Cenar poco y mal, compensar un día complicado con comida, o el simple y llano aburrimiento lleva a muchos a entonar el «mea culpa» justo antes de acostarse a costa de las magdalenas, las patatas fritas o los sádwiches de última hora. La nutricionista Fátima Branco nos ayuda a cambiar estos nocivos hábitos

Laura G. del Valle

Las hay de varios tipos y, como las mejores cosas de la vida, casi ninguna es demasiado recomendable. Está la que deriva del «yo es que no ceno», que representa a aquellos que a media tarde van picando un poco de queso, algo de la merienda del niño, un par de onzas de chocolate... y a eso de las once de la noche, poco antes de irse a dormir, les entra un ataque de hambre y asaltan la nevera. También existe la recena por compensación, que sería la que hacen aquellos que se dejan  embelesar por pensamientos como «llevo todo el día agotado, necesito un momento de relax» o «lo mejor del día es sentarme en el sofá y comer un par (nunca son dos) de estas insanas pero riquísimas galletas». Y en los últimos años ha surgido un nuevo tipo de recena que conocen muy bien los adictos a Netflix o HBO. Nacida al abrigo de estas plataformas digitales, es al tipo de recenas que sucumben los trasnochadores que se hacen maratones de las series del momento. Un sándwich de mezclas imposibles, unos nachos o cualquier invento culinario solo apto a partir de horas vespertinas hacen las delicias de los más seriéfilos.

Si no eres un rara avis que consigue irse a dormir a las diez de la noche, lo más probable es que habitualmente caigas en la tentación de acercarte a la despensa antes de acabar el día. En sí, este hábito no tendría porque ser especialmente perjudicial o nocivo, si uno recurre a un yogur, por ejemplo para matar el antojo. El problema es que, como explica la nutricionista Fátima Branco, por la noche «salen los demonios a relucir» y nos permitimos licencias que ni contemplaríamos a otras horas. «Es de los pocos momentos del día que tenemos para nosotros y tendemos a flaquear más fácilmente. Bien porque estamos cansados y no queremos pelear con nuestra cabeza; porque estamos con la familia en el salón, que a lo mejor están comiendo cacahuetes e inevitablemente picas; o porque hace muchas horas que no cenamos o no lo hemos hecho correctamente», comenta esta experta, para añadir que, al parecer, resulta tan complicado renunciar a este picoteo que sus pacientes «aunque lo quieran hacer bien y cumplan los propósitos en el desayuno, en la comida... llega la noche y la mayoría cae en la tentación».

Cenar de plato

Como revulsivo a un hábito que no hace más que acercarnos peligrosamente a las grasas saturadas y los azúcares rfinados, Branco recomienda primero analizar si se tiene hambre, porque muchas veces es una treta de la mente. «Yo apuesto por hacer una infusión para estar entretenidos; muchas veces entre que la preparamos y esperamos a que enfríe un poco, el pico de ansiedad ya ha bajado», comenta. Por otro lado, explica que es importante cenar de plato, sentarse y utilizar los cubiertos ya que, asegura, «nos genera la sensación de que comemos más». ¿Y cuál sería una buena cena para evitar el asalto a la cocina a las tantas para esta nutricionista? «Una proteína como pescado, carne o huevos, acompañada de hortalizas y verduras, que contienen mucha fibra y son saciantes».