Una celtista de A Pobra residente en Estados Unidos y abonada del Celta desde que nació inculca a su bebé, también abonado desde el primer día, su pasión por el equipo
29 abr 2019 . Actualizado a las 12:06 h.El Celta recordaba esta misma semana como en muchas ocasiones sucede que la afición por el equipo pasa de padres a hijos. Y Sara Viéitez, a sus 23 años, sabe mucho de eso. Porque corría el año 1995 cuando con apenas unos días de vida, estuvo en Balaídos por primera vez como abonada más joven del club, invitada en el palco para celebrar los 1.100 partidos que aquel cumplía el equipo en Primera. Ahora, entre los socios más jóvenes está su hijo de cinco meses, también socio desde que nació.
En su día Sara no lo tenía fácil para ir a Balaídos. «Soy de A Pobra y antes se tardaba bastante más en llegar a Balaídos», recuerda. Más difícil lo tiene ahora, porque la joven celtista ha formado su familia en New Jersey, algo que no ha sido impedimento para que su pequeño tenga su carné Miudiño desde que vino al mundo. «Todavía no ha estado en España, tenemos previsto ir en dos o tres meses y estoy deseando llevarle a Balaídos. Si viviera ahí ya habríamos ido hace mucho tiempo», asegura.
Sara se mudó a Estados Unidos en octubre del 2017 «básicamente por amor». «Mi marido es de aquí y, aunque al principio me costaba dejar casi toda mi vida ahí, el amor todo lo puede», cuenta. Con ella se llevo ese celtismo que le inculcaron sus abuelo. «Ellos se encargaban de llevarme a Balaídos siempre que podían. La primera vez fui invitada por Horacio Gómez por ser la socia más joven. Lo soy desde que nací», relata con orgullo.
Desde que supo que iba a ser madre, no solamente tuvo claro que haría socio al pequeño en cuanto viniera al mundo, sino que «aún estaba embarazada y ya estaba buscando la escuela deportiva que tiene aquí el Celta». Ahora Álvaro tiene cinco meses y un carné del club celeste que lleva su nombre. «Como no podía ser de otra forma, también fueron mis abuelos quienes lo hicieron socio. Les estoy eternamente agradecida», apunta.
También son sus abuelos los que les mandan prendas del Celta para poder lucirlas en su lugar de residencia, tanto para Sara como para Álvaro. «Siempre que me mandan algún paquete, hay algo del Celta», señala satisfecha. Y del resto, se encarga ella. «Le pongo el himno prácticamente todas las noches. La mayoría de las veces en vez de dormirse se activa más, pero después ya cae rendido, el pobre», explica. «Ojalá sea celtista a muerte, me haría mucha ilusión», proclama.
Mientras intenta que su marido se contagie del sentimiento celtista -»por desgracia no lo es, aunque poco a poco intento que cambie de opinión, a ver si lo consigo»-, para ella tampoco es fácil vivir el celtismo en la distancia. «Es difícil. Una de las cosas que más echo de menos es ir a Balaídos con mis amigos, hacer la previa… Era maravilloso», añora. Y eso que lleva con ella «un trocito de la red de la portería de la permanencia contra el Espanyol», el que recuerda como «uno de los días más felices» de su vida. «Y también tengo las coordenadas de Balaídos tatuadas en la espalda».
Por cuestión de horarios y teniendo un niño tan pequeño, ahora no siempre puede ver los partidos. «Algunos coinciden a las seis de la mañana y con le peque se hace difícil. Pero lo vea o no siempre hago mi ritual de rezar, santiguarme, cruzas los dedos… Hay mucha gente a la que le da vergüenza ver los partidos conmigo y no me extraña», confiesa divertida. Y si no puede verlo, lo sigue por alguna app: «Siempre intento estar informada».