Deja de joder con el ministerio

GALICIA

PILAR CANICOBA

En estos tiempos que corren, el político infantil o adolescente es imprescindible para ciertas combinaciones de gobierno

15 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La carne hispana se hubiera ahorrado este disgusto si, en el momento solemne del bautismo ministerial, el ministro en cuestión hubiese alterado solo un poco el convencionalismo. En lugar de la fórmula que se refiere a las «obligaciones del cargo», otra en la que se comprometiera a no hacer nada. Su majestad, cuya misión constitucional es reinar sin gobernar, sin duda lo entendería, el presidente del Gobierno salvaría su coalición reduciendo los daños que ocasiona, el sector ganadero no soportaría a un incompetente, y Alberto Garzón sería igualmente feliz. Una vez realizado el acto en Zarzuela no tendría que acudir a ningún salón adornado con los retratos de sus antecesores, ni ocupar ningún despacho, ni recibir la típica cartera inherente al cargo, de alguien que lo mira con rencor disimulado.

Estaríamos recuperando esa gran tradición de los ministros sin cartera, aunque con una diferencia notable. En otros tiempos se trataba de situar en la cúpula a grandes personajes que aportaban una visión panorámica de los acontecimientos, sin estar atados a lo prosaico. Todólogos, en el buen sentido de la palabra. Arúspices que analizaban los acontecimientos más allá del día a día y susurraban jugosas sugerencias al poder. El cometido actual de los ministros sin cartera sería muy distinto: no joder. Serrat lo expresa a la perfección. Allí donde su letra dice «niño, deja ya de joder con la pelota», solo habría que sustituir la palabra pelota por ministerio, y niño por políticos como Garzón.

En estos tiempos que corren, el político infantil o adolescente es imprescindible para ciertas combinaciones de gobierno. El político adulto sabe que serán nefastos gestores pero paga ese precio, o mejor dicho se lo hace pagar al país, y los nombra ministros, consejeros autonómicos o concejales. Les da la pelota y cada vez que rompen algo con ella, se recurre al subterfugio de la doble personalidad para decirnos que actuó como ser humano, no como ministro. «Perdonadlos, porque no saben lo que hacen», parece querer decirnos la parte seria del gobierno.

 Desde Galicia observamos esto desde la distancia sin darnos cuenta de que la excepción somos nosotros. Más allá del oasis galaico ya no quedan gobiernos sin Garzones ni Monteros, Aguados o Igeas, en los que no haya coaliciones siempre al borde de un ataque de nervios, o divorcios estrepitosos en los que ambos se acusan de adulterio. De ahí la necesidad de rescatar la idea del ministro sin cartera que podría extenderse a otros escalafones autonómicos o municipales. Un mal menor. La única obligación del cargo sería no hacer nada, no estorbar, guardar voto de silencio. Un ministro como Garzón, por ejemplo, tendría tiempo para leer Rebelión en la granja, parodia agropecuaria del comunismo en el que sigue.

La RAG tiene un mal día

Un mal día lo tiene cualquiera. Incluso una Real Academia como la gallega que entra en el debate lingüístico asturiano sin esa finezza con la que los italianos aluden a un compendio de virtudes como la sutileza, la elegancia o el sentido de la oportunidad. Porque una cosa es defender el gallego que hablan algunos de nuestros primos hermanos más colindantes, y otra reclamar que el Estatuto de Asturias lo incluya como oficial en todo el territorio. Lo primero es loable. Lo segundo, una intromisión en algo que no compete a la RAG. Sin olvidar que imponer a toda una comunidad la oficialidad de una lengua que habla una minoría en lugares muy específicos está reñido con la democracia lingüística. En todo caso tendrían que ser esos asturianos galego-falantes (¿cuántos son?) los que reclamasen ese estatus, no una entidad ajena a la región que además se permite censurar a los que llaman eonaviego a la fala occidental asturiana. ¿No están en su derecho a llamarle como les plazca? En fin, un mal día que mejor sería olvidar.

A veces llegan cartas

«A veces llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas». Así es. Pero esas misivas a las que canta Raphael se guardan en un cofre escondido donde nadie lo encuentre, o se queman en la chimenea durante una noche de invierno dejando que el humo se mezcle con la nostalgia. Hay entre el remitente y el receptor algo semejante al secreto de confesión porque quien la envía espera que el destinatario sea el único que la lea. Por eso no se muerde la lengua, como diría Darío Villanueva, sino que da rienda suelta a sus sentimientos aunque sean políticos. Francisco Vázquez creyó que esta norma tácita estaba vigente con el católico José Bono y por eso le envía una carta con sabor amargo en la que se explican pormenores de la política de bajura de entonces. El exministro ni se la devuelve ni la destruye, sino que la hace pública junto con otros documentos que mezclan lo oficial con lo personal. Ahora que hasta los imitadores se habían olvidado de él, logrará un breve destello en algún espacio de cotilleos. Los hay que no saben retirarse.