
La Copa del Rey ha sido un oasis en medio de una dura temporada para el Celta. Llegar a los cuartos de final tiene mucho mérito para un conjunto que sufre en la liga, pero el final no fue el deseado. Ni por juego, porque los vigueses fueron una caricatura en la primera mitad, ni por el escenario, porque el tercer cambio de césped tampoco parece ser la solución.
Aunque era un partido entre dos equipos de Primera División, la verdad es que viendo la primera parte, parecía que la Real estaba cumpliendo el trámite en cualquier campo de una categoría perdida. Quizás por la diferencia de potencial y porque Imanol Alguacil podía ir con todo y Rafa Benítez no. La segunda mitad fue otra historia, y al menos, el Celta quiso morir en la orilla, buscando la portería contraria y acabando en el área rival. Fue el colofón a cinco partidos que volvieron a ilusionar al celtismo, que ayer rindió un recibimiento de época al equipo y que animó de principio a fin, aunque los celestes ya salieran perdiendo del vestuario.
Los vigueses salen de la Copa con una buena nota, rompiendo el maleficio del nuevo formato y devolviendo el torneo a Balaídos casi 2.000 días después. Lo hacen revitalizando jugadores y sin apenas daños colaterales, pero el domingo vuelve la realidad de la liga y los celestes no pueden pensar ante el Girona, por mucho líder que sea, que juegan en otra liga. Están en la misma y, hasta no hace mucho tiempo, los dos eran directos rivales. Además, a estas alturas, los vigueses deben sacar puntos de donde sea para alcanzar la permanencia.
Encima, tendrán que jugar en el mismo patatal, que tampoco parece un campo de Primera División. Pero esa tampoco debe ser una justificación. La Real, con más calidad, se adaptó mejor, y el Girona no puede hacerlo. Es el Celta quien se juega la vida.