Un estruendo sordo y constante como el ruido que hace la locomotora de un tren
INTERNACIONAL
«Mamá tengo miedo». El comentario de mi hija, que entonces tenía cinco años, me extrañó porque nunca había temido a las tormentas. «No te preocupes, Ada, es solo una tormenta, ven a la ventana y verás que no pasa nada». Pero cuando llevábamos menos de un minuto ante la ventana me di cuenta de que aquello no era una tormenta.
Eran las cinco y media de la tarde del 16 de septiembre de 2010 y Ada yo estábamos en nuestra casa, en Nueva York. En pocos segundos, se hizo de noche. De repente, dejó de haber luz diurna. Los relámpagos eran incesantes, igual que la lluvia y el granizo. Pero lo peor era un viento atroz que azotaba los árboles viejos y gruesos de la calle como si fueran juncos. Y el ruido. Lo que me asustó de verdad, lo que me dijo que aquello no era una tormenta, fue el ruido, un estruendo sordo y constante. Esa suele ser la característica que los que han vivido un tornado más destacan de él, su ruido, que algunos comparan con el de la locomotora de un tren.
El día anterior yo había visto que Nueva York estaba en alerta por tornados. Nunca había vivido uno y ni siquiera sabía que hubiera tornados en Nueva York, donde vivía desde hacía no demasiado tiempo. Más por curiosidad que por preocupación leí las recomendaciones de seguridad. Lo primero, ir al sótano, decían; si no hay sótano, meterse en un armario grande y resistente y, si tampoco se tiene un armario, refugiarse en una habitación sin ventanas y cubrirse con mantas. En nuestro piso de la segunda planta de un edificio de tres, nuestra opción fue la última.
En el cuarto de baño, la única habitación sin ventana de la casa, esperamos a que pasara aquello. Tuve miedo. Ni el huracán Sandy, que devastó Nueva York el pasado octubre, ni nada que yo haya visto hasta el momento, ha conseguido provocarme la sensación de que el poder destructor de la naturaleza puede llegar a ser tan gigantesco. Solo aquel tornado.
Fue un tornado pequeño, una nimiedad comparado con el que azotó la ciudad de Moore: el servicio meteorológico lo catalogó en el nivel más bajo, que va de EF0 a EF5. Aún así, provocó la muerte de una mujer que conducía su vehículo por Queens, tiró vallas, desarboló postes eléctricos y arrancó árboles grandes de los alcorques, pero fue leve.
Incluso cuando es leve, un tornado, afirman los científicos, es el fenómeno meteorológico más violento.