Europa se pone en guardia ante la violencia política en el inicio de la campaña electoral

Miguel Pérez MADRID/COLPISA

INTERNACIONAL

Agentes de la policía alemana, en una imagen de archivo.
Agentes de la policía alemana, en una imagen de archivo. Annegret Hilse | REUTERS

Llamamiento en Eslovaquia tras el intento de magnicidio de su primer ministro a aplazar los actos para evitar discursos incendiarios

16 may 2024 . Actualizado a las 21:55 h.

El intento de magnicidio contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, se ha producido justo en el comienzo de la campaña para las elecciones europeas del 6 al 9 de junio y ha puesto a los líderes de la UE en guardia. La actuación homicida de un septuagenario «lobo solitario», harto de las decisiones del Gobierno en un país extremadamente polarizado, según parece definirse el móvil a medida que las investigaciones avanzan, ha lanzado instantáneamente a los Veintisiete a declararse profundamente preocupados ante la creciente ola de violencia política y unidos en el objetivo de detenerla.

De momento, todo son declaraciones de intenciones. El propio caso eslovaco revela las dificultades para erradicar el incendiario enfrentamiento arraigado en la política. Menos de veinticuatro horas después del atentado, miembros de la coalición gubernamental -formada por socialdemócratas y la derecha ultranacionalista- se enzarzó en una feroz confrontación de responsabilidades con los sectores críticos.

Un exministro de Fico y un alto cargo de su actual gabinete llegaron a exigir la disolución del partido opositor Eslovaquia Progresista y atribuyeron el crimen frustrado a «las grandes instituciones de prensa, las organizaciones políticas no gubernamentales, los comediantes progresistas y los políticos de la oposición que engañan constantemente al público con casos inventados».

«La violencia política no tiene lugar en nuestra sociedad», dijo la jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. «Se trata de un ataque contra la democracia, un valor fundamental de la Unión Europea que todos compartimos», descartó por su parte el primer ministro irlandés, Simon Harris. Gitanas Nauseda, presidente de Lituania, aboga por una «tolerancia cero» a nivel internacional mientras la ministra española Teresa Ribera recalca que es preciso «hacer un llamamiento muy firme y serio a todos los partidos» para «frenar esta espiral».

Mark Rutte, primer ministro holandés en funciones, previno contra los «actos extremistas», los mismos que a él le han llevado a dejar de desplazarse en bicicleta al Parlamento y viajar escoltado. Sabe muy bien de lo que habla. El odio político desatada en Países Bajos obligó a su viceministra Sifrig Kaag a dejar el puesto el pasado julio, abrumada por los insultos y las amenazas, incluidas a su familia, de grupos ultra.

Kaag reunía muchas de las condiciones para convertirse en víctima de la ola de intolerancia que recorre Europa: funcionaria de Naciones Unidas, proeuropea, representante del ala izquierdista del Ejecutivo, migracionista y pareja de un palestino. En el momento en que anunció su dimisión hubo politólogos y analistas que avisaron de que este hecho debería prender las alertas en todo el bloque. Sin éxito. Las elecciones se presentan más cuesta arriba de lo normal tras el atentado contra Robert Fico. Pero por ese mismo motivo, son ahora «más importantes que nunca. La violencia debe terminar. Debemos ir a votar por la paz el 9 de junio», proclama el primer ministro húngaro, Víktor Orbán.

Sin embargo, no todos aprecian su mismo entusiamo. Dirigentes eslovacos han apostado por suspender la campaña para evitar que se fortalezca ese círculo vicioso de discursos incendiarios entre rivales ideológicos y sociales. Entre la izquierda y la derecha. Entre prorrusos y partidarios de Ucrania. Entre ultras y europeístas.

Existe un riesgo de que los movimientos extremistas, grupos conspiranoicos y jáquers especializados en injerencias electorales aprovechen las próximas semanas como caldo de cultivo, lo que ayer hizo aparecer en los medios continentales un buen ramillete de llamadas favorables a atemperar los «mensajes» y las «confrontaciones de escasa calidad» entre los políticos.

País polarizado

Juraj Cintula, el escritor de 71 años detenido por el magnicidio frustrado, parece que apretó el gatillo fuertemente influenciado por un mundo en blanco y negro. Eslovaquia es el país posiblemente más polarizado de Europa. Las movilizaciones se suceden a diario. Las más recientes se han debido al desmantelamiento de la Fiscalía Anticorrupción, que investigaba a varios cargos gubernamentales, y la decisión adoptada también por el Ejecutivo el mes pasado de cerrar la corporación pública de radio y televisión.

Una polémica clausura que justifica por sus dudas sobre la imparcialidad de la cadena y que la profesión considera en de cambio como una maniobra para crear un nuevo ente afín a los intereses gubernamentales. Cintula aludió a este hecho antes de disparar contra Fico. El Parlamento estudia dar luz verde además a una ley sobre agentes extranjeros similares a las aprobadas por Rusia y, esta misma semana, Georgia, donde las manifestaciones de rechazo han sido multitudinarias y tonadía no han visto su final.

Los movimientos prorrusos en el este y los extremistas desde Alemania hacia el oeste son los dos principales catalizadores que desestabilizan la actual Europa y un factor de enorme «riesgo», en opinión del jefe de la diplomacia de la UE, Josep Borrell. El presidente electo, Peter Pellegrini, que tomará el mando de Eslovaquia el próximo mes como relevo a Zuzana Caputova tras las últimas elecciones, mostró ayer su horror por el límite «hasta dónde puede llegar el odio hacia una opinión política diferente».

Queda por saber si los llamamientos a los partidos para suspender la campaña europea tendrán efecto. Cada Estado es libre de secundarlo. La Unión no promoverá medida colectiva alguna. El problema que ven los partidos es el de perder terreno si dejan de alentar al sufragio en Eslovaquia. Los disparos contra Fico suponen el peor atentado contra un primer ministro europeo desde el asesinato del sueco Olof Palme en 1986 cuando salía de un cine en Estocolmo.

Sin embargo, no es el primer caso de violencia política en Eslovaquia. En 1995, una banda secuestro al hijo del jefe del Estado Michael Kovac En 1995, el hijo del jefe del Estado, Michal Kovac, fue secuestrado, emborrachado e introducido en un coche. Permaneció secuestrado 176 días y luego lo liberaron en Austria. La Policía siempre sospechó de la intervención en el rapto de los propios servicios secretos eslovacos.

Cuatro años después, el exministro de Economía Jan Ducky fue acribillado a tiros delante de su casa en Bratislava, solo tres días después de que se abriera una investigación en su contra por presuntas irregularidades en la gestión de la gigantesca compañía estatal de gas. En un tercer asunto que ha venido empañando hasta ahora al presidente herido, Jan Jan Kuciak, un periodista que había denunciado las relaciones entre la mafia italiana y las altas esferas ligadas al Gobierno de Fico, fue asesinado en el 2018 junto con su novia.