«Mi abuela murió con el nombre de Rubén Darío en los labios»

GENTE

La abuela de Rosa Villacastín, Francisca Sánchez, una mujer sencilla de pueblo, fue la gran pasión del poeta Rubén Darío

14 jul 2014 . Actualizado a las 14:24 h.

Esta no es en una entrevista al uso, en que se pregunta, se repregunta, se corta, se pega... No. A Rosa Villacastín (Ávila, 2 de junio de 1947) solo hay que nombrarle a su abuela Francisca Sánchez, a la que ella llamaba cariñosamente Lala, para que su amor por ella se desborde en forma de palabra. Rosa habla y su devoción por quien fue como su madre, además de la mujer del poeta Rubén Darío, crece en cada frase. Solo le hago una pregunta y su historia se revela como ese tesoro que su abuela guardaba en un baúl azul. Este y no otro es el color de su amor.

¿En qué momentos supiste que Rubén Darío tenía que ver contigo?

- Yo tenía 9 años, vivía entonces en una aldea de Gredos. Y un día apareció un coche en casa de mi abuela, y eso en 1956 era una novedad. Vi que mi abuela, que normalmente era muy reacia a las visitas, abría la puerta. Era Carmen Conde, que le dijo una frase que a ella le llegó al alma: «Francisca, vengo a acompañarte», en referencia al poema «Francisca Sánchez, acompáñame» que le había escrito a mi abuela Rubén. Eso la suavizó, la dejó pasar, merendaron... Y yo cuando se marchó le pregunté: «¿Lala, (yo le llamaba siempre así), quién es ese señor que se llama Rubén Darío?», y me contestó: «El gran amor de mi vida». Despertó mucho más mi imaginación, claro.

Normal...

- Como vi que no soltaba prenda otro día volví a preguntar: «Lala, ¿y tuviste hijos con Rubén Darío?? Sí, tuve hijos... ». En mi casa mi madre y ella hablaban de un baúl azul que ella tenía...

Tenía que ser azul.

-Sí, azul, azul... Ella en realidad no quería desvelar todo lo que tenía guardado, hasta que no se ganaban su confianza ella no contaba nada, ni que había estado con ese señor. Yo sabía de ese baúl azul, pero, claro, a mí no me dejaban abrirlo. A mí me decían: «Con eso no se juega», hasta que un día mi abuela dijo «bajad el baúl azul» (estaba en una buhardilla), y ya te puedes imaginar cuando yo veo sacar papeles y papeles... Yo creía que allí había un tesoro, joyas, trajes... En realidad era un tesoro, pero no como yo lo había imaginado.

Un tesoro literario.

- Yo creo que debía de haber como unos 10.000 documentos...

Eso todo ella lo cedió.

- Sí, lo cedió, lo regaló al Gobierno español. Podía haber subastado todo, pero no quiso. Lo cedió todo, ella pasó también muchas necesidades con Rubén, y bueno, él fue embajador, fue cónsul. Y hubo también momentos muy buenos, fue una relación que duró 16 años y dio por fruto cuatro hijos, aunque solo uno sobrevivió a Darío. Tres de ellos murieron pequeñitos...

Es muy «modernista» ese momento en que tu abuela y Rubén se conocen... Cuéntalo.

-Sí, lo conoce en los jardines donde trabajaba el padre de mi abuela. Y un día en que le fue a llevar la comida a mi bisabuelo, la sorprendieron dos señores, como decía ella, «muy raros», uno era Valle-Inclán y el otro Rubén Darío, que se habían perdido. Ella quedó impactada desde el primer momento por Rubén porque era guapísimo. Sus labios carnosos...

¿Ella a lo largo de los años te reveló muchos más detalles de ese amor?

- Sí, sí, aunque tampoco creas que tanto, porque mi abuela muere cuando yo tengo 16 años, quiero decir que en el fondo yo era una niña. Es cuando mi abuela muere y yo empiezo a trabajar y me envían primero al Archivo Histórico Nacional y de ahí al Archivo Rubén Darío cuando me doy cuenta de la historia de mi abuela y de la magnitud de lo que ella había regalado.

¿Era una mujer extrovertida?

- Ella era muy castellana, con mucho sentido del humor, muy guapa, muy coqueta, pese a que no se maquillaba, usaba Heno de Pravia para lavarse, no se ponía ni crema ni nada, ni había tomado nunca el sol. Ella vivió la bohemia con mayúsculas, en Madrid primero, y luego en París. Quienes le ponen el mote de la «Princesa Paca» fueron Juan Ramón Jiménez y Amado Nervo. ¿Por qué? No solo por lo elegante que ella era, sino porque si Rubén es el «príncipe de las letras», ella tenía que ser la princesa. La princesa Paca. Ella conoció a todos, a Unamuno, a Machado... Viajó continuamente con él porque se cambiaban cada poco de casa.

Pero él se entregó también a ella.

-Sí, sí. Fíjate, que de los cuatro testamentos de Rubén, en los cuatro todo se lo deja a mi abuela.

La fascinación de él por ella... ¿de dónde nace?

- Yo creo que, independientemente de su belleza natural, fue la entrega. Esa entrega absoluta de la mujer. La mujer que le da todo, la que lo llena de esperanza, la que le da un hogar que nunca había tenido. Él tuvo un hijo con su primera mujer, pero antes de morir ella le pide que se lo deje criar a su familia. Así que él no lo ve prácticamente. Los hijos después con mi abuela se les van muriendo. Ella le da todo el cariño, además no sabía quién era cuando lo conoce, si es rico, si es pobre... Mi abuela siempre confesó que lo que le enamoró de Darío fue la palabra. Ella era analfabeta, no sabía ni leer ni escribir, le enseña él y Amado Nervo, aunque después aprendió francés perfectamente. Aprendió a cocinar comidas americanas, como la sopa de tortuga, que la pobre tenía que matar a la tortuga y lo pasaba fatal. Francisca era una mujer elegante, que no le complicaba nada la vida.

¿Y cómo fue tú relación con ella?

- Yo desde el día que nací me acosté con ella. Hasta que se la llevaron al hospital. No fue una segunda madre. Hasta que ella se murió fue la primera.

Fue quien te inculcó el amor por las letras...

- Ella lo que quería es que yo estudiara, yo en aquel momento era hija única, pero para estudiar allí en Gredos me tenía que ir interna a un colegio y ella no quería. Le habían muerto todos sus hijos, excepto mi madre, y ella no quería separarse por nada del mundo de mí.

Pero a tu madre la tuvo muy mayor, ¿no?

- A los 52 años. Mi abuela se quedó viuda de Darío, y conoció a mi abuelo, José Villacastín, un empresario de Ávila, que también era viudo con dos hijas. Después de casarse con él tuvieron un hijo, que también se le murió, y unos años más tarde, a los 52, se volvió a quedar embarazada de mi madre. La única hija que le quedó.

¿Cómo llevó esa tragedia?

- Fue el gran dama de su vida. Le murieron los hijos con Rubén y uno con mi abuelo. Ya de mayor iba vestida siempre con un hábito marrón, hizo una promesa a la Virgen del Carmen, no sé cuál sería. Lloraba mucho. Se acordaba mucho de sus hijos. Pero era una mujer muy fuerte. Mi madre era totalmente diferente a ella, se educó sabiendo de la admiración de mi abuela por Rubén. Y eso que a mi abuelo le podía haber fastidiado, fue todo lo contrario. Él invirtió mucho dinero en recuperar toda la obra de Darío porque era un hombre muy generoso.

Fueron sus dos únicos hombres, pero muy particulares también

- Sí, él sabía cuando la conoció que había estado enamoradísima de Rubén Darío.

Y que esa figura iba a ser eterna

- Sí, sí. Mi abuela se murió con el nombre de Rubén Darío en los labios.

Cuando lees a Rubén Darío, reconoces la importancia de tu abuela

- Sí. La obra de DArío cambia totalmente cuando la conoce, pasa de Azul a Cantos de vida y esperanza. Los escribe todos estando con mi abuela. La marcha triunfal brota un día en que él está atascado. Y para animarlo, esa noche ella se pone un mantón de Manila que le había regalado Manuel Machado, y se pone a cantarle y a bailarle. A él le da la risa, se espabila y se pone a escribir. Ella siempre negaba que él bebiese, pero era público y notorio. Esa fue su cruz.

Pero siempre la trató bien

- Sí, sí... Él llegó a ir al papa, a León XIII, para pedir la nulidad de su segundo matrimonio, pero no la consiguió. Él siempre sintió una gran admiración hacia ella, es quien la enseña a vestirse, a leer...

Un punto pigmalión

- Sí. Él la modeló. Pero sin ella no hubiera hecho la mitad de las cosas que hizo. No habría sobrevivido

En el libro la defines muy bien, una mujer de junio, soñadora y agarrada a la tierra a la vez

- Sí, sí. Superó muchas dificultades, tragedias, pero era muy vital.

¿Tú qué pregunta le harías hoy a tu abuela?

- Todas [risas], pero la principal si fue feliz.

Pero lo fue, ¿no?

- Sí, yo creo que lo fue, pero tuvo que enfrentarse a demasiadas cosas, la persecución de la segunda mujer de Rubén Darío, y quizás le preguntaría qué haría ella hoy diferente.

Tu abuela se queda con solo once cartas de él

- Sí, yo creo que para confirmar que su amor fue verdad, que lo vivió. Como cuando guardas las fotos de un antiguo novio.

¿Por qué hastardado tanto en difundir esta historia?

- Creí que era el momento, mi madre ya había muerto... Es un homenaje a todas las mujeres que han estado al lado de genios y en las que nadie repara, pero han sido claves.