El tirador de Texas se atrincheró con sus 21 víctimas antes de ejecutarlas

Mercedes gallego UVALDE / COLPISA, REDACCIÓN

INTERNACIONAL

Un grupo de ciudadanos se abrazan en la entrada de la escuela donde se produjo el tiroteo
Un grupo de ciudadanos se abrazan en la entrada de la escuela donde se produjo el tiroteo NURI VALLBONA | REUTERS

Salvador Ramos mató con un fusil de asalto a 19 niños y dos profesores

26 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si lo que Salvador Rolando Ramos buscaba en su carrera al infierno era captar la atención, lo consiguió. Medio Estados Unidos escrutaba ayer su foto en busca de algún indicio que permitiera entender la carnicería sin sentido que perpetró el martes en el colegio de primaria Robb de Uvalde (Texas), pero se encontraron con lo mismo que cuantos le conocieron: un adolescente introvertido y antisocial, con problemas de habla, a menudo ridiculizado y siempre refugiado en los videojuegos. La semana pasada cumplió los 18 años, lo que le permitió adquirir legalmente los dos rifles del tipo AR-15, siete cargadores de alta capacidad y 375 cartuchos que no tardó en usar.

La mayoría de los 19 niños que mató el martes estaban en la misma clase de cuarto grado, un aula en la que se parapetó durante 45 minutos. Sus víctimas infantiles tenían entre ocho y diez años.

Ramos empezó su macabra misión con su propia abuela, de 66 años, que le acogía cada vez que discutía con su madre, lo cual al parecer ocurría a menudo. Últimamente pasaba casi todo el tiempo con su abuela, contaron sus amigos, con la que relación tampoco debía de ser muy buena, a juzgar por el resultado. El martes a las 11.30 horas los vecinos oyeron disparos y, al asomarse a la calle, lo vieron salir de un acelerón en una camioneta pick up repartiendo tiros. La mujer quedó moribunda, pero este miércoles seguía con vida aunque en estado grave.

Último día de clase

Tenía claro a dónde iba, como si lo hubiera pensado: un colegio de primaria cercano al instituto en el que estaba matriculado, por el que cada vez se le veía menos. Era el último día del curso escolar, pero nadie imaginaba que también sería el último de sus vidas. Ramos había llegado repartiendo muerte a diestra y siniestra. Encalló la camioneta en una zanja y cuando los trabajadores de una funeraria cercana acudieron a ayudarle, les respondió a tiros. Luego se bajó y se encaminó calmadamente a la escuela. Para cuando entró en el aula donde se parapetaría, la policía ya le pisaba los talones y había acordonado el edificio.

Era la hora del almuerzo, algunos niños comían en la cafetería cuando las balas rompieron los cristales. Los empleados apagaron las luces, cerraron la puerta y ordenaron sigilo. Los gritos retumbaban en los pasillos. Algunos habían tratado de saltar por las ventanas; otros, esconderse en los armarios. Los nietos de la reverenda Marcela Cabralez, de 9 años, se escondieron en los servicios y salieron con vida. No se sabe todavía qué ocurrió dentro del aula maldita, porque nadie sobrevivió.

Un agente de la Patrulla Fronteriza de Texas abatió al adolescente, al que calificó de «diabólico», para asegurarse de que la carnicería no subía de grado. Fuera salían despavoridos niños sangrando, algunos desmayados y otros con ataques de ansiedad. Refugiados en la funeraria Hillcress Memorial, que este miércoles ofrecía gratis sus servicios, la reverenda Cabralez intentaba reconfortarlos. Para quien no tenía consuelo era para aquellos que no veían salir a sus hijos por ninguna parte. Ponían sus fotos en las redes sociales, les buscaban en el hospital, nadie les decía nada, tendrían que estar en alguna parte. Y, al final, en el centro cívico, después de pedirles fotos y todo tipo de señas, les informaron de lo que nadie quería escuchar.

Ni siquiera les han entregado sus cadáveres. El colegio Robb es una gran escena del crimen en un pueblo pequeño y rural de 16.000 habitantes, donde casi el 80 % es de origen hispano y todo el mundo se conoce. Gente amable y campechana, dicen los texanos, trabajadores duros que buscaban una vida mejor para sus hijos y hoy se han levantado sin ellos. ¿Por qué? ¿Para qué? Eso se pregunta todo el país, enfrentado una vez más a la tarea de dar sentido a esas muertes, poniéndole freno a la carnicería de las armas. «En el nombre de Dios, ¿cuándo seremos capaces de enfrentarnos a los lobis armamentísticos?», se quejó frustrado el presidente Joe Biden. Esa es la pregunta. Vuelve a ser la hora de la verdad.

Los demócratas y los republicanos escenificaron en el Congreso sus diferencias abismales sobre el control de las armas. El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, fue directo y culpó a los republicanos de bloquear cualquier iniciativa al respecto. El líder conservador en la Cámara Alta, Mitch McConnell, recurrió al mantra de su partido para justificar tragedias como la de Uvalde como obra de un «maníaco».