Uno de los chascarrillos más comunes entre los israelíes es que lo mejor de Jerusalén es la carretera a Tel Aviv. Para subrayar que la carga religiosa de la Ciudad Santa puede ser muy difícil de sobrellevar. En esa arteria se halla la yeshivá (escuela religiosa) fundada por el rabino Tzvi Yehuda Hacohen Kook, el líder espiritual del movimiento de los colonos en Cisjordania. La yeshivá sirve de seminario a estudiantes de grados superiores y a soldados, a los que se permite llevar armas. Su visión, con kipás sobre tirabuzones y el vestido preceptivo de la Torá, con las ametralladoras en bandolera, son una de las imágenes características de Jerusalén; como sus atardeceres gris perla.
Para los palestinos, Jerusalén es Al Quds. El terrorista del jueves vivía en un área privilegiada: fuera de Cisjordania y Gaza, con documento de identidad israelí, libertad de movimiento, y dentro de los límites del muro que divide la ciudad a la altura de Lazaría, el pueblo de Lázaro, Marta y María. Hoy, Jesús no podría resucitar a Lázaro. Entre ambos se levantaría una barrera de cemento y hormigón.
En el diario Haaretz de ayer, el ex ministro progresista israelí Yossi Sarid recuerda cómo, en el verano de 1969, el entonces comandante Ariel Sharon, el padrino de los asentamientos, lo invitó a visitar Cisjordania. «Hoy nosotros controlamos los territorios; mañana nos ocuparán ellos a nosotros», dijo Sarid a Sharon. Es la maldición de la ocupación. Traducida en la fórmula de Ehud Olmert de esta semana, «sin un Estado palestino no habrá un Estado de Israel». La consciencia de que, sin convivencia justa no puede haber democracia; que la fuerza no puede sustituir a la razón.
«Cuando Sansón fue a Gaza y cayó bajo el influjo de la prostituta, y los filisteos -los palestinos- asediaron su casa para matarlo, él huyó llevándose consigo las puertas de la ciudad, con sus columnas y todo. Sansón no era el más sabio de los jueces de Israel, pero sí el más fuerte. Ni siquiera ciego perdió su valor. Nosotros también somos ciegos y fuertes; nuestro cabello ya no es el que solía ser. Pero nosotros no nos hemos llevado las puertas, las hemos dejado cerradas a cal y canto. Con un millón y medio de personas dentro. Y así acabaremos, pereciendo todos juntos, en la maldición de Gaza». Yossi Sarid, Haaretz .