Esta cuestión abre el debate sobre la reforma educativa de las escuelas públicas
08 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.La pregunta estallaba en el aire con la fuerza de un referendo popular hace una semana: «¿Deben las hijas de un presidente izquierdista acudir a un colegio privado». La respuesta llegaba apenas unos días más tarde a través de un titular: «Las hijas de Barack Obama acudirían al mismo colegio que Chelsea Clinton». Considerado casi como un asunto de Estado en una nación demasiado acostumbrada a que el populismo de sus presidentes acabe donde comienzan sus familias, lo cierto es que la decisión de los Obama de inscribir a sus pequeñas en una de las instituciones más exclusivas de Washington solo consiguió acrecentar más su fama de elitistas o lo que algunos medios han denominado como liberales de limusina.
No era, eso sí, por falta de precedentes. Y es que, con la única excepción de Amy Carter, quien en 1977 fue la primera y última hija de un presidente en acudir a una escuela pública en Washington D.?C., la mayoría de los ocupantes del Despacho Oval han preferido mantener a sus retoños alejados de un sistema educativo que acarrea numerosos problemas de seguridad al servicio secreto y ostenta además el triste título de poseer las peores escuelas públicas de todo Estados Unidos.
Una circunstancia que no evitó las críticas, sobre todo a Michelle Obama, que, a pesar de haber presumido siempre de «ser fruto de la educación pública de Chicago» nunca ha matriculado a sus hijas, Malia y Shaha, en ningún colegio que no fuera privado. Con el agravante de que la futura primera dama ni se molestó en visitar un centro público durante su periplo de búsqueda de un nuevo centro educativo para sus hijas.
Revolución en Washington
La postura de la familia contrasta con los esfuerzos realizados por la nueva superintendente de Educación de Washington, la demócrata Michelle Rhee, que desde hace dos años se embarcó en el desafío de mejorar los bajos resultados de aprendizaje de las escuelas de la capital estadounidense.
Considerada como una suerte de Juana de Arco en materia de educación, Rhee ha sido capaz de plantar cara a los históricos sindicatos de profesores e implantar un sistema de incentivos por resultados, desposeyendo a los maestros de sus plazas fijas.
Entre las otras propuestas hechas por esta descendiente de emigrantes surcoreanos, cuyas hijas están inscritas en un colegio público, está un programa de educación para padres, así como el cierre de aquellos centros que no cumplan con los objetivos establecidos.
¿Quién será el secretario?
Su reforma ha conseguido que el nombre de Rhee suene entre los candidatos a ocupar la Secretaría de Educación, aunque algunos analistas la consideran como una opción peligrosa, dado su enfrentamiento abierto con las agrupaciones docentes.
Precisamente, navegar entre esas dos aguas, aquellos que defienden una dirección más liberal de las escuelas y los que creen que los profesores deben formar parte de la solución, se ha convertido en el principal reto para el presidente electo Barack Obama a la hora de determinar qué dirección tomar en los próximos cuatro años.
Así pues, si Obama desea de verdad una figura renovadora en su plan para la educación, los candidatos más probables serían Joel Klein, comisionado de la ciudad de Nueva York y uno de los responsables de la reforma educativa de la ciudad, o Jon Schnur, uno de los asesores del demócrata durante la campaña electoral y presidente de la Escuela de Abogados de la isla de Manhattan.
Por otra parte, si lo que Obama desea es reconciliarse con el gremio de los profesores, a los que durante la campaña prometió incentivos para retenerlos en el puesto, su opción más segura sería la de Linda Darling-Hammond, colaboradora personal del candidato, además de buena negociante.
Por último, existe la posibilidad de que el nuevo presidente busque a alguien capaz de conciliar las dos posturas, para lo que podría recurrir tanto el ex secretario de Estado Colin Powell como al antiguo responsable del sistema educativo público de Chicago Arne Ducan.