Usa la misma táctica en casa y fuera: golpear brutalmente a sus enemigos
25 feb 2022 . Actualizado a las 21:27 h.«Considera que puede hacer con nosotros lo que le plazca, jugar con los ciudadanos a su arbitrio, y eliminarnos si le conviene. Nosotros no somos nadie, mientras que él, alguien a quien la casualidad encumbró, es hoy un zar y es Dios». Estas palabras premonitorias sobre Vladimir Putin las escribió la periodista rusa de ascendencia ucrania Anna Politkóvskaya en el 2004, en La Rusia de Putin. El 7 de octubre del 2006 fue asesinada en el ascensor del edificio de su apartamento.
Si hay algo que define a este autócrata despiadado es su brutalidad y falta de escrúpulos en el ejercicio del poder. Sus adversarios políticos han sido eliminados, como la mencionada activista pro derechos humanos o el opositor Boris Nemtsov; se han tenido que exiliar para no sufrir la misma suerte; o están en la cárcel, como es el caso de Alexéi Navalni o en su día del oligarca Mijaíl Jodorkovski. En su mentalidad y su personalidad sigue estando muy presente su pasado como agente del KGB, lo que se nota especialmente en la recuperación que ha hecho de los tiempos de la Guerra Fría. No hay que olvidar que ha calificado reiteradamente la desintegración de la URSS como una tragedia.
Esas prácticas que utiliza en el interior las proyecta en su agresiva acción exterior. Todo comenzó en el 2008 con la intervención en Georgia, siguieron la anexión de Crimea (2014) y la guerra del Dombás, que dura hasta hoy, con 14.000 muertos, y ahora alcanza su punto álgido con la invasión de Ucrania. Una vez más, el nuevo zar de Rusia ha exhibido su voluntad irrefrenable de imponer la ley del más fuerte y su desprecio por el derecho internacional. Una invasión que siempre negó que se fuera a producir. Porque la mentira forma parte de la guerra de desinformación y propaganda en la que es experto y emplea para socavar a sus adversarios, ya sea Estados Unidos, interviniendo a favor de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, o la Unión Europea, apoyando procesos disolventes como el brexit o el procés. Putin también es brutal en sus declaraciones públicas, como ha hecho ahora al amenazar a quienes interfieran en sus propósitos belicistas en Ucrania con «consecuencias nunca vistas», al tiempo que presumía del arsenal nuclear ruso.
En sus 22 años de poder ha impuesto un régimen en el que la democracia es solo una fachada para tratar de tapar la realidad del sistema Putin o putinismo, que se basa en el control total de los resortes del poder, el amordazamiento de la sociedad civil y la represión de la disidencia. Pero no hay que negar que cuenta con el apoyo de una parte muy importante del pueblo ruso, que lo ve como el salvador de un país que estaba sumido en el caos tras la gestión catastrófica de Boris Yeltsin, y que siente nostalgia de los tiempos en los que la URSS era una superpotencia. Ahora lo vuelve a ser, ya que condiciona el tablero geoestratégico mundial. Su nacionalismo exacerbado y su argumento de que es la OTAN la que cerca y amenaza la seguridad de Rusia calan entre la población. A Putin no le importa ser el enemigo número uno de Occidente, prefiere que Rusia sea temida y odiada a ignorada y amada. Nunca ha querido negociar sobre Ucrania, sino imponer sus condiciones. Además, su alianza con China añade un componente muy inquietante y peligroso a la política internacional.
Putin ha vuelto a poner en práctica la máxima que expresó en el 2000: golpear primero y tan fuerte que tu oponente no pueda levantarse. Es lo que hace en casa este macho alfa de mirada gélida, distante y ambicioso, y lo que está haciendo en Ucrania, aunque está por ver si esta jugada le saldrá bien o si meterá a su país en una guerra que, con las sanciones sin precedentes impuestas por EE.UU. y la UE, agraven la situación económica hasta el punto de que repercuta gravemente en los rusos de a pie. Entonces se podría volver en contra. A sus 69 años, su intención es perpetuarse en el Kremlin, ya que un cambio constitucional le permite mantenerse en el poder hasta el 2036. Ser el hombre fuerte de su país le ha salido rentable, ya que es el más rico de Rusia con un patrimonio valorado en al menos 70.000 millones de dólares.
Y de nuevo Politkóvskaya, en el 2004: «Ya antes habíamos tenido líderes parecidos en Rusia. Líderes que nos condujeron a la tragedia, a derramamientos de sangre a gran escala, a guerras civiles. No quiero que esas desgracias nos vuelvan a ocurrir. Y de ahí la raíz de la animadversión que siento cuando veo a ese típico chequista soviético pavoneándose, mientras avanza por la alfombra roja del Kremlin camino del trono de Rusia». Estremece leerla en un día tan trágico como este jueves. A ella, sus denuncias le costaron la vida.