Aquella tarde del 30 de enero de 1972 los soldados del I Regimiento de Paracaidistas del Reino Unido tuvieron el gatillo fácil. Sus balas acabaron con la vida de catorce manifestantes en Derry. Uno de ellos era Jackie Duddy. Tenía solo 17 años cuando recibió un disparo en el pecho mientras huía. Su cuerpo inerte sostenido por un grupo de manifestantes es una de las imágenes icono que dejó el Domingo Sangriento y ocupa ahora un gran mural en un edificio de la zona católica de la ciudad. Un día después, la diputada católica Bernadette Devlin, presente en la marcha, abofeteó al ministro de Interior británico antes de espetarle: «Ayer su Ejército me disparó».
Han tenido que pasar treinta y ocho años para que el Reino Unido pida perdón y dé la razón a la familia de Duddy y a las de las otras víctimas, que siempre defendieron que los soldados mataron a civiles inocentes y desarmados. A algunos por la espalda.
Pero el Domingo Sangriento no solo fue una matanza recreada en una canción protesta por la banda irlandesa U2, sino el detonante de una violencia que se instaló en el Úlster durante tres décadas. El odio entre católicos y protestantes, y las bombas del IRA y de los paramilitares unionistas dejaron un sangriento rastro de más de 3.500 muertos. La valentía de políticos como David Trimble y Gerry Adams, de la mano de Tony Blair, posibilitó un tortuoso proceso de paz que dio como fruto el acuerdo del Viernes Santo de 1998. El Úlster vive ahora en paz, con algún que otro altibajo, pero en paz. Solo le faltaba cerrar una de sus páginas más trágica. Y ayer la cerró.