Solo queda pedirle a la Estrella de los Mares que también nos salve de las tempestades nacidas en despachos donde reina una moderna superstición
15 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.El apellido Latour les resultará familiar tanto a los sibaritas de los vinos franceses, como a los devotos del ecologismo. Estos días fallecía Bruno Latour, vinculado por la familia a los viñedos de Borgoña y uno de los padres del movimiento ecologista moderno. Una casualidad hace que su adiós coincida con la expulsión de nuestros pesqueros de unos caladeros en los que, según dicen, corales y esponjas están en peligro. Sería exagerado culpar a Latour de lo sucedido, casi tanto como cargar en la cuenta de Marx los genocidios de Stalin, pero sí es verdad que echa a rodar una piedra que se convierte en alud y provoca desastres como el que sufre la pesca gallega.
No dudemos pues de su nobleza. Es sabido sin embargo que el infierno está empedrado de buenas intenciones que, con el paso del tiempo, se pervierten y son usurpadas por dogmáticos. Es el caso del ecologismo. El ecologismo primitivo, igual que el cristianismo o el comunismo primigenio, era puro, bucólico, fresco. Resultaba difícil no dejarse seducir por aquellos ecos que parecían hacernos retornar al paraíso que se perdió por culpa de una manzana que, algo más tarde, hace despertar el genio de Isaac Newton, protagoniza cuentos infantiles, sirve de instrumento para el suicidio de Alan Turing y es señalada por Steve Jobs como emblema de sus cachivaches.
A lo que íbamos. A esa imagen tierna del ecologismo se añade una ventaja que lo hace invulnerable: apela más a la emoción que a la razón. He ahí al comisario que, protegido también por el silencio estruendoso del ecologismo galaico, establece la veda pesquera al margen de cualquier estudio riguroso que cuestione los axiomas. La suya es una decisión emocional en la que pesan más los prejuicios de algunas oenegés que el razonamiento sosegado. Actúa como el sumo sacerdote de una de las religiones más influyentes en este mundo descreído. Ante el crepúsculo de otras creencias la ecología se hace ecolatría, deja el romanticismo y se dedica al abordaje de ministerios o comisarías.
La clave del asunto está en que a un político como Virginijus Sinkevicius le quita más el sueño un tuit crítico de Greta Thunberg que las manifestaciones de trabajadores gallegos del mar, lejanos y nada famosos. Tras años de intenso lobby, los sufridos marineros del Pino Ladra, que retrataba el compañero Salvador Serantes en su crónica de una veda anunciada, son los nuevos piratas. Corales y esponjas han de ser protegidos contra la amenaza humana, igual que los lobos molestados por los ganaderos, o las orcas que patrullan aguas por las que navegan intrusos que merecen lo que les pasa.
A la espera de lo que ocurra con los recursos, solo queda pedirle a la Estrella de los Mares que también nos salve de las tempestades nacidas en despachos donde reina una moderna superstición.
La ideología del taxista
¿Conservador o progresista? Llama usted a un taxi y, antes de indicarle el número que irá a recogerlo, le preguntan si prefiere un taxista conservador o progresista. En el café, el camarero que se acerca a la mesa le advierte de que él es progresista, por si acaso no encaja con sus principios. Fontanerías y talleres aptos para conservadores o progresistas. ¿Cuál es su posición ideológica, doctor? ¿Podemos aplaudir al último fichaje del equipo si no concuerda con nuestro ismo? Aplicamos a los jueces etiquetas que en cualquier otra actividad resultarían absurdas. Igual que el funcionario que nos atiende o el dentista que nos empasta, el juez es progresista o conservador en su fuero interno, pero eso no debiera influir en su actividad. Cuando actúa es simplemente profesional. La que es conservadora o progresista es la ley que aplica. El juez no legisla mediante sus sentencias y por lo tanto esa clasificación tendría que ser superflua. Mientras no lo sea, la crisis del poder judicial será una asignatura pendiente.
Feijoo, Sánchez y Santa Gadea
Algunos revisionistas de la historia dicen que aquello solo fue un mito. Sin embargo, todos pudimos ver a un Cid parecido a un actor americano haciéndole jurar al rey en Santa Gadea. Esa versión cinematográfica estuvo revisada por el coruñés Menéndez Pidal, así que no solo va a misa, sino que puede servir de inspiración al Alberto Núñez Feijoo que intenta que Pedro Sánchez no le engañe con nuevos triles. Que el compromiso de retornar a Montesquieu y los usos europeos en materia judicial sea por escrito valdría de poco, dados los antecedentes del personaje. Una jura solemne que recogiera la tradición del Campeador sería algo más apropiado y no se vulneraría la memoria histórica al no ser declarado todavía el Cid como franquista. Ni siquiera sería necesario acudir a viejas crónicas, o a la película de Mann, para inspirar el acontecimiento, porque en las paredes del Senado cuelga un cuadro alusivo. Todas son facilidades, pero la jura no se hará. El Cid finalmente pudo confiar en su rey; Feijoo saldría de la Moncloa revisando sus pertenencias.