Grecia liquidará todos los campos irregulares de migrantes en cuanto acabe con el de Idomeni
26 may 2016 . Actualizado a las 07:51 h.Rina tiene seis años, no puede ver, padece ceguera de nacimiento. De la mano de su madre y su tío llega caminando desde Idomeni al cruce de la carretera donde la prensa se agolpa. No han aceptado subirse a los últimos autobuses que salían desde la frontera. Su próximo destino es el campo de Eko, una gasolinera donde todavía viven cientos de familias que esperan su desalojo. Serán los siguientes. En los aledaños del que hasta ahora era el mayor campo de refugiados de Europa hay otros tres asentamientos atestados de tiendas de campaña.
«¡Qué alegría volver a verte!», grita Amir, sudoroso y derrotado tras dejar atrás la casa derruida dónde vivió con su familia los dos últimos meses en la estación de Idomeni. Llegamos el mismo día a la frontera y juntos compartimos la alegría del reencuentro con su hermana y su sobrina, la pequeña Rina. «No vamos a ir a los campos. Nosotros tenemos que cruzar esa frontera. Unos amigos nos dejarán dormir en su tienda en Polycastro y esperaremos para cruzar con las mafias», relata exhausto. Están decididos a pesar de la dureza del viaje. Los testimonios de quienes han hecho la travesía con las mafias hablan de semanas caminando, sin comida y durmiendo en los bosques.
La primera parada en el laberinto de campos improvisados de la frontera greco-macedonia es el hotel Hara, una extensión de Idomeni que ha servido como base para los traficantes de personas. Los que resisten aquí no quieren marcharse. Creen que todos los campos están militarizados y hay quien lleva semanas intentando cruzar los bosques para seguir su camino a Europa. «Lo intenté cuatro veces. La policía nos paró y nos envió de vuelta. Aún así, voy a seguir intentándolo», explica Vilal. La desinformación y la desconfianza mantienen vigente la idea de que las fronteras se abrirán.
A pocos metros del hostal hay una gasolinera ocupada por pakistaníes y afganos, hombres en su mayoría. Hace un mes eran cientos, ahora apenas aguantan intentando pasar inadvertidos cincuenta. Su situación es más complicada que la de sus vecinos sirios e iraquíes ya que podrían ser deportados. Solo tienen derecho a pedir asilo y es muy probable que les sea denegado. «Si vienen a desalojarnos escaparemos. No queremos acabar en un centro de detención», asegura Adil. Muchos no tienen dinero para pagar a los traficantes. Huyen de la policía y por las noches intentan cruzar solos a Macedonia.
Llegamos al final del camino. La estación de servicio Eko es el campo que más personas aglutina, en su mayoría familias y niños. Los voluntarios siguen teniendo acceso a las instalaciones. Cada mañana reparten comida a los refugiados. Pero el ambiente en la gasolinera está enrarecido. No quieren creer que los vayan a desalojar y se niegan a entenderlo. «Si me mandan a un campo pues me escaparé porque yo no quiero estar controlado por militares y que nos encarcelen durante meses», afirma Bassel.
Lo cierto es que no todos los campos habilitados en Grecia son militares y, en ningún caso, son centros de internamiento. Además, las autoridades helenas pretenden volver a poner en marcha su sistema de petición de asilo y reactivar las entrevistas para reubicar a los migrantes en el resto de Europa. Desde Salónica Boushra asegura que ya ha tenido el primer contacto con funcionarios franceses y en unos meses espera viajar a Francia. Esta joven pintora palestina dejó Idomeni hace cinco semanas.
Hara, el refugio de afganos y pakistaníes y Eko son el siguiente objetivo de Alexis Tsipras y no tardará mucho en dar la orden de desalojo porque, según fuentes policiales, quedan menos de 1.500 refugiados atrincherados en Idomeni. Es muy probable que las fuerzas de seguridad vuelvan a repetir la misma táctica. Control del perímetro a desalojar y bloqueo a voluntarios y prensa. El plan del Gobierno sin apenas testigos está funcionando. Hasta el momento no han tenido que utilizar la fuerza. Al menos es lo que muestran las imágenes difundidas y los testimonios de los refugiados que ya están fuera.