Egipto votará sin la fe de la primavera

leoncio gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

INTERNACIONAL

Acude a las urnas cuando se libra una revolución dentro de la revolución

27 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Si se tiene en cuenta que hace ahora un año los egipcios habían sido convocados por Mubarak a unas elecciones que eran una mascarada amañada, la cita con las urnas del lunes tendría que saber a gloria. En cambio, si se toman como referencia las expectativas creadas cuando cayó la dictadura, es un drama.

Los comicios se celebran cuando se libra una revolución dentro de la revolución, con una parte no cuantificada pero simbólicamente relevante del movimiento que destronó al rais en contra de participar. El resultado no está predeterminado, como antes, pero ya se puede adivinar. Si nada lo impide, saldrán victoriosos los militares que hicieron carrera en el viejo régimen aunque no se presentan. Los islamistas trasladarán al ámbito de la política la hegemonía que ya tienen en el mundo religioso y, sobre todo, tendrán una segunda oportunidad los llamados fulul, supervivientes del pasado que pugnan por escapar al destino de su antiguo jefe.

Coaliciones informales

Solo hay que reparar en las tres coaliciones que se formaron tan pronto como se supo que los generales pretendían arrogarse un estatus especial, con el propósito de situarse por encima del poder civil y hurtar sus privilegios económicos al control del Gobierno, para observar que la fractura de la sociedad no es superficial. Según el periodista Issandr al Amrani, uno de los autores del blog The Arabist, esas alianzas informales no respetan el parteaguas tradicional entre religiosos y laicos, tampoco reproducen la división clásica entre izquierda y derecha e incluso han hecho aflorar posturas distintas dentro del mismo bloque, como se desprende de las opiniones enfrentadas sobre las elecciones que tienen los que se juntan en Tahrir.

Intentemos, sin embargo, no perdernos en el laberinto. Al lado de los militares, respaldando su actuación sin contrapartidas conocidas, están los Hermanos Musulmanes, el partido laico y liberal Al Wafd y diplodocos de la era de Mubarak, como el incombustible ex secretario general de la Liga Árabe Amro Musa, que aún espera su hora en las presidenciales de junio.

Exigen la retirada del Ejército una amalgama de fuerzas dispares que incluyen al Movimiento 6 de Abril, los Jóvenes de la Revolución, La Revolución Continúa, el Partido Socialdemócrata, la izquierda radical y los salafistas agrupados en la Alianza Islámica. No están solos. Han recibido el apoyo de personalidades religiosas como el gran imán de Al Azhar y de candidatos a la presidencia con posibilidades como el laico El Baradei o Abbul Futuh, un tránsfuga de los Hermanos Musulmanes.

Por último, nadan entre dos aguas y respaldan al Ejército, a condición de que dé paso a un Gobierno de unidad nacional, la plataforma laica liberal El Bloque Egipcio, los islamistas moderados de Al Wasat y presidenciables como Hamdin Sababhi, líder de Karama, una formación laica y claramente progresista.

Pese a la fluidez que caracteriza a la situación, es probable que los tres grupos no renuncien a sus posiciones en los próximos días, lo que asegura un cuadro de conflictividad durante la celebración de los comicios más que preocupante. Es el precio de haberse equivocado tantas veces y de forma tan grave.

Diagnóstico compartido

El autor de El edificio Yacobián, el habitualmente ponderado Al Aswany, sostiene que el Ejército malinterpretó el mandato que le dieron los artífices de la revolución y que aprovechó el período provisional para adueñarse de la transición y llevarla en dirección opuesta a la que esperaba la mayoría. Es un diagnóstico compartido por muchos.

A diferencia de lo que hicieron en Túnez, donde se replegaron a los cuarteles tras la marcha de Ben Alí, las Fuerzas Armadas egipcias se erigieron en árbitros del proceso político, impusieron una velocidad corta a la transición, salvaron de la quema a ministros de la etapa anterior y no hicieron nada por depurar el aparato represor de la dictadura, que siguió deteniendo y torturando de forma indiscriminada.

Esa es la raíz de la que provienen los problemas de forma que han acabado con la paciencia de quienes esperaban una competición electoral libre y limpia. Mientras que Túnez copió el modelo de transición de España (primero una Asamblea Constituyente y luego la Constitución) y puso el proceso electoral al cuidado de una autoridad independiente, Egipto hizo aprobar una Carta Magna transitoria elaborada con partitura castrense. Como consecuencia, el Legislativo que se elige se encontrará con un primer ministro impuesto por los militares y contaminado por su colaboración con Mubarak. Se da, además, la circunstancia de que tampoco se permitirá a los representantes de la soberanía popular tener la última palabra en la elaboración de la Constitución futura.

Quizá sea una prevención para contrapesar el triunfo de los Hermanos Musulmanes, a cuyo portaviones electoral, el Partido de la Libertad y la Justicia, las encuestas atribuyen entre el 40 y el 50 % de los votos. Pero ¿no da la razón a los que sospechan que pavimenta el camino a un nuevo autoritarismo que no estaba en la agenda de aquella primavera ya lejana?

el ejército marca el paso

La conducta del Ejército ha forjado tres «coaliciones» enfrentadas entre

los partidos