Tres supervivientes a la tragedia cuentan su historia

André Siso Zapata, Rebeca Cordobés, M.S.

Seis años. Para unos, un mundo. Para otros, un suspiro. El tiempo es relativo cuando un segundo basta para cambiar la vida de una persona. Lo saben bien quienes viajaban en aquel Alvia 04155. Pese a las heridas y las secuelas, son afortunados. Hubo 80 pasajeros que nunca podrán contar qué sintieron cuando el tren perdió el control.

 Óscar Luis Mateos: «Me quedé ayudando a evacuar a la gente»

Óscar es guardia civil. Viajaba hacia Santiago para disfrutar de las fiestas del Apóstol con un compañero del ejército. «Nos quedamos a las puertas», dice sacando dramatismo al asunto. Tuvo bastante suerte, sus lesiones fueron leves y le dieron el alta esa misma noche. Aunque lo cierto es que no fue al hospital hasta que el resto de heridos habían sido totalmente evacuados: «Nos pegamos el leñazo, pero nos pusimos a ayudar a la gente. No se nos ocurrió salir del vagón. Nos quedamos dentro organizando la evacuación hasta que llegaron las asistencias. Cuando llegó la policía, decidí quedarme a ayudar a las personas que estaban atrapadas. En ese sentido me alegro de haber estado allí».

Tuvo una actitud positiva desde el principio: «Estuve un tiempo en tratamiento psicológico, como todos, porque aquello fue una pesadilla. Pero mi actitud fue seguir hacia delante». Óscar tiene dos hijas pequeñas que se encargan de recordarle el «milagro» de haber salido casi ileso de aquel tren cada vez que se acercan estas fechas. Ellas son unas de las razones por las que decidió pasar página: «A los tres días me monté en un avión para ir a Tenerife a ver a mi hermana. Lo pasé un poco mal, fue una prueba». El accidente cambió su vida, pero en el buen sentido: «Fue un punto de inflexión. Disfrutas más de la vida porque piensas que es un regalo. Es la lectura que he sacado de aquello. La vida está llena de cosas buenas y de cosas malas y a todos nos toca un poquito de cada una. Aunque depende mucho de las circunstancias. Yo tuve suerte, pero conocí gente que había perdido familiares y eso es mucho más traumático».

El momento más emotivo que recuerda fue el reencuentro con su familia en Cáceres, de donde es natural: «Fue increíble. Fue muy emocionante ver las imágenes del tren, que salían constantemente en la televisión, y verme rodeado de los míos».

José Manuel Vázquez Paseiro: «Despertarse con la almohada mojada por el sudor o las lágrimas ya se ha convertido en algo habitual»

MARCOS MÍGUEZ

Para Herminia y José Manuel, el 24 de julio siempre había sido el día del cumpleaños de su nieto, una fecha especial en la que celebrar. Pero aquel día del año 2013, todo iba a cambiar. El viaje de vuelta de la familia desde Denia hasta Coruña pasaba por la estación de trenes de Madrid. «Siempre hacíamos ese viaje. Aquel día nos veníamos de vuelta a casa después de otras vacaciones en Denia. Todo era normal», cuenta José Manuel (A Coruña, 1945). «Cuando sucedió aquello, mi mujer se quedó inconsciente por el golpe y yo me rompí el hombro y la clavícula. Era terriblemente doloroso, pero no me importaba. Yo solo pensaba en encontrar a mi familia allí dentro». Admite que estas fechas son muy duras, porque todavía duele el recuerdo. «Ahora empiezas a ver las noticias, a recibir llamadas… Pasa todos los años. Es muy duro». Él y su mujer son de esas víctimas que todavía requieren tratamiento psicológico. «No he vuelto a ser el mismo. Herminia y yo todavía vamos a terapia cada tres meses. Los recuerdos no se van y despertarse con la almohada mojada por las lágrimas o por el sudor de las pesadillas es algo habitual». Como tantos otros afectados, no han podido volver a coger un tren. Ni verlo de lejos, siquiera.

«Con los años» - dice José Manuel - «he ido perdiendo recuerdos. Ahora solo me quedan los malos. Salimos del tren pisando gente… Fue horrible». Él, como todo el mundo, pensaba que catástrofes como estas nunca le van a tocar a uno mismo. «Nunca había pensado que esto fuese real. No te lo imaginas. Parece una película». Lo peor, dice, es el daño emocional que queda. «Seguimos dolidos. Y las instituciones tienen mucho que ver con que siga habiendo dolor. Los responsables priorizaron el negocio de los trenes en lugar de la seguridad de las personas. Ha sido una vergüenza. Ministros tapándose unos a otros para cubrirse. Estamos muy dolidos».

Francisca Matías Andrés: «Si no tuviera fuerza de voluntad, estaría en silla de ruedas, pero me niego a ese destino»

Más de 81 años de vida pasaron por delante de los ojos de Francisca Matías (Madrid, 1932) en aquel instante del 24 de julio de 2013. Porque, por muchas cosas que uno haya vivido, hay circunstancias para las que nunca podremos estar preparados. «Siempre me he sentido mucho más joven de lo que soy. Aunque después del accidente, claro, las cosas han cambiado un poco», admite Francisca. Más de diez operaciones después, lo extraño sería que no hubieran cambiado. Ella sobrevivió al choque del Alvia en la curva de A Grandeira, pero las secuelas la condicionaron para siempre. Innumerables operaciones en la pierna, heridas importantes en el brazo izquierdo - en el que tiene una prótesis -, un traumatismo craneoencefálico que le desprendió la retina y le hizo perder el olfato, y un recuerdo que la traumatizó hasta el punto de no poder dormir. Francisca venía de Madrid, su ciudad natal, hasta A Coruña, para pasar el verano con su esposo en la casa que su hija tiene en Sada, que se vino a trabajar aquí de enfermera. «No tengo recuerdos de aquel día, todo lo que sé es por lo que me han contado. Fui a la cafetería del tren, pero al volver ni siquiera llegué a mi asiento. Lo siguiente que recuerdo es despertarme en la UVI sin poder moverme, tras estar ocho días inconsciente. Lo peor fue verme en una cama, inmóvil y viendo doble por culpa de la retina. No podía dormir de las pesadillas que tenía». Ella, que ha vivido ya tantas cosas, reconoce que lo más importante es tener esperanza y fuerza de voluntad. «Yo estoy inválida. Si no tuviera fuerza de voluntad, estaría en silla de ruedas, pero me niego a ese destino. Me merezco algo mejor que eso». Las heridas del accidente le trastocaron la vida, pero no renuncia al buen humor. «Tengo la pierna y el brazo muy mal, y el golpe en la cabeza me hizo perder el olfato y casi la vista. Ah, y me dejó una cicatriz que no me queda nada bien», admite entre risas. «No he ido al psicólogo porque he podido resistir por mí misma, pero sé que mucha gente no lo soporta. Y yo he tenido suerte, porque tengo medios económicos para pagarme médicos privados y recuperarme. ¿Pero qué pasa con quién no se lo puede permitir? Las instituciones no nos han ayudado nada. Estamos desamparados. Aquí se han hecho las cosas muy mal y se le ha faltado el respeto a las víctimas». Francisca todavía tiene presente aquel fatídico día. Confiesa que, hasta hace un par de años, todavía iba a la misa en recuerdo de las víctimas cada 24 de julio y se acercaba hasta la curva de Angrois para rendirles homenaje, pero ahora ha cambiado de parecer. «No me gusta como se han politizado esos actos. Yo siempre he ido para recordar a las víctimas, no para hacer política. El año pasado ya no fui y este tampoco voy a hacerlo. Lo que de verdad me da pena es no ir a la misa… Eso todavía me lo estoy pensando».