«Joder, qué tropa»

GALICIA

PILAR CANICOBA

¿Qué pasaría si Pablo Isla aceptara la invitación de Pablo Casado para entrar en el PP?

11 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Y si Pablo le hubiese dado al otro Pablo un «sí quiero»? ¿Y si desoyendo las súplicas de la familia, los consejos de los amigos y las admoniciones de sus consejeros, hubiera dado un paso adelante para adentrarse en la jungla y experimentar todo tipo de aventuras? En realidad fue solo un guiño que ocupó un titular desvaído, con unos renglones concisos, como si los cronistas supieran que aquello no pasaría de ser política-ficción. Porque la entrada de Pablo Isla en el equipo de Pablo Casado era una quimera. Quizá el líder del PP no habría enviado su invitación al presidente saliente de Inditex, de existir una ínfima posibilidad de que aceptara.

¿Y si hubiese dicho que sí? Pues entonces se abrirían ante el intrépido dos senderos igual de funestos. En uno de ellos sus dotes cuajan en la organización, logra una notable proyección y hasta algunos sectores saborean su nombre como candidato idóneo a la presidencia del Gobierno, en cuyo caso el actual jefe de los populares daría la orden que repite la Reina de Corazones en Alicia en el País de las Maravillas: «¡Que le corten la cabeza!» O sea, lo mismo que ocurre con Ayuso, si bien Isla, ducho en las vicisitudes de una inmensa multinacional, sería un desvalido Bambi en la selva partidaria.

El otro futuro haría del cotizado ejecutivo un subalterno de lujo al que se recurre no para fundamentar una decisión complicada, sino para avalarla con su reputación; no para ayudar en la definición de estrategias, sino para adornarlas con su nombre ilustre. Sería, en fin, como esos famosos que ahora que los Reyes Magos estiban su cargamento de regalos, prestan su imagen a un perfume, un reloj, unos seguros o unas conservas, producto conservador por excelencia. Pasado un tiempo, Isla quedaría aislado en ese papel secundario, y sus destrezas se habrían desperdiciado para la empresa, sin llegar a nada en la política.

Y si alguna pequeña duda tuvo ante la proposición de Pablo Casado, tampoco demasiado insistente, solo le bastaría con echar un vistazo a su alrededor más próximo para darse cuenta del mundo en el que se iba a meter. Guerra civil en el PP de Vigo a pesar de que sus expectativas están en penumbra, en contraste con la luz que irradia el alcalde. Pugna interminable en el BNG entre los independentistas que disimulan y los descarados. Un congreso socialista que el perdedor de las primarias intenta sabotear. De ser mal hablado Isla podría repetir las palabras del conde de Romanones: «Joder, qué tropa». Las tensiones que habrá sufrido en la que pronto será su antigua casa de Arteixo son minucias al lado de tal vorágine. Al declinar con elegancia la invitación, la idea de un Mario Draghi hispano tendrá que esperar. En el circo político, Mario es el cesar, mientras que directivos como Pablo serían mártires cristianos.

Caballero sin caballo

Visto lo visto es de justicia alabar la sabiduría de los electores gallegos. Adelantándose a lo que más tarde harían los militantes, los líderes influyentes y el inquilino de la Moncloa, castigaron a Gonzalo Caballero al ver en él un político que empezaba y acababa en sí mismo. La intuición no les falló. La historia del dirigente caído es la de una ambición hueca que se inicia con loas a la regeneración y tiene su epílogo con episodios salidos de la política más rancia. Subterfugios de todo tipo para impedir las primarias, calumnias contra los rivales internos, descortesía con el ganador, atrincheramiento en el Parlamento, nula elegancia en el congreso del partido. En fin, que lo que el PSdeG había presentado a las elecciones era una mercancía averiada que Galicia rechazó con razón. La pregunta necesaria es por qué se tardó tanto en desalojar a quien era un okupa de la sigla. Aunque tarde, se va Caballero y llega alguien bastante más caballeroso para arreglar los desperfectos que suelen producirse en una propiedad allanada.

La carne ya no es pecado

Alberto Garzón, al que suponemos agnóstico practicante o creyente en la fe marxista, tiene otro motivo para recelar del papa. El pontífice, de regreso de un viaje pastoral, proclamó que los pecados de la carne no son los peores y ya se sabe que el ministro emprendió una cruzada contra las chuletas y productos cárnicos en general. Ahora resulta que los pecados resucitan de la mano de políticos puritanos que establecen nuevos mandamientos y penitencias, aunque con una salvedad que enaltece a los confesores de antes. Porque había y hay un secreto de confesión, en tanto que los pecados de hoy se propalan a los cuatro vientos con obstinada maledicencia. Todo quedaba en el cubículo confesional. Todo se expande por las redes. A quienes somos de una generación que no es necesario precisar, Bergoglio nos libera un poco de la preocupación por el sexo mandamiento. De paso y como buen argentino, a los amantes del churrasco los absuelve de remordimientos. Entre Garzón y Francisco, no hay duda de donde se encuentra la libertad.