El referendo sobre el aborto moviliza el voto femenino en unas elecciones en las que la alta participación favorece a los demócratas
23 oct 2024 . Actualizado a las 18:12 h.Entre Fénix y Las Vegas, las autoridades que combaten el tráfico de mujeres han encontrado un lugar íntimo en los retretes de las gasolineras y bares de carretera para tenderles la mano, el único lugar en que ningún hombre las vigila. Junto al espejo donde algunas escriben su nombre con barra de labios, por si nunca tienen la oportunidad de marcar ese teléfono, han aparecido otros carteles: «De mujer a mujer: tu voto es secreto».
Desde el 2016, los analistas sospechan que las mujeres de los «machos MAGA» (siglas del movimiento Make America Great Again) votan a Donald Trump bajo la sombra de sus maridos, influidas o sometidas por ellos. Algunas no se atreven a llevarles la contraria. Otras, simplemente, beben los vientos por sus esposos. Y muchas se sienten económica y emocionalmente dependientes.
Las elecciones del 5 de noviembre son distintas, porque lo que está en las papeletas va más allá de un candidato electoral. Se juegan el derecho a decidir sobre su propio cuerpo. «Soy vuestro protector», les dijo Trump el mes pasado en un mitin en Indiana. «Como presidente, estaréis felices, saludables, libres (sic). Ya no estaréis pensando en el aborto». Si lo que pretendía era tranquilizar al colectivo, logró lo contrario.
Más que consuelo, sonaba como la voz de un proxeneta, especialmente viniendo de un hombre condenado a pagar cinco millones de dólares por abuso sexual que se jactaba de meterles mano cuando le da la gana.
La mayoría de las mujeres negras e hispanas nunca ha creído en él. Las blancas de suburbios residenciales empiezan a pensar que tal vez no sea su «protector». En las anteriores elecciones, el líder republicano ganó un 7 % más de mujeres blancas, pero hoy, según una encuesta de CNN, solo lidera en ese grupo clave por la mínima, un 1 %.
Mientras tanto, el 52 % de las mujeres confía en Kamala Harris para manejar el tema del aborto, frente al 31 % que lo hace por Trump. Esa brecha es todavía mayor en Arizona, pese a que el magnate lleva una ligera ventaja en la intención de voto.
De los diez estados que someterán a referendo la cuestión del aborto el 5 de noviembre, Arizona y Nevada forman parte de los siete decisivos para las elecciones. Los activistas que luchan por restaurar ese derecho en Arizona confían en que muchas mujeres se atrevan a romper con sus parejas para defender su derecho más fundamental y, de camino, marquen la cruz por la que podría convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos.
La motivación para redimir a su género en el confesionario de las urnas nunca ha sido más alta. «Cuando tocamos a las puertas es el tema número uno que más interesa a los votantes», dice Cathy Nichols, directora ejecutiva de Arizona List, una organización progresista que ayuda a impulsar a «mujeres que jamás soñaron con ganar unas elecciones».
Ley de 1864 resucitada
Desde el Consejo Escolar hasta el Senado de Arizona, la lista de Nichols viste de progresismo femenino las instancias de poder. Hace un año sus voluntarias sacaron músculo al recoger 820.000 firmas para poner en las papeletas una enmienda a la Constitución estatal que garantiza el derecho al aborto hasta la viabilidad del feto, frente a las quince semanas actuales. Y eso ya es mucho más de lo que permitía la ley de 1864, que los republicanos resucitaron tras la decisión del Tribunal Supremo de EE.UU. de anular la jurisprudencia de Roe & Wade, que protegía la interrupción del embarazo en todo el país. Con la coartada federalista, Trump defiende que cada estado tome su propia postura. Harris opina que la salud reproductiva «no puede depender de tu código postal».
Aprobada casi medio siglo antes de que Arizona entrase a formar parte de la Unión, cuando todavía el indio Gerónimo y sus apaches luchaban por igual contra mexicanos y colonos, aquel vestigio del puritanismo prohibía aquí la interrupción del embarazo incluso en casos de violación o incesto, castigando a quien lo facilitase.
El caos legal que siguió provocó el cierre de seis de las nueve clínicas de Arizona. Todavía las mujeres que necesitan abortar después de las quince semanas deben volar a California o Nuevo México para no desangrarse a las puertas de un hospital, como le pasó a la propia senadora estatal Eva Bursh, que compartió su experiencia en el hemiciclo, desatando una ola de testimonios públicos a lo #MeToo.
En su contraofensiva, los republicanos han sobrecargado las papeletas de noviembre con trece referendos para diluir, por pura confusión, la proposición 139 sobre el aborto. El folleto electoral parece ya un listín telefónico, de esos que nadie menor de 40 años ha llegado a conocer.
Votantes saturados
A estas alturas de la campaña, los habitantes de los Estados bisagra están saturados. El teléfono no deja de sonar, con voluntarios abnegados que piden un minuto de su tiempo para convencerles de que estas son «las elecciones más importantes de sus vidas». Los buzones están llenos, las vallas publicitarias parpadean sin cesar y, cuando suena el timbre, un domingo por la mañana, es alguien que quiere asegurarse de que acudirán a las urnas. «Les decimos que cuanto antes manden su voto, antes dejamos de molestarlo», bromea Annie Radillo, organizadora de campo de Arizona List.
Armada con una aplicación que muestra a los demócratas o independientes que no han votado aún, recorre las calles con la urgencia de quien sabe que la contienda está en empate técnico. «Ya dormiremos cuando estemos muertos», comenta en los mítines el gobernador de Minnesota Tim Walz, candidato a vicepresidente con Harris.
El voto anticipado está disponible en Arizona desde el 7 de octubre, pero ni muerto apoyaría a Walz Leslie Swiderski, un milenial de 31 años, cuyo cuerpo tatuado de arriba a abajo hace honor a su profesión, la de los tatuajes. En el suelo del porche, bajo un sillón, yace el libreto tipo listín telefónico que se ha estudiado de principio a fin. Piensa votar a favor de la proposición 139, «el resto es basura», ha concluido, incluyendo la elección a presidente.
El Partido Demócrata perdió su apoyo para siempre en el 2016, cuando maniobró para excluir de la nominación presidencial al senador Bernie Sanders. El bombardeo de Gaza y Beirut ha terminado por dilapidar su fe. «Ya nadie es humanitario de verdad, todos son unos falsos», lamenta. Si su abstención favorece a Trump, «ellos se lo han buscado», responde con rabia nihilista. «Así el sistema se derrumbará antes».
Su mujer, Bailey O'Hara, de 29 años, escucha en silencio. Aunque está indignada con la complicidad del Gobierno de Joe Biden en lo que considera el genocidio palestino, le importa mucho la proposición 139, pero no dice nada. Decidirá a solas el 5 de noviembre, día de su cumpleaños, en el confesionario de las urnas.
Jill Biden, comprometida con la causa
Dicen que la primera dama, Jill Biden, fue una de las más indignadas por el mobbing que sufrió su marido para renunciar a la candidatura. Si fue así, no ha tardado mucho en encontrar una causa más importante que su propio legado y el partido para sobreponerse a la reelección interrupta.
A bordo del autobús azul de la Lucha por los Derechos Reproductivos se ha recorrido en Arizona ciudades tan remotas como Yuma, donde ya no hay ni reos en la prisión territorial que se asoma al río Colorado, a once kilómetros de la frontera con México. «Nadie va allí», observa con admiración Marisol García, una profesora sindical de Fénix que se ha lanzado a la campaña.
Ahora parece que hay abortos buenos y malos. Como el de Hadley Duvall, una joven de 22 años de la Kentucky rural, que se ha subido al autobús para contar que su padrastro la violó y dejó embarazada a los 12, cuando su cuerpo ni siquiera estaba preparado para llevar a buen término la gestación. O el de Kaitlyn Joshua, de Batton Rouge, que peregrinó desangrándose por los hospitales de Luisiana, mientras se le escapaba la alegría de ser madre. ¿Quién puede cuestionar en estos casos una intervención médica?
Peligro para la madre
Cathi Harrod, presidenta del Center for Arizona Policy, es de las que piensan que los demócratas «mienten», porque la atención sanitaria está disponible «cuando la madre corre peligro», pero la ginecóloga Mia Turro asegura que no siempre es blanco o negro. «¿Cuánto tiene que esperar un médico para poder decir que la muerte de la mujer es inminente e inevitable? ¿Y si en esa espera el daño acaba con las posibilidades de que vuelva a quedarse embarazada?».
Aborto es también ese procedimiento por el que un profesional extraerá el feto, incluso cerca de los nueve meses de gestación, si tiene malformaciones que le impidan sobrevivir y amenacen la salud reproductiva de la madre. ¿O debe esperar una mujer a la que se le ha roto la placenta a que el bebé muera en sus entrañas para que los médicos intervengan? Las interrupciones de embarazos pasadas las 24 semanas representan menos del 1 %, pero esos casos aislados alimentan los bulos de que hay mujeres sin escrúpulos que matan a sus hijos horas antes de nacer.
Los abortos en la última etapa de gestación son tan complicados y caros que los realiza todo un equipo médico. En 41 de los 50 estados de la Unión están prohibidos. «¡Aborto también es asistencia sanitaria!», defiende Jill Biden. Entre las apenas 200 personas del público, algunas mujeres de su generación visten camisetas con mensajes que resuenan en los oídos de muchas que por su edad nunca pasarán ya por ese procedimiento: «No me puedo creer que todavía tenga que pelear por esto», rebufan.
Las generaciones pasadas y futuras se dan la mano en el activismo que ha de salvar a las mujeres de ayer y de hoy. «Tengo una hija, nadie sabe lo que va a pasar. No quiero que decidan por ella. Lucharé para que tenga todas las opciones», promete desde el escenario el actor de Breaking bad Bryan Cranston, otro extraño aliado que acompaña a la primera dama en la cruzada de sus vidas.