Además del veneno radiactivo que esparció sobre Japón, el accidente en la central de Fukushima propagó una nube antinuclear por todo el globo que trastocó la valoración que en ese momento se abría paso en Europa sobre la energía derivada del átomo. En cuestión de días dejó de ser la alternativa limpia y barata ante la creciente demanda de energía y el carácter altamente contaminante de los combustibles fósiles para convertirse en un foco seguro de desastres peores que los beneficios que depara su empleo.
Alemania alentó esa desconfianza al adelantar el apagón nuclear al 2022, una medida de carácter electoralista con la que Angela Merkel pretendía frenar el ascenso de los Verdes en las urnas y que contradecía de plano su decisión anterior de prolongar la vida de las centrales germanas una docena de años. Tomó el relevo Italia el pasado junio, con un referendo que por el momento ha obligado a Berlusconi a guardar sus pretensiones de construir nuevas centrales en el cajón bajo llave.
Francia no se dejó arrastrar por la marea. Temiendo que la onda expansiva del desastre japonés pudiese dañar los contratos de su potente industria nuclear en distintos puntos del globo, fue uno de los países que más empeño puso en defender la vigencia de ese tipo de energía. No es el único motivo, por supuesto, ya que, con 58 reactores, los vecinos sufren una fuerte dependencia del complejo nuclear: realizan una aportación cercana al 80 % del consumo doméstico de electricidad.
Es lo que obliga a recapacitar sobre el accidente que se produjo ayer en el complejo de Marcoule. Por fortuna, no dio lugar a una fuga radiactiva y no tuvo más consecuencia trágica que la muerte de un trabajador. Por lo tanto, es completamente alarmista e infundado el intento de establecer una relación con la catástrofe de Fukushima, como la sugerida desde el grupo de presión antinuclear con el fin de arrimar el ascua a su sardina. Sin embargo, está fuera de duda que lo ocurrido no va a ayudar a mejorar la percepción dañada de la energía atómica. Antes bien, contribuye a mantener vivas las reservas que suscita.
Vulnerable
La explosión se produce en el país que más interés tiene en desterrar la idea tan extendida de que las centrales son un sinónimo de letalidad y, por lo mismo, uno de los que se toma más en serio la seguridad nuclear. A pesar de ello también resulta vulnerable. Lo ocurrido traslada el mensaje de que, incluso en los escenarios de mayor control, es posible el fallo.
El hecho de que esta vez no haya que lamentar consecuencias terribles no es una razón para pasar página y quitar importancia a esta lección. Por lo que se sabe, el mundo no puede prescindir de un tipo de energía que, pese a los serios peligros que entraña si no se maneja correctamente, también presenta ventajas económicas y medioambientales convincentes. La condición para que esto último prevalezca sobre el riesgo es una lucha permanente para minimizar los errores. No será posible un pacto sobre la energía nuclear si sus mayores valedores bajan la guardia.