Impresionante despliegue de seguridad por miedo a disturbios durante las elecciones en la república islámica
13 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Gane quien gane las elecciones presidenciales de mañana en Irán, el país tiene una nueva oportunidad para volver a la escena internacional una vez que el provocador Mahmud Ahmadineyad abandone el puesto. De todas formas, no hay lugar para espejismos. El líder supremo de la Revolución, el ayatolá Alí Jamenei, se ha asegurado que seis de los ocho candidatos preseleccionados que llegan a las urnas son fieles seguidores de la línea dura.
El miedo a que el descontento con la política ultraconservadora de Jamenei provoque disturbios, como los que sucedieron en el 2009 tras la reelección de Ahmadineyad, ha hecho que el régimen pida a los candidatos moderación en los actos electorales y en los gastos de campaña. Una forma poco velada de impedir manifestaciones públicas en las calles.
Este año, el todo vale parece ser la máxima de los ayatolás, con tal de que el estamento no sienta que se le desplaza del poder. Las autoridades no han dejado nada al azar, desde descalificar a los candidatos más conocidos hasta incrementar los controles sobre los actos de campaña y los tediosos debates televisivos que confundieron, más que aclararon, las dudas de los electores.
El aumento de la presencia de las fuerzas de seguridad se hizo patente en las calles de Teherán desde el inicio de la campaña. «Nunca había visto tantos 4x4 de esos grandes, negros», explica P. G., una residente de la capital, en referencia a los flamantes todoterrenos que se desplegaron por primera vez durante las manifestaciones de hace cuatro años. El aumento de esos vehículos, que ahora son visibles a cualquier hora y en cualquier punto de la ciudad, da idea del temor a que se repitan los incidentes y sirve a su vez de disuasivo para quienes aún tienen intención de hacerse oír.
Así, la desidia política se ha hecho evidente entre una población en la que la mayoría son menores de 35 años y que han visto como sus ansias de modernización se han truncado sin miramientos, por medio de la fuerza. Su mayor preocupación ahora es el ruinoso estado de la economía, fruto de años de negligencia y de las sanciones internacionales.
Para tratar de paliar su efecto, Ahmadineyad acabó con el sistema de subsidios de la gasolina y los alimentos, jactándose de que «ha sido el mejor plan económico en los últimos 50 años». A cambio, puso en marcha un sistema de ayudas directas en efectivo a los más desfavorecidos, que solo consiguió aumentar la inflación que afecta por igual a todo el país. En estos ocho años la moneda nacional, el rial, ha perdido dos tercios de su valor y la tasa de inflación no bajó del 30 %.