Adiós familiar al último pirata de las Cíes

J.R. VIGO / LA VOZ

GALICIA

El cementerio de las islas da cabida desde ayer a las cenizas de Germán Luaces, despedido con cariño por 200 allegados

09 dic 2018 . Actualizado a las 13:30 h.

El entierro de Germán Luaces, el último bohemio de las islas Cíes, fue una fiesta en toda regla. «No podía ser de otra manera. No queríamos llorar, al revés. Ya en el tanatorio en Vigo, antes de la incineración, fue otra celebración con el ataúd cubierto de banderas piratas. Éramos unas mil personas, incluso se alargó una hora el cierre de la sala por la afluencia de amigos que no paraban de llegar». Lo relataba ayer emocionada su querida Patricia Rodríguez, una de las 200 amistades de Germán que se movilizaron, sufragando gastos como el alquiler de un barco, para despedir en su propia casa y en el rehabilitado cementerio del archipiélago al considerado el mejor anfitrión de las islas.

«Alquilamos un barco y trajimos comida sin fallo. Es lo que hubiese querido él, que su adiós fuese una gran fiesta. Nosotros solo le estamos devolviendo toda la generosidad que él dio a tantas personas durante tantas décadas», relata Patricia antes de ceder la palabra a Loli, otra amiga del fallecido que apenas puede hablar por la impresión que le supuso reunir a tantas personas queridas en las Cíes, en un sábado de diciembre, para despedir a este amigo que siempre hizo de la calavera y las tibias de la bandera pirata su santo y seña. Un distintivo que, tanto para conocidos como para desconocidos, sirvió siempre de faro para llegar a aquella casa con sitio para dormir o un plato de comida para todo el que lo necesitase.

Ilustre nicho

La fama de Germán Luaces, tras su muerte el pasado 30 de noviembre a causa de un cáncer que sufrió durante una década, se convirtió en leyenda. Incluso su propio entierro, con una tumba cubierta por dos banderas piratas, tiene algo de especial. Y es que el camposanto de las Cíes, reformado por el Concello de Vigo hace dos años, albergó ayer un entierro por primera vez en este siglo y es también el primero que se realiza en este icono natural tras ser declarado, en el 2002, parque nacional.

La música tampoco faltó. Gaitas y conchas de vieira no dejaron de sonar durante toda la jornada. La primera parada del barco, tras zarpar de Vigo por la mañana, pasó por fondear frente a su casa, en la playa de Nosa Señora, para recordar con varias intervenciones su figura en un escenario tan común para todos los asistentes. Los amigos que hablaron recordaron principalmente la generosidad del eterno anfitrión de las islas, «siempre con espacio para que entrara uno más y al menos durmiera en un saco». Ya en la isla de O Faro, dejando atrás la icónica playa de Rodas, se llegó a la vivienda que tan bien conocen los 200 asistentes a la despedida desplazados, principalmente, desde Vigo y sus comarcas próximas, Ourense o A Coruña.

A pocos metros de la vivienda de Germán, de planta baja, con paredes de piedra y techo de uralita, se esparció parte de sus cenizas. «Recuerdo la primera vez que llegué, que venía recomendada por amigos comunes. No tardamos en congeniar y su forma de hacérmelo ver fue decir que la próxima vez ya no era necesario que invocara el nombre de nadie, que por ser yo ya tenía un hueco siempre para alojarme y disfrutar la casa», recordaba ayer Loli, acompañada de Patricia. Esta se despedía no solo de Germán, sino también de una etapa pasada, y menos concurrida en las islas: «Aquella época, hace más de 20 años, era otra cosa. Conocías a casi todo el mundo, no como ahora, que es gente y más gente llegando y marchándose todos los días de verano».