Ha pasado de ser un dirigente cocalero que fascinaba por su porte humilde a ejercer, según la oposición, un poder personalista
22 ene 2015 . Actualizado a las 19:43 h.Evo Morales, investido este jueves por tercera vez como presidente de Bolivia, ha pasado de ser un dirigente cocalero que fascinaba a propios y extraños con su porte humilde a ejercer, según le acusa la oposición, un poder personalista, aclamado por sus incondicionales con tintes casi mesiánicos.
Poco después de llegar al poder en el 2006, Morales hizo famoso un sencillo jersey de rayas con el que hizo una gira internacional, un atavío muy distinto al elegido para iniciar esta semana su tercer mandato: un costoso traje de inspiración precolombina rematado con un pectoral de oro, lucido ayer en la ceremonia ritual en la que fue proclamado líder indígena en las milenarias ruinas de Tiahuanaco. Miles de seguidores, en su inmensa mayoría indígenas, aclamaron en esa fastuosa ceremonia de supuestas raíces ancestrales al gobernante, cuyo traje estaba valorado en unos 4.000 dólares, veinte veces el salario básico de Bolivia.
Este abismal cambio en la elección de atuendos plasma el meteórico despegue económico del país andino en la última década, pero también ilustra la evolución de Morales hacia una forma de gobierno lejana a la que puso en marcha cuando hace ocho años se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia. Detalles como ese traje o su intención de erigir en La Paz un faraónico palacio de Gobierno inspirado también en la arquitectura tiahuanacota, porque considera que el actual tiene connotaciones coloniales, han sido utilizados por sus detractores para denunciar esa deriva de la personalidad de Morales.
El mandatario comienza este tercer mandato muy cuestionado, ya que pudo presentarse a las elecciones de octubre gracias a una criticada interpretación de la Constitución boliviana por parte del Tribunal Constitucional. La Carta Magna, promulgada por él mismo en el 2009, establece que un presidente solo puede permanecer en el poder dos mandatos, con carácter retroactivo, pero el alto tribunal consideró que el primero de los mandatos de Morales no contaba porque Bolivia fue refundada como «Estado Plurinacional».
Esta situación ha propiciado que opositores y expertos hayan alertado de que Morales podría planear su perpetuación en el poder, algo que él mismo ha negado en varias ocasiones, la última hace unos días cuando insistió en que en el 2020 quiere volver a su tierra, al trópico de Cochabamba, y montar un restaurante. Y es que Evo Morales nunca ha olvidado sus raíces.
Nacido en la región andina de Oruro en el seno de una humilde familia aimara, Morales se ganó el pan desde niño y desempeñó todos los oficios imaginables, desde pastor de llamas a trompetista, y posteriormente líder cocalero, una posición que mantiene. Las referencias a su infancia y a su época de sindicalista y opositor son ya un clásico en sus discursos, como lo son los chascarrillos acerca de su proverbial resistencia física, que le lleva a protagonizar en un solo día numerosos actos públicos en puntos distantes de Bolivia, un país cuya superficie duplica la de España o Francia.
Soltero y con dos hijos de diferentes relaciones, Evo Morales siempre se ha dicho casado con Bolivia, una conveniente esposa que no le recrimina, como sí hacen organizaciones feministas bolivianas, que en ocasiones muestre actitudes machistas.
Entre estas salidas de tono ha quedado registrado cómo Morales ridiculizó a sus propias ministras en cánticos de carnaval o cómo, el año pasado, recriminó a un grupo de futuros maestros de gimnasia que parecieran mujeres embarazadas cuando practicaban salto de vallas. Porque el gobernante se toma el deporte muy en serio y en especial el fútbol, que le apasiona y practica con asiduidad incluso durante sus viajes oficiales a otros países.
En cambio, no figura entre sus aficiones la lectura, como él mismo ha reconocido en alguna ocasión con espontaneidad, otro de sus rasgos característicos y tan valorado por sus seguidores como denostado por sus detractores.
Y es que en sus casi diez años en el poder y con cinco más por delante, Evo Morales, un presidente humilde o soberbio, según a quién se le pregunte, puede presumir de no haber dejado indiferente a nadie.