No hay imagen más aterradora de la guerra que esta tomada ayer a 800 kilómetros de la frontera con Ucrania, en el Kremlin, caliente y a cubierto, en un escenario sin una mota de polvo ni una gota de sangre. Esta imagen dice que ni todos los muertos del mundo van a disuadir de afeitarse, ponerse un traje, calzarse unos zapatos, acudir a la oficina para despachar con un gobernador florero, por ejemplo, el de San Petersburgo, al hombre de los dedos gordos en el reposabrazos de la silla. Quién sabe si por un pinganillo alguien le esté informando de los avances y retrocesos en el frente. Los avances y retrocesos, léase los muertos. Da igual si son 30 o 30.000. El dato le resbala, de la frente a la papada. Seguramente le impresionaría más oír «al salir compra café, que en casa ya no queda». Decir que el hombre que apoya la mano en el reposabrazos mientras bombardea Ucrania es un monstruo va a acabar siendo injusto para los monstruos.