Menores, adictos y sin ganas de nada

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO VIGO / LA VOZ

GALICIA

«Instagram es mi vida», confiesa Ale (la chica rubia), posando con su hermana en la sede de la Asociación Érguete, en Vigo
«Instagram es mi vida», confiesa Ale (la chica rubia), posando con su hermana en la sede de la Asociación Érguete, en Vigo Oscar Vázquez

La asociación Érguete lleva cuatro años con un programa de ayuda a adolescentes que se enganchan a los porros, ante la incapacidad de sus familias para hacerles reaccionar

04 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ale malvive su adolescencia sin saber que va directa al abismo por el camino más corto. Ni estudia ni trabaja, principalmente duerme y fuma porros: a veces con su novio, otras con amigos y otras tantas sola. Hasta hace cinco meses los consumía en casa, que es la de su madre, Ana, ya desesperada por la falta de autoridad sobre ella. «Siempre consigo lo que quiero, puedo llegar a ser muy insistente y al final me salgo con la mía», dice de sí misma esta adolescente con respuesta para casi todo. «Ahora me llevo mejor con mamá, ya no fumo canutos en casa. Pactamos que baje al portal para que los hermanos pequeños no respiren el humo», añade en presencia de la madre y hermana mayor, Cris, una joven de pelo azul, universitaria, en la que Ale no quiere verse reflejada.

«No entiende que está tirando todo a la basura, que algunos errores no tienen remedio. Ahora, por lo menos, lleva un tiempo sin brotes violentos». Ale, al recordarse sus conductas agresivas, baja la cabeza y se justifica: «Hace ya mucho del último, desde el viaje a Madrid no se me gira la pelota». La joven hace referencia a un desplazamiento en coche a la capital de España en el que evidenció su perfil más duro. En su piso de Vigo -el que la madre, sin padre que la ayude, puede permitirse a duras penas- también se vivieron escenas desagradables. «Tiene que entender que todos vivimos bajo el mismo techo, que no está sola, y que no puede estar pidiendo dinero todo el día para sus vicios», le recuerda su hermana.

El hecho de que Ale apenas maneje dinero no impide que tenga acceso a hachís y tabaco. «Lo pillo fiado y ya lo pagaré, pidiendo unas monedas por la calle se junta el dinero en unos días, o compras un gramo de huevo (un tipo de hachís) para ir tirando». En su misma situación están otros adolescentes que también recurren de forma alarmantemente precoz a los derivados del cannabis para «evadirse». En la Asociación Érguete de Axuda ó Toxicómano, en Vigo, empezaron a trabajar en el 2015 con este perfil de adolescentes bajo el paraguas del Programa de Formación e Integración Social (PFIS). La misma Xunta (a través de Vicepresidencia, que lo financia) y otras entidades antidroga de Galicia contactaron con el colectivo social presidido por Carmen Avendaño para que lo pusiera en marcha.

El servicio tuvo tres usuarios en el 2015, 13 en el 2106, 17 en el 2017 y en lo que va del 2018 alcanza los 18. Lucía Pereda es educadora social de Érguete y coordinadora de PFIS. También la única persona que causó grietas en la actitud rocosa de desobediencia que mantenía Ale al llegar a Érguete. «Más allá del caso concreto de Ale, sí que notamos que el origen del conflicto, muchas veces, responde a la actitud de los padres, que no saben decir que no o incumplen sus responsabilidades por comodidad o falta de tiempo. Los casos de padres separados o divorciados y enfrentados entre sí tampoco ayuda muchas veces».  

Fantasmas cíclicos

Pereda pone el acento en un hecho que resulta reiterativo. «Vuelve a repetirse lo mismo que en los ochenta cuando surgió el movimiento de las madres de la droga. Entonces fueron casi siempre las madres las que lo dieron todo para salvar a sus hijos de la perdición. Hoy ocurre lo mismo, casi todos los usuarios del programa PFIS, que hacen terapia con sus padres para que sea realmente efectiva, vienen con sus madres, no con sus padres. Es increíble, pero siguen siendo ellas, y no padres, las que vienen con sus hijos». La experiencia de Érguete en general y de profesionales como Lucía Pereda en particular permite teorizar el trasfondo del problema: «Consumir drogas es otra forma más de consumo, del sistema en el que vivimos y al que los jóvenes no son ajenos. Poder consumir implica comprar y tener todo lo necesario para hacerlo, incluido el tabaco».

Los usuarios de PFIS son el escalón más bajo del problema que implica el consumo de cannabis en plena adolescencia y de qué forma condiciona el comportamiento en el ámbito familiar o docente. El Plan Nacional sobre Drogas, que publica un estudio cada bienio basado en encuestas a la población escolar, reitera que el cannabis triunfa cada más entre los jóvenes al percibirse como algo menos nocivo que el tabaco. La misma Ale lo reconoce: «Si lo dejo es por mi madre, no por mí». Una frase que, al menos, supone un avance si se compara con actitud el día que llegó a Érguete para dejarse ayudar, y que su madre, hermanas y Pereda esperan que sea el punto de partida para conocer algún día la mejor versión de Ale. 

El consumo de cannabis empieza a los 14 años y los españoles gastan al año 1.164 millones

El amplio y complejo problema de la droga alcanza de lleno lo social y lo penal. En el segundo, y según datos oficiales del Ministerio de Interior, en España se incautó en el 2017 uno de cada tres kilos de los que se intervienen en el mundo y tres de cada cuatro kilos de los que se aprehenden en Europa. La cifra oficial, solo de hachís incautado el curso pasado, llegó a 38.454 kilos. Tras la actuación policial se esconde el otro gran problema, el consumo galopante de esta sustancia asentada desde hace años en institutos y recintos de ocio. El último estudio publicado por el Plan Nacional sobre Droga pone sobre la mesa hasta qué punto las campañas de prevención de drogas no acaban de calar entre los jóvenes. Basta decir que la edad media a la que se empiezan a fumar estos cigarros cargados de chocolate se fija a los 14 años, una tramo de la vida en la que, denuncian los facultativos, el cerebro humano no está preparado para los efectos de ningún estupefaciente.

Otro dato alarmante permite dimensionar la vasta cantidad de dinero que mueve el consumo de hachís y marihuana y que acaba en el bolsillo de las mafias. Y es que los españoles gastan 1.164 millones de euros al año en esta sustancia. Los consumidores preocupantes (fuman a diario) suponen cerca del 2 % de la población española de entre 15 y 64 años, con una media mensual de gasto de 100 euros, mientras que otro 7,6 % de la población de la misma franja de edad es consumidor eventual, con un gasto mensual de 13 euros. De esta forma, los consumidores de marihuana y costo invierten cada mes en España 86,9 millones de euros en comprar esta sustancia, lo que suponen 1.163 millones anuales.

En la Asociación Érguete de Axuda ó Toxicómano, con décadas de experiencia atendiendo a miles de personas con diferentes problemas causados por los estupefacientes, ponen el acento en lo sencillo que resulta para los adolescentes comprar hierba y chocolate. Ya sea en el mismo centro escolar al que acuden o en sus espacios de ocio. Eso sí, Elena Rivas, coordinadora de la asociación, tiene claro que no todo es culpa de la curiosidad e ignorancia de los jóvenes, los padres también tienen margen de mejora: «Los adolescentes de ahora tienen un dinero que antes no se manejaba y la tentación está a la vuelta de la esquina. En los propios centros escolares, si quieres, hay compañeros que siguen proporcionado cannabis».