Los mayores en la guerra de Ucrania: «¿Dónde voy a ir? Dime, ¿dónde voy a ir?»
INTERNACIONAL
«Nos bombardean todos los días», relatan los residentes de Shevchenkove, una localidad liberada de la ocupación rusa
01 abr 2022 . Actualizado a las 14:59 h.Los estallidos suenan cada vez más cerca, pero Mijaíl, de 80 años, ni se inmuta. «Esto no es nada». En Shevchenkove, un pequeño pueblo cercano a Mikolaiv recién recuperado a los rusos, solo quedan unos cuantos mayores, que siguen sufriendo constantes ataques con proyectiles en esta tierra contestada.
El acceso a Shevchenkove, una localidad de casas modestas de una planta dispuestas a lo largo de unas cuantas calles en cuadrícula, está restringido y solo circulan vehículos militares, autobuses con las ventanas rotas y camiones por la carretera desde Mikolaiv, repleta de socavones causados por la artillería rusa.
Hace dos semanas la zona estaba tomada por las tropas rusas pero las ucranianas han ido ganando terreno. Las han empujado a doce kilómetros de Shevchenkove, poco antes de Jersón, la única capital de provincia ocupada por los rusos y situada en el sureste del país, junto a la región del Donbás.
Desde esa primera línea, las tropas de Moscú siguen disparando artillería hacia los campos donde se ubica este pueblo y otras pequeñas localidades rurales. Proyectiles que en muchos casos caen en las casas de sus habitantes. Como la de Mijaíl, que resiste junto a su perro Vina. «No nos separamos», dice con la mirada del animal siempre clavada en él. Su mujer se fue del pueblo este martes, justo antes de que cayeran tres proyectiles cuando salía por la puerta de su casa de tejado de uralita. Se salvó de milagro, cuenta a Efe junto a las ruinas de lo que fue la vivienda de este camionero jubilado, que ahora vive en un pequeño refugio subterráneo de su jardín. En el agujero, una cama improvisada, comida y, en la oscuridad, los ojos brillantes de dos gatos negros refugiados bajo tierra de los ataques.
Mientras Mijaíl enseña la casa, las detonaciones siguen sonando, un pueblo a unos pocos kilómetros está siendo atacado. Se oyen, por detrás, los disparos de respuesta de la artillería ucraniana. «Eso es de salida», apunta un militar ucraniano. Mijaíl ni se plantea irse. No tiene a dónde, dice.
Dos personas resultaron heridas en Shevchenkove en los ataques del martes, de los que fue testigo Sasha, ingeniero que estaba en ese momento metido en un agujero de una calle reparando una tubería de agua.
Después de los primeros proyectiles, cuenta, tres personas salieron de sus casas aturdidas y fue entonces cuando cayeron los segundos. Un hombre perdió su pierna y otro sufrió heridas graves, explica señalando un charco de sangre junto a una zapatilla de andar por casa.
A unos pocos metros, Daria, de 65 años, abre las puertas de la iglesia, llena ahora de comida y ropa. Antes, recoge la basura del jardín. «Alguien tiene que limpiar esto».
«Nos desvistieron para buscar tatuajes»
Ella y el sacerdote cuidan del templo, adonde acuden vecinos para recoger alimentos. La noche anterior, recuerda, estuvieron bombardeando el pueblo durante dos horas. «Fue horrible. Aquí solo hay jubilados, todo el mundo se ha marchado», se queja. A pesar de que su hija, desde Canadá, insiste en que se vaya, ella se queda con su marido en Shevchenkove porque esta es su patria. «Tengo a mis antepasados aquí», afirma esta jubilada que se encargaba antes de la casa cultural y ahora recrimina a los «fascistas» rusos sus «mentiras» sobre Ucrania.
Según los militares ucranianos, el alcalde de la localidad fue secuestrado por los rusos y hace seis días liberaron a su chófer. Dos habitantes de Shevchenkove, Andrei y Kolya, se toparon con tropas rusas hace unos días en un puesto de carretera controlado por ellos.
Cuentan que les desvistieron para chequearles la piel. «Si llevas un tatuaje ucraniano, te disparan en un segundo», dice Andrei, que cuenta que querían ir a recoger los cuerpos de un tanque ucraniano quemado, pero los rusos no les dejaron.
Mientras relatan su historia aparece por la iglesia una mujer en bicicleta. «Nos bombardean todos los días». Descarga su impotencia en un soldado ucraniano, que la mira sin mover un músculo. «¿Dónde voy a ir? Dime, ¿dónde voy a ir?».