La exprimera ministra británica se hizo popular en su época por sus políticas y, sobre todo por su carácter fuerte, implacable y autoritario
08 abr 2013 . Actualizado a las 21:34 h.«Eres como la Thatcher». Esta frase se hizo popular en los años 80 del siglo XX. Y tenía un significado inequívoco: la destinataria tenía un carácter duro e implacable, disparaba órdenes como una ametralladora y no llevaba nada, pero que nada bien, que se le llevara la contraria; era autoritaria.
Así veía la sociedad española de la época a Margaret Hilda Thatcher, la dama de hierro, una política que marcó una época en los once años que fue primera ministra del Reino Unido, la madre -espiritual- de todas las lideresas que vinieron y que vendrán después.
La frase la pronunciaron entonces muchos hijos y muchos maridos en relación a sus madres y esposas: entonces el mundo occidental no estaba acostumbrado a ver una mujer en el poder. Y mucho menos a una que lo ejerciera con tanta autoridad, con tanto rigor, con tan poca mano izquierda, sin misericordia y con intransigencia.
Margaret Thatcher gustaba de aplastar a sus rivales. Y no hacía prisioneros. Tanto en la política doméstica como en los dos conflictos armados que libró: la de las Malvinas contra Argentina, que propició su reelección en 1982; la del Ulster contra el IRA, en la que no venció.
La Thatcher fue la antecesora directa de Angela Merkel en la escena política europea. No tuvo tanto poder directo como la canciller germana. Pero sí una influencia enorme, a ambos lados del Atlántico. La «premier» forjó con el presidente Ronald Reagan de Estados Unidos una poderosa alianza conservadora.
El bloque angloamericano declaró sendas guerras contra la URSS y el Estado de Bienestar. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 la Thatcher se proclamó vencedora de la primera. La segunda, la que requirió más energías por su parte (ejecutada vía recortes y privatizaciones) la sigue librando -como el Cid, después de muerta- a través de su correligionario, el hoy primer ministro David Cameron, que reivindica constantemente el legado de la dama de hierro para legitimar sus reformas radicales tras varias legislaturas de mandato laborista.
Margaret Thatcher polarizó al mundo en el que vivió. Cosechó rotundas adhesiones y furibundos rechazos. Transformó el Reino Unido. Para unos para bien. Para otros para mal. No dejó a nadie indiferente. No podía hacerlo. Por su agresiva forma de disputar el juego de tronos de la política mundial.
Thatcher siempre jugó al ataque. Pero cuando tuvo que defenderse, perdió. Y cayó. Como solo suelen caer los líderes emblemáticos de una de las democracias más viejas del mundo, el Reino Unido, con mayoría absoluta.
La dama de hierro no perdió el poder en las urnas, como Churchill tras vencer en la Segunda Guerra Mundial. Fuerte, pero poco flexible, se aisló. Le gustaba decidir sola y se quedó sola. Thatcher fue destronada / «traicionada» por sus compañeros (como Tony Blair 17 años después), en medio de un gran escándalo causado por la reforma del sistema de impuestos locales, el controvertido poll tax, y por las fuertes tensiones que provocaba en su partido el proyecto de Unión Europea. Las perspectivas negativas de las encuestas también precipitaron su abandono, entre lágrimas, del número 10 de Downing Street. Fue un adiós para siempre. Ya había jugado su papel en la historia.