
Galicia y Andalucía son realidades distantes y distintas... o no tanto
18 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.No se puede negar que estamos en las antípodas peninsulares. El río Miño no es afluente del Guadalquivir, la Costa del Sol carece de parentesco geológico con la Costa da Morte, pulpo y pescaíto frito pertenecen a tradiciones gastronómicas muy diferentes. Allá no hay castros ni ancestros celtas o suevos. Aquí las romerías son más comedidas, no hay rastros de viejas mezquitas, y el recuerdo islámico se limita a una fugaz visita de Almanzor para robar las campanas catedralicias. Flamenco y muiñeira tienen pocos puntos de contacto y el aturuxo en nada se parece al ayeo del cantaor. La puesta de sol en la Alhambra que embelesó a Clinton es de una belleza distinta a la que asombra a Decimo Junio Bruto Galaico en Fisterra.
Se podrían seguir citando elementos que hacen de Galicia y Andalucía realidades distintas y distantes. Sin embargo, en política son gemelas, como habrán comprobado quienes tuvieron la paciencia de seguir la campaña. El parecido entre Juanma Moreno y Alberto Núñez Feijoo es llamativo. Solo los separa el acento. Pero la similitud no se limita a situarse los dos por encima de la melé electoral, lejos de las riñas, impertérritos ante los ataques, sino que se remonta incluso a sus orígenes. Uno es hijo de la Galicia profunda, el otro de la Andalucía de la emigración, desmintiéndose así el tópico de la derecha clasista que aprende valores conservadores desde la cuna.
Ambos hacen añicos el sambenito que asocia PP y caciquismo en el norte, y el cliché que representa al popular andaluz como un señorito que se pasea a caballo por el cortijo seguido por jornaleros desharrapados que le suplican trabajo. Al llegar se plantean una misión: que su victoria no se vea como una revancha tras cuarenta años de socialismo califal, ni un retorno al viejo fraguismo que tuvo su momento en la antigüedad. Después seducen al voto alérgico a la sigla, haciéndola microscópica para que sea un mero aditamento del candidato. Asistimos en Andalucía a un plagio consentido por el que tiene la patente. Los mismos andaluces que visten ropa procedente de Arteixo son gobernados por un modelo diseñado lejos de las columnas de Hércules.
Si bien habrá que esperar a mañana para conocer el desenlace, la campaña andaluza es un síntoma de que la agitación inicia su declive en España para dar paso a la calma. En las costas de Pantín y Tarifa surgió una nueva ola apta para el surfista político educado, sobrio y con bajos decibelios, que no hace piruetas maravillosas sino que la cabalga sin caerse hasta llegar plácidamente a la orilla. Primero cogió la tabla Feijoo y ahora lo hace Moreno. Prefieren convencer que apasionar y así van sumando electores mientras la aritmética de otros consiste en yuxtaponer siglas y egos. Campanas gallegas suenan de nuevo en Andalucía. En esta ocasión, prestadas.
Mucho más que un club
Se trataba de ascender del infierno al purgatorio y el protagonista era un equipo que había paseado su juego por el cielo de la Champions. Como en el cuento de Cenicienta solo que al revés, esos colores fueron descendiendo peldaños para pasar del palacio a la choza sin que a su alrededor mermara el entusiasmo. No hubo deserciones. Cambiaron los rivales y se pasó de hablar del Bayern o el Milan a hacerlo del Zamora o el Albacete. Pero casi nadie abandonó y en el momento culminante la gente llenó el estadio, las calles y rodeó una fuente que no tiene una diosa como la Cibeles porque la única reconocida como tal es María Pita. Si la heroína contó con los mismos efectivos que el Dépor que a nadie le extrañe que Drake fuese goleado. El caso es que nadie merece más que la familia blanquiazul la divisa de ser «más que un club». No es el Barça quien tiene con su afición una relación casi matrimonial, «en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad». Hasta que la muerte los separe. Mucho más que un club.
La causa no era el «sistema»
Es bueno saber que no hay en Galicia ningún procesado por corrupción en lo que va de año. Lo consigna en su informe el Consejo General del Poder Judicial y con ello se rebaten teorías que empezaban a tener arraigo. Se decía que la corrupción política era un mal generalizado, producto del «sistema» y consustancial con los partidos clásicos. Sobre esta base se levantó la narrativa de los populismos que envolvieron todo eso en un paquete y le pusieron el membrete de casta. En medio de aquella eclosión de casos, causas y operaciones, no era fácil defender una idea que, por otra parte, podía leerse en sumarios y sentencias: se investigaba o sentenciaba a personas, pero de ello se sacaba la conclusión de que la política en general estaba podrida, algo que no hacía cuando el comportamiento corrupto afectaba a otras actividades. Ahora resulta que el denostado sistema sigue en pie, las siglas de toda la vida tienen mejor salud que las nuevas y aún así la corrupción retrocede. Está visto que algunos se apresuraron con el diagnóstico.