El mal trago de narcos gallegos en Portugal

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO MONÇÃO / LA VOZ

GALICIA

Las quejas son generalizadas en cada una de las nodegas lusas que pertenecieron a los narcos. En la imagen la Quinta da Sobreira
Las quejas son generalizadas en cada una de las nodegas lusas que pertenecieron a los narcos. En la imagen la Quinta da Sobreira Oscar Vázquez

Las bodegas lusas embargadas a arousanos condenados por narcotráfico están saqueadas, en desuso, olvidadas o ruinosas

28 ene 2021 . Actualizado a las 23:09 h.

Manuel Charlín Gama tuvo siempre vocación de viticultor. Incluso ahora, de vez en cuando, puede beberse algún blanco afrutado con su firma en escogidos restaurantes de su tierra natal, Vilanova de Arousa. A principios de los ochenta, en O Salnés, no había empresario floreciente que no invirtiese en vino. Y esta familia lo hizo por partida doble, comprando dos bodegas en Portugal. El mismo cabeza de familia aterrizó a la fuerza en el país vecino, a principios de los ochenta, huyendo de la Justicia española por participar en el secuestro de un contrabandista vallisoletano que le adeudaba 84.000 euros, y al que encerraron en un camión frigorífico del que logró salir milagrosamente.

El patriarca familiar se instaló en el cinturón industrial de Lisboa y se hizo con una fábrica de conservas llamada Excol, en la localidad de Gambia, en el estuario del río Sado. En la conservera elaboraba, entre otros productos, latas de uno y dos kilos de navajas que exportaba a Francia. Cuando la policía revisó una partida de esas latas, transportada en una furgoneta, encontró hachís dentro de ellas. Así empezó este arousano a darse a conocer en el país vecino. Ya en el norte, pegadas al río Miño, compró dos prometedoras bodegas para consumar su anhelo vitícola.

La misma zona que él y más colegas del oficio en Galicia utilizaron para refugiarse si venían mal dadas. Marcial Dorado es otro arousano condenado por narcotráfico con bodegas embargadas al otro lado de la raia. Ambos suman cuatro entre Melgaço y Caminha, en la desembocadura del Miño. Y todas fueron confiscadas por la Justicia portuguesa a instancias de la española. Hoy han caído en el olvido o la ruina, para convertirse en la huella más visible de los primeros clanes gallegos de la droga en el país vecino. 

La parte trasera de la finca da Sobreira presenta mejor aspecto
La parte trasera de la finca da Sobreira presenta mejor aspecto Oscar Vázquez

Total abandono

Las quintas da Sobreira, en Troviscoso, y da Agra, en Lapela, eran propiedad de los Charlín. La primera se ubica en una zona residencial con abundantes y acomodados chalés, concretamente en el 156 de la rúa da Sobreira. Está cerrada a cal y canto y la maleza devora la fachada. Detrás de la capilla dos perros vigilan ese tramo del solar, que sí está segado. La piedra de los muros y los tejados de todos los edificios presentan buen aspecto, pero dentro de la vivienda principal se percibe abandono absoluto. Las contras de madera están podridas y apenas quedan ventanas sin romper. En la cancilla de al lado un vecino pregunta si puede ayudar en algo. Expone que la bodega no volvió a tener actividad: «La embargaron por orden de la Justicia española y ahí está, abandonada».

El vecindario denuncia que la proliferación de incendios en la zona es muy elevada y que la maleza acumulada en todo el solar es una bomba de relojería. «Incumple la ley de limpieza hecha precisamente para evitar zonas de peligro en espacios habitados», añade el vecino, que se niega a facilitar su nombre: «Es mejor así, no quiero problemas con esas personas. El mayor de la familia, el viejo, el que estuvo en la cárcel por cosas raras, aún viene por aquí alguna vez».

Señala el mismo vecino que «la única persona que reside en la casa es la hija de los antiguos caseros, que no hace nada pero vive ahí. Lo que no sabemos en el vecindario es a quién pertenece ahora la propiedad. Del administrador judicial portugués al que asignaron la bodega no sabemos nada desde hace años».

La degradación que presenta la Quinta da Agra, a escasos 14 kilómetros de la anterior, entre Monção y Valença do Minho, es sin duda el mayor ejemplo de que cualquier tiempo pasado fue mejor para esta propiedad que en su día fue del clan arousano. Primero llegaron los saqueos, con tanques de acero inoxidable, maquinaria y todo lo necesario para producir el vino.

Fuera, los viñedos permanecen asilvestrados desde hace más de 20 años. Ahora no es más que una estructura levantadas sobre paredes y techada. Su acceso rodado ni siquiera está asfaltado, y la maleza lo estrecha cada día más. El administrador judicial, en este caso, tampoco aparece por la zona desde hace años, según exponen los vecinos, que denuncian el riesgo que implica la maleza del solar y la vivienda en época de incendios.

Melgaço es otra villa de la raia hispanolusa. Rodeada de viñedos, en lo alto de una ladera, hace de balcón al Miño. Su red viaria se pierde entre fincas con numerosas casas cercanas pero dispersas. En Paderne, una aldea de 28 casas, Marcial Dorado adquirió en el año 2001 la Quinta Dourado, por la que pagó 100 millones de pesetas. En estas quintas elaboran, entre otros caldos, un vino verde con la marca Dorado Superior. Los vecinos confirman la sensación de desuso que presenta el inmueble y su entorno. Hace tres años que no existe actividad, añaden varios residentes en la terraza del único bar que hay en Paderne

Los grandes viñedos de la Quinta Dourado, antes de Marcial Dorado, se abandonaron también hace años
Los grandes viñedos de la Quinta Dourado, antes de Marcial Dorado, se abandonaron también hace años

Anticiparse

Un aduanero portugués jubilado toma la palabra nada más preguntar: «Un hijo del señor viene de vez en cuando, entra, está ahí y se va. Pero antes de embargar la bodega fueron lo suficientemente rápidos para quitar todas las cosas de valor que había, sobre todo para la producción de vino». Otro jubilado sentado en la misma mesa añade: «También hizo inversiones para solicitar subvenciones, en Portugal te pagan según los metros cuadrados de suelo que dediques». A pocos metros, en la única calle de Paderne, está la Tasquinha da Portela.

El gerente omite cómo se ha llegado a esta situación, solo le importa que el vino dejó de hacerse: «Era uno de los mejores de la zona en cierto modo. Piense que una botella de vino de aquí cuesta cinco euros de media; esa llegaba al menos a ocho. Incluso el diseño era elegante, con una botella como las de champán».

Además del desuso evidente en el que cayó la bodega, el terreno está parado, las viñas abandonadas y difícilmente recuperables, según los vecinos. Igual que las personas que tenían trabajo y se quedaron en la calle. En la misma situación de inactividad se encuentra la Quinta do Feital, propiedad comprada por Dorado en 1990, por 598.000 euros. La titularidad no fue elevada a escritura pública hasta pasados diez años y se ubica en Caminha, en la desembocadura del Miño.

El acceso a la bodega es imposible: el cierre, alejado del edificio y de la zona de producción, deja entrever que el paso del tiempo y el pillaje tampoco son ajenos a la enésima secuela del narcotráfico gallego en el país vecino.