centímetros. Esperaban rescatar dos cadáveres, pero debajo hay ocho: «Foi o peor que vimos».

La escena se ilumina con grandes focos para que la noche no interrumpa el rescate. La búsqueda continúa. Los vecinos de Angrois siguen allí y solo se apartarán cuando los echen por las visitas políticas. Comienzan a llegar cuerpos al Multiusos del Sar.

Llegan los forenses, la policía científica, los técnicos de Renfe, ADIF y Talgo. Ayudan a sacar cuerpos, pero esa noche, en medio de la solidaridad y la tristeza que inundan Galicia, inician la búsqueda de la respuesta a la pregunta que todos se hacen: ¿por qué?

Elaborado con aportaciones de Susana Basterrechea, Ana Gerpe, María Vidal, Joel Gómez, Pepe Seoane, Noelia Silvosa, Cristina Abelleira, Rosa Martínez, Beatriz Couce y Francisco Varela.