Nixon no cesó al director del FBI, sino a dos fiscales generales, y los echó por negarse a su vez a cesar al fiscal especial que estaba investigando al propio Nixon
13 may 2017 . Actualizado a las 09:29 h.Aunque se haya repetido mucho estos días la comparación, el último escándalo de Donald Trump tiene poco o nada que ver con el que llevó a la dimisión de Richard Nixon en 1974. Nixon no cesó al director del FBI, como ha hecho Trump, sino a dos fiscales generales. Y los echó por negarse a su vez a cesar al fiscal especial que estaba investigando al propio Nixon. Nada menos. Trump ni siquiera se encuentra bajo una acusación formal. Se está indagando la posible interferencia de Rusia en la pasada campaña electoral y el neoyorquino podría acabar viéndose involucrado, pero de momento no lo está.
El problema con Trump es que, entre sus salidas de tono y la hostilidad de los medios, cualquier cosa que hace se convierte en un escándalo que tiende al disparate. El cese del director del FBI no es habitual, pero tampoco nada del otro mundo. Normalmente se les deja en el cargo diez años, pero el presidente puede echarles cuando quiera. Y, para ser justos, en este caso sobraban razones, porque las meteduras de pata de James Comey han sido constantes. Los demócratas y la prensa, que quieren ahora convertirle en un héroe de la resistencia a Trump le acusaban no hace mucho de ser el responsable de la derrota de Hillary Clinton por la forma, efectivamente irresponsable, en que llevó la investigación sobre su mal uso de material reservado. Para hacerse perdonar, Comey se volvió entonces contra Trump de una manera poco sutil. Duró poco. Y con Hillary habría durado aún menos.
El cese de Comey no frena la investigación de la trama rusa, lo que hace muy difícil probar que se trate de un intento de obstrucción a la justicia. Lo importante es ver a quién nombra ahora Trump para el puesto. Si se decanta por un independiente que pueda ganarse la confianza del aparato del FBI, la sospecha de obstrucción a la justicia se disipará y es muy posible que a larga suceda lo mismo con la trama rusa, de la que no se ha encontrado gran cosa tras seis meses de investigaciones. Si Donald Trump hace uno de sus típicos nombramientos extravagantes, profundizará en la brecha que le separa ya de los servicios de seguridad. Y eso sí puede ser letal para su presidencia.
¿Podría esto acabar en un proceso revocatorio (impeachment)? Mejor que Nixon, que dimitió antes de afrontar el suyo, cabría aquí invocar el recuerdo de Bill Clinton, que también tuvo que enfrentarse a un impeachment precisamente por obstrucción a la justicia. Si el Senado no le destituyó fue porque los republicanos no contaban con la mayoría suficiente, como no la tienen ahora los demócratas. Esa es la cuestión: el impeachment, en Estados Unidos y en todas partes, no es un proceso judicial sino político. Clinton, de hecho, era culpable. Por ese lado, Trump, de momento, está a salvo.