La sirena de la policía

GALICIA

19 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ante la quedada para pegarse de dos grupos de adolescentes el pasado viernes en A Coruña, tal vez lo primero que podemos decir es que esto ocurrió siempre. Las guerras entre barrios, o pandillas rivales, en las verbenas o en las discotecas, son un fenómeno que conocemos a través de las generaciones. ¿Hay algo nuevo en esto? Probablemente lo nuevo tiene que ver con diferentes factores. El más general es que nuestra época se caracteriza por un declive de todas las figuras de autoridad, comenzando por la autoridad de los padres.

Todos somos agresivos y maleducados al inicio de nuestras vidas. En un primer momento, solo renunciamos a esa agresividad por la presencia coercitiva del adulto, luego interiorizamos la prohibición y nos hacemos vigilar por nosotros mismos. Para eso es preciso que el niño encuentre al adulto en un lugar de autoridad legítima, que encuentre una autoridad coherente que se somete a la misma norma que enuncia. De lo contrario, el padre será cada vez más sustituido por la sirena de la policía.

Las exigencias de los niños actuales encuentran a menudo unos padres desorientados. Los niños, como bien valorado y cada vez más escaso, encuentran a unos padres que dicen que nadie enseña a ser padre y que se quejan de que sus hijos no vengan con un libro de instrucciones. Esta dificultad con la función de la autoridad deja desprotegido al niño y al adolescente frente a sus propias pulsiones, frente a sí mismo. Además, ahora cuenta con Internet, con las redes sociales, que funcionan como un elemento condensador y amplificador del insulto y de la ofensa.

En la pelea de la explanada de Palexco todos eran menores de edad. Como también lo eran los seguidores radicales del Deportivo y del Atlético de Madrid que se enfrentaron, con el resultado trágico que conocemos, a orillas del Manzanares. Eran menores que superaban los 30 años, ya que la diferencia entre un niño y un adulto no la dan los años. La diferencia radica en la responsabilidad respecto de los propios actos y de sus consecuencias. No está de más recordar este trágico suceso a la luz de lo ocurrido el pasado viernes. Seguro que todos lo evocamos al leer que uno de los chicos se tiró al mar al verse acorralado en su huida. En esta pelea, dos grupos se pegaban y los demás hacían coro. Unos gozaban de la violencia directa, otros de su contemplación. Aunque en diferente medida, todos son responsables de lo ocurrido. Sin espectadores no hay espectáculo.

Por otra parte, se ha destacado que había más chicas que chicos, lo que nos arroja un panorama inquietante de cómo puede entenderse la igualdad. Todos igualados en la estupidez típicamente masculina. La que convierte las ofensas imaginarias al narcisismo en motivo de enfrentamiento físico. La que hace que los hombres se apunten a la grupalidad irresponsable. Para los hombres hacer la mayor de las tonterías, si es en grupo, puede resultar irresistible. Mal presagio para la igualdad entre los sexos si la igualdad se realiza bajo la fórmula: «Todos iguales, todos hombres».