
Este verano, los incendios forestales se han convertido en la principal amenaza para la biodiversidad, la seguridad y el futuro de nuestros territorios. Ya no se trata de episodios aislados, sino de fenómenos cada vez más frecuentes. El cambio climático, la sequía y la transformación del paisaje han dado lugar a los «incendios de sexta generación», rápidos, intensos y difíciles de extinguir. Ante esta realidad, la prevención y la alerta temprana son esenciales. España, por su riqueza medioambiental y su exposición al riesgo, tiene la oportunidad de liderar un cambio de paradigma: anticiparse a las llamas, disponer de información precisa y aprovechar la tecnología para gestionar mejor los bosques. De hecho, Galicia ilustra la urgencia de modernizar nuestras herramientas: con unas 100.000 hectáreas quemadas este año y bosques que ocupan dos tercios de su territorio, la región necesita datos actualizados y precisos. Sin embargo, el Inventario Forestal Nacional, referencia para conocer el estado de nuestros montes, se basa en un sistema diseñado hace más de medio siglo, con brigadas recorriendo parcelas a pie y procesos que tardan hasta seis años en completarse. Esto limita su utilidad para la toma de decisiones, pero el Ministerio de Transición Ecológica ya está elaborando propuestas para solucionar este letargo y ha elegido Galicia como banco de pruebas.
Hoy, drones con sensores avanzados y algoritmos de inteligencia artificial permitirían ya actualizar el inventario a menor coste y de forma más rápida. Más allá de la tecnología, lo relevante son las posibilidades: generar modelos tridimensionales del territorio en semanas, medir densidades forestales, detectar especies invasoras y anticipar la degradación del suelo. Transformar datos en conocimiento útil es la clave para proteger nuestros bosques y planificar con antelación. Pero hay más. Desde el espacio, Europa cuenta con un sistema de vigilancia y monitoreo de la Tierra: Copernicus Rapid Mapping da un servicio de gestión de emergencias que ofrece mapas y análisis geoespaciales de alta resolución durante las primeras horas, lo que es clave para evaluar el impacto de catástrofes naturales y realizar una evaluación de daños y rápida intervención de los efectivos.
En un nivel intermedio, las aeronaves no tripuladas sobrevuelan territorios a diferentes alturas para tener información de manera continua. Todos los datos generados se procesan con IA en plataformas centralizadas, facilitando la toma de decisiones informadas y la mejora de la eficiencia operativa a la hora de actuar para prevenir y combatir el fuego. Todos estos casos, que ya se están implementando en España, revelan que necesitamos pasar de un modelo basado casi en exclusiva en la reacción y la extinción a otro donde la anticipación y la prevención sean la piedra angular. La tecnología no sustituye al trabajo humano, pero lo potencia, ofreciendo a los expertos las herramientas necesarias para actuar antes de que el fuego se descontrole.
El Gobierno busca impulsar un pacto de Estado contra la emergencia climática. Sería una ocasión inmejorable para situar la prevención tecnológica en el centro de la estrategia, ya que los incendios afectan tanto al patrimonio natural, como a la economía, la salud de las personas y la cohesión social de toda España. Invertir en tecnología aeroespacial no es un lujo ni un accesorio, es apostar por la seguridad, la sostenibilidad y por la capacidad de anticiparnos a las emergencias que llegaron para quedarse. Galicia y otras comunidades ya muestran el camino. El reto ahora es aprovechar la tecnología para empujar políticas eficaces y coordinadas que protejan a las futuras generaciones.