«Los capitanes de Abril no somos apolíticos, ni ciudadanos castrados»

La Voz CARLOS PUNZÓN

INTERNACIONAL

Los militares que participaron en el golpe que llevó Portugal a la democracia rememoran su intervención y defienden su legitimidad para volver a irrumpir en la vida del país clamando por otro cambio de rumbo

20 abr 2014 . Actualizado a las 20:23 h.

Todo empezó clandestinamente en el corazón del Alentejo. Tras cambiar de coches y realizar rutas inverosímiles para tratar de sortear los tentáculos de la temible PIDE (la policía política de la dictadura) unos doscientos capitanes de las Fuerzas Armadas portuguesas se unían en el monte Sobral de Alcáçovas el 9 de septiembre de 1973 para discutir por primera vez la necesidad de un cambio de rumbo en el seno del ejército. «Al principio solo nos movía una cuestión corporativa, pero la indignidad de la guerra en las colonias, el malestar de todos y la situación del país nos hizo ir más allá», resume Aprígio Ramalho, uno de los capitanes fundadores del Movimiento de las Fuerzas Armadas y ahora vicepresidente de la Asociación 25 de Abril.

Él recuerda cómo dos meses después de que gran parte de la capitanía empezase a hervir en el cónclave secreto ya se votó la opción de dar un golpe de Estado. «Había que elegir entre reivindicar solo cuestiones profesionales; la segunda opción era el golpe militar, y la tercera tratar de convencer al Gobierno de la necesidad de convocar elecciones y poner fin a la guerra, y si no accedía, habría un golpe pues», añade el ahora coronel retirado.

La última opción fue la más votada. «Los capitanes teníamos la madurez de haber estado en la guerra, la responsabilidad de dirigir equipos de casi 200 hombres y los poblados por los que pasábamos», rememora Aprígio recordando sus 24 años con galones de capitán y tres presencias en los frentes de Angola y Mozambique.

Una batalla sin rostro

Él y sus compañeros de Revolución tienen claro que la experiencia acumulada en las guerras africanas fue clave para que cada unidad del golpe militar cumpliese al milímetro con su cometido. «Era una guerra sin rostro, una batalla de guerrillas a la que no se veía fin y a la que solo se mandaba a los portugueses de segunda», explica Martinho Martíns Cerqueira, electricista de aviones y de helicópteros, incluso del de Spínola, el jefe del Estado Mayor y primer presidente de la Revolución. «Era el 'papá grande' que llevaba arroz a las colonias», recuerda Martíns de los cuatro viajes que hizo con el militar del monóculo.

Un golpe fallido el 16 de marzo del 74, con un única unidad marchando sobre Lisboa, aceleró la revuelta definitiva de abril, perfeccionada con solo ocho días de margen.

Antes de la media noche en la sintonía de las Emisoras Asociadas de Lisboa sonaba la inocua E despois do adeus, del eurovisivo portugués Paulo de Carvalho. Era la primera señal para que cada grupo se preparase para iniciar el golpe. Grândola Vila Morena, a través de Rádio Renascença marcaba ya con su carga ideológica la salida de todas las unidades y la ocupación de los puntos estratégicos de todo el país.

Martíns Cerqueira estaba en ese momento en la pequeña base de San Jacinto, entre el océano y la ría de Aveiro, tras haber llegado de Guinea solo nueve días antes. «Llamamos a la puerta del comandante para saber con quién estaba, ?¿con la Revolución o con el Régimen??, le dijimos. ?Estoy a la espera?, respondió, algo normal en Portugal, donde se es fiel a quien manda. Será por tantos años de influencia de la Iglesia, pero la verdad es que sí, somos un pueblo sumiso», añade el que hasta hace unos meses ha sido el trabajador más veterano de los astilleros de Viana, donde comenzó a trabajar a los diez años.

Su visión sobre los 35.000 militares que hay en la actualidad en Portugal es muy diferente de cuando él iba vestido de soldado. «Ellos también están resignados», suspira.

«Nosotros no lo estamos, hay que vencer el miedo y reafirmar Abril para construir el futuro de Portugal», dice con firmeza Aprigio Ramalho. La A25A, como se conoce a la asociación aglutinada por los capitanes de la Revolución, hablará de nuevo a todo el país esta semana con un manifiesto cuya dureza, exigencias y reivindicaciones considera tienen toda la legitimidad tras su compromiso por sacar a Portugal del agujero hace 40 años. «Los capitanes de Abril no somos apolíticos, ni ciudadanos castrados», manifiesta Ramalho para defender la nueva irrupción de los exmilitares. La izquierda, de forma evidente, es la ideología mayoritaria entre los 250 capitanes que impulsaron la Revolución de los claveles.

El peso de los intereses privados, la falta de moral en la vida pública, la entrega a los poderes financieros, la ausencia de una estrategia como país, son los reproches que los capitanes le harán al Gobierno y al presidente de La República el día 25, en el que por tercer año consecutivo los protagonistas del cambio de rumbo del Portugal de 1974 no asistirán a los actos oficiales.

«Hoy Portugal es un protectorado y es urgente que los portugueses recuperen su poder soberano», se leerá desde la tribuna tras la que se augura manifestación multitudinaria que recorrerá la lisboeta avenida da Liberdade, ya convocada al grito de «¡Abril Renascerá!».

El mayor Tomé

Mario Tomé, o el mayor Tomé, denominación que se ganó en once años de colonias y con el liderazgo del movimiento de los capitanes en Mozambique, advierte en todo caso que el tiempo de las soluciones militares ya ha pasado para Portugal. «Lo mejor que puede hacer el Ejército es desaparecer», dice desde lo alto de las escaleras que dan acceso a la Asamblea de la República, donde llegó a ser diputado de la marxista Unión Democrática Popular. Preso por el sangriento enfrentamiento que con tres muertos se produjo en noviembre del 75 en Portugal entre los sectores más conservadores y los más izquierdistas del Ejército, acusados de promover un golpe de estado con Saraiva de Carvalho al frente, Tomé da una importancia notable «a los capitanes que el 25 de abril, que realmente nos transformamos en generales. Pero lo fundamental, lo realmente clave del éxito de la Revolución de los claveles, fue la masiva presencia del pueblo en la calle aquel día», deja claro.

Su análisis estratégico del hito que cambió el curso de la historia contemporánea de Portugal se basa, en todo caso, en la convicción de que «el golpe se dio porque estábamos perdiendo la guerra, de lo contrario la dictadura podría haber continuado veinte años más».

«Todo comenzó en Guinea», dice mientras posa junto a los leones de la escalinata del parlamento de Sao Bento. «Ya no había voluntad de guerra porque allí se había perdido desde hacía tiempo y eso nos obligó a pensar qué hacíamos allí, tan lejos de casa pegando tiros sin sentido. Pero repito, de estar ganando la guerra nunca hubiera habido Revolución», dice con porte marcial todavía y 74 años de militancia a la izquierda de la izquierda, justo en el instante en el que la presidenta de la Asamblea de la República, Assunção Esteves, rechazaba que los militares tomen la palabra en la Asamblea este 25 de abril.