
La región se ha convertido en un socio estratégico que la UE y EE.UU. ignoran
09 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.¿Está Occidente perdiendo a América Latina? Durante la Guerra Fría, esta cuestión se debatió febrilmente en Washington y más allá. Ahora, el retorno de la competencia entre grandes potencias y el posible resurgimiento de las esferas de influencia —junto con la reciente ola de victorias electorales de la izquierda en la región— le están dando una renovada relevancia.
Para Occidente, el inminente espectro de conflictos con regímenes autoritarios, desde Rusia hasta China, ha vuelto a poner de relieve la importancia de América Latina como socio. Sin embargo, al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados están preocupados por la guerra en Ucrania, incluyendo, entre otras cosas, sus implicaciones para los mercados energéticos y la prosperidad económica de ambas regiones.
La agitación política en América Latina dificultará aún más un compromiso efectivo. Aunque la región ha estado durante mucho tiempo plagada de corrupción, desigualdad y crisis de confianza, en los últimos años ha logrado avances significativos, con la reducción de la pobreza —a menudo conseguida a través de experimentos de política social financiados por las exportaciones de productos básicos— que han reforzado la estabilidad política.
Pero la pandemia interrumpió entonces este proceso y dio paso a un período de malestar económico e inestabilidad. Los sistemas de partidos políticos tradicionales de América Latina se han derrumbado, y la región parece estar firmemente atrapada por el populismo y la polarización.
Gobiernos de izquierda
Cinco de los seis países más poblados de América del Sur están dirigidos por Gobiernos de izquierda, aunque de un corte muy diferente al de los regímenes cubanos o venezolanos. El líder de Perú, Pedro Castillo, es un marxista confeso. En Chile, antiguo bastión de políticas de libre mercado, está al frente el activista de izquierdas Gabriel Boric. Colombia, considerada durante mucho tiempo un referente de la política latinoamericana, ha elegido recientemente al exguerrillero Gustavo Petro como presidente. Y Brasil, el país más poblado de la región y su mayor economía, podría unirse a estas mismas filas cuando celebre sus próximas elecciones presidenciales en octubre.
Mientras tanto, las pruebas del declive de la influencia de Occidente en América Latina siguen aumentando. En la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado febrero, cinco países latinoamericanos se negaron a condenar la invasión rusa de Ucrania (Bolivia, Cuba, El Salvador y Nicaragua se abstuvieron, y Venezuela se negó a participar en la votación). Y muchos Gobiernos latinoamericanos se han negado a unirse a Occidente en la imposición de sanciones a Rusia. Esto ha alimentado la especulación de que la región está dispuesta a retomar una postura de no alineación al estilo de los años de la Guerra Fría.
Además, varios líderes latinoamericanos prometieron boicotear la Cumbre de las Américas del mes pasado si sus homólogos cubanos, venezolanos y nicaragüenses eran excluidos. Al final, la reunión se salvó. Pero el resultado —una declaración sobre migración y una Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica— no fue nada impresionante. Por si fuera poco, Obrador cumplió su amenaza de no presentarse, y Bolivia, El Salvador, Guatemala y Honduras enviaron ministros, en lugar de jefes de Estado o de Gobierno.
Todo esto es un reflejo tanto de los fracasos occidentales como de la evolución política latinoamericana. Aunque Biden no ha mantenido la hostilidad hacia América Latina de su predecesor, Donald Trump, su Administración no ha logrado una política efectiva en la región. Los países están frustrados por la aparente indiferencia de Biden hacia ellos, y por su disposición a dejar que las inminentes elecciones de mitad de período y los estados con grandes circunscripciones hispanas dirijan la política.
Diplomacia ineficaz
Europa no lo ha hecho mejor. Desde que alcanzó «en principio» un acuerdo de libre comercio con los países del Mercosur —que aún no ha sido ratificado— el enfoque de la Unión Europea hacia América Latina ha sido mediocre. No ha llevado a cabo una diplomacia eficaz contra la pandemia, y ahora su atención se ve consumida por la guerra en Ucrania, incluidos los imperativos de reforzar su seguridad y desprenderse de la energía rusa.
Mientras tanto, China sigue ampliando su presencia en Latinoamérica. Entre el 2002 y el 2021, sus cifras comerciales con la región se dispararon, pasando de 18.000 millones de dólares a casi 449.000 millones. A este ritmo, superará los 700.000 millones de dólares en el 2035. Estas ganancias se han visto impulsadas en parte por los acuerdos de libre comercio con Chile, Costa Rica y Perú. Pekín también está trabajando en un amplio acuerdo con Ecuador y ha involucrado a 21 países en una iniciativa comercial propia.
Un éxito comercial basado en una fácil bienvenida
Pekín ha logrado este éxito ofreciendo todo sin condiciones. Como dijo un comentarista, Estados Unidos tiene un enfoque al estilo del Vaticano hacia América Latina, con muchas reglas y condiciones establecidas de antemano, mientras que China ofrece una fácil bienvenida. Esto no significa que no exija nada, sino que lo hace más tarde, normalmente en forma de cláusulas ocultas. Para cuando salen a la luz, China ya tiene un sólido punto de apoyo en la región, que incluye una creciente presencia militar.
Occidente no puede permitirse el lujo de perder a América Latina hoy más de lo que pudo hacerlo durante la Guerra Fría. La región, que es un productor clave de combustible y alimentos, puede llenar importantes vacíos en la cadena de suministro. Y lo que es más importante, la revitalización del orden internacional basado en normas requerirá que Occidente alcance una especie de masa crítica con sus socios y aliados, incluida América Latina.
Por ello, Occidente debe trabajar urgentemente para reconstruir su credibilidad perdida en América Latina.
Todo esto requerirá tiempo, compromiso y peso diplomático. Como primer paso, Estados Unidos y Europa deberían tratar de construir una cooperación en áreas de interés mutuo, como el cambio climático, la salud pública y la migración. La próxima presidencia española del Consejo de la Unión Europea ofrece una importante oportunidad para iniciar los avances. En cualquier caso, hay que dar pasos en los próximos meses.
Reactivar las relaciones con América Latina no será fácil en el clima político polarizado que reina en gran parte de Occidente. Pero cuando lo que está en juego es tan importante como el presente, no podemos permitirnos mantener la cabeza enterrada en la arena.
Ana Palacio fue ministra de Asuntos Exteriores entre el 2002 y el 2004 © 2022 Project Sindycate. Traducido por P. Avendaño