La habitación del VAR da pánico cuando el Celta está de por medio. En las decisiones que le afectan, siempre sale cruz. Cuando el equipo de Rafa Benítez necesita de su auxilio, se inhibe, y cuando le beneficia que se quede al margen, entra con todo el rigor. Como si Jaime Latre y Prieto Iglesias estuvieran esperando para hacer más sangre cada día.
Ocho días atrás, en Montilivi, el señor Latre ni se inmutó cuando Gazzaniga simuló un golpe en la rodilla y el árbitro picó de lleno anulando un gol. Ayer, el señor Iglesias tardó cero segundos en avisar que el penalti sobre Tasos Douvikas igual no era tanto, porque el agarrón no fue suficientemente grande como para señalar los once metros.
Lo peor es que llueve sobre mojado y parece que al estamento arbitral le da igual que le pidan respeto, que le silben en el minuto 12 o que una comitiva al más alto nivel les pida explicaciones en una reunión oficial. En el fondo, pitar (mal) al Celta es demasiado fácil.
