Vecinos de Quito se defienden unidos frente a una explosión de la criminalidad

Héctor Estepa
héctor estepa QUITO / E. LA VOZ

INTERNACIONAL

Ecuador acude este domingo a las urnas para elegir entre Ortega y Noboa

12 oct 2023 . Actualizado a las 22:05 h.

Cuando unos ladrones intentaron atracar la farmacia del escarpado barrio San Juan, situado en una ladera no muy lejos del centro de Quito, los vecinos ya estaban preparados. De súbito, las alarmas comunitarias, colocadas unos días antes en toda la zona, alertaron a los moradores, con un ruido atronador, de que algo no iba bien. Decenas de personas, tenderos, cocineros, transportistas e incluso jubilados salieron a la calle, armados con palos, para reducir a los maleantes. Consiguieron, finalmente, evitar el robo y entregar a los ladrones a la policía, después de golpearlos.

«Ladrón cogido, ladrón quemado. En defensa de nuestro esfuerzo, barrio organizado, barrio seguro», puede leerse en carteles regados por todo San Juan. Numerosas barriadas de la capital de Ecuador han decidido organizarse por su cuenta para defenderse del estallido violento que sufre el país y que también ha supuesto un drástico aumento de la criminalidad común, la mayor preocupación de una ciudadanía, que este domingo acude a las urnas para elegir como líder a la izquierdista Luisa Ortega o al centroderechista Daniel Noboa.

Los vecinos se organizan en chats de WhatsApp, colocan alarmas —como la que sonó en San Juan— e incluso crean brigadas para que los niños puedan ir al colegio rodeados de un mínimo de seguridad. «Da temor tener un negocio. Estos tipos ya no están solo para venir a asustarnos. Sabemos que actúan», comenta a La Voz de Galicia César Campoverde, propietario de unos ultramarinos, mientras cobra a los clientes que entran en su establecimiento. «La policía no da a basto, pero ahora, estando organizados, no nos sentimos tan abandonados», añade el tendero.

San Juan entró en un estado de pavor cuando llegaron noticias de que los extorsionadores habían arribado a los perímetros del barrio, dejando notas amenazantes en varios negocios. La extorsión creció un 300 % en Ecuador el año pasado. «Muchos locales cerraron por miedo», dice Alejandro Romero, presidente de una asociación de vecinos, que recorre las calles empinadas de la zona, mientras las miradas curiosas de los vecinos se cuelan, desde las ventanas, entre el cableado de los numerosos postes eléctricos de la zona. «Poco a poco, con la organización barrial, nuevamente reabrieron», asegura.

La comunidad recibió consejos sobre cómo actuar cuando algún negocio activa la alarma. Lo más importante es salvaguardar la propia vida. Algunos, eso sí, no se lo piensan dos veces. «En esos momentos los vecinos están enojados, con ira y van a tratar de coger al ladrón», comenta Romero.

En el robo de la farmacia pegaron a los cacos tras aprehenderlos, admiten los vecinos. En redes sociales hay numerosas imágenes de palizas a sospechosos de robo o extorsión en los cuatro puntos cardinales del país.

«Pánico» entre los clientes

«Hay pánico entre nuestros clientes y queremos demostrarle a la gente que somos un barrio preparado», asegura el dueño de una pizzería, mientras sostiene la barra de hierro que saca cuando saltan las alarmas. Ecuador pasó, entre el 2018 y el 2022, de 5,8 a 25,6 asesinatos por cada 100.000 habitantes y alcanzaría los 40 en el 2023, convirtiéndose en uno de los países más violentos del planeta fuera de zonas de guerra.

El conflicto por el territorio y el control del narcotráfico, protagonizado por bandas adscritas a los carteles mexicanos de la droga, ha disparado otros delitos como la extorsión o el robo.

«La inseguridad es producto de problemas de carácter social como la falta de empleo, la inflación y la carestía. Los jóvenes son una presa fácil», expone Manuel Moya, líder de la Confederación Unitaria de Barrios del Ecuador (CUBE), destacando que «el narcotráfico está infiltrado dentro de las altas cúpulas policiales y militares». «En la práctica se ha delegado el cuidado de uno a la propia comunidad», lamenta el dirigente vecinal de un país que no estaba acostumbrado a los actuales índices de violencia.