Donald Trump, sin filtros: «Se comen a los perros»; «Desinfectante en vena para el covid»; «Me están llamando para besarme el culo» y otras de sus perlas

Paulino Vilasoa Boo
P. VILASOA REDACCIÓN

INTERNACIONAL

Donald Trump, en el despacho oval de la Casa Blanca
Donald Trump, en el despacho oval de la Casa Blanca Nathan Howard | REUTERS

El presidente de Estados Unidos marcó un antes y un después en los modales de la política, con un estilo directo e incendiario. Repasamos su carrera política a través de sus frases más polémicas

12 abr 2025 . Actualizado a las 13:04 h.

Donald Trump inauguró, desde su primera carrera hacia la Casa Blanca, una nueva forma de hacer política. Las buenas formas, la ejemplaridad y la diplomacia tradicional quedaron aparcadas a un lado para dar paso a una expresión sin filtros y políticamente incorrecta. Frente a los encorsetados discursos que habían dominado la comunicación de los mandatarios en los últimos años, el dueño de Mar-a-Lago traía a la esfera pública su particular arte de la negociación. Un lenguaje directo, bronco, indiferente a la realidad de los datos, populista, incendiario e irreflexivo que seguirían luego a pies juntillas dirigentes de otros países con ganas de emular su éxito.

Sin pelos en la lengua, a Trump nunca le tembló el pulso a la hora de utilizar términos hasta entonces inéditos para un residente de la Casa Blanca. Les dedicó insultos de todo tipo a sus rivales, desde definir a Stormy Daniels como «cara de caballo» hasta afearle a Hillary Clinton «no satisfacer a su marido». Dedujo que el covid se iría como por arte de magia y hasta reflexionó sobre la posibilidad de inyectar desinfectante para curar a los infectados. Despreció a los mexicanos, instándolos a pagar el muro que él construiría, o a los haitianos, acusándolos de comer perros y gatos. Y sus tuits durante la elección que perdió llevaron finalmente a la deplorable toma del Capitolio.

Repasamos su carrera política a través de una selección de algunas sus declaraciones más polémicas. Porque tiene de todo y contra todos.

«Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido, ¿qué le hace pensar que podrá satisfacer a Estados Unidos?». Cuando no había anunciado aún su candidatura a encabezar el Partido Republicano de cara a las elecciones del 2016, Trump ya dirigió su primer ataque personal contra la que iba a ser su gran contrincante por la presidencia estadounidense. No eran siquiera sus palabras —las tomó de un tuit de otro usuario que se disculpó por su mal gusto—, pero con ello dejó claro que lo suyo era bajar al barro. Su desprecio por su rival demócrata fue constante. Y ya durante la carrera presidencial dejó caer que si la ex primera dama tenía alguna opción era por «la carta» de ser mujer. «Si fuese un hombre no sacaría ni el 5 % de los votos», espetó.

«Podría ponerme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votantes». De esta forma ejemplificó Donald Trump la lealtad de sus seguidores. «¿Alguna vez habéis visto algo así?», se congratuló, henchido de orgullo, el entonces precandidato a la presidencia estadounidense. Y lo cierto es que el tiempo parece haberle dado la razón.

«Voy a construirles el muro más grande que hayan visto jamás. Y adivinad quién lo va a pagar: México». Fue su propuesta estrella en su primera carrera al Despacho Oval. Ese gran control fronterizo serviría para evitar la inmigración ilegal y el tráfico de drogas, aunque no estuviera todavía como tal el fentanilo en el centro del discurso, como lo está ahora. Trump llegó a referirse a sus vecinos de forma especialmente insensible. «No nos están mandando a los mejores. Nos mandan drogas, nos mandan crimen. Y violadores», dijo en la presentación de su candidatura, aunque luego matizó: «algunos, supongo, son buena gente».

«Mirad a China, qué sucia está. Mirad a Rusia, mirad a la India, están sucias». Así justificó Donald Trump una de las primeras medidas que anunció nada más llegar a la presidencia: sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París por el clima. Algo que tardó un par de años en concretarse. El dirigente defendió su salida porque había que «mandar millones de dólares» y el pacto «maltrataba» a EE. UU., especialmente en comparación con lo que se les pedía a las economías emergentes. Y eso que él, a pesar de todo, se definía como un ambientalista. «Creo que sé mucho más sobre el medio ambiente que la mayoría de la gente», se jactó.

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«Genial, ya puedo ir a por cara de caballo». Con ese apelativo definió a la actriz pornográfica Stormy Daniels, con la que mantuvo durante meses una mediática y compleja batalla judicial que terminó en la primera condena por un delito a un expresidente estadounidense. Era solo un ejemplo más de los apelativos que solía usar para las mujeres a las que no respetaba o con las que rivalizaba. Las menospreciaba llamándolas «cerdas gordas», «animales asquerosos», «sucias», «locas y desquiciadas», «despreciables», «mentalmente discapacitadas» y otras lindezas por el estilo. Eso sí, él se autopercibe como el mayor valedor de las mujeres. «Nadie tiene más respeto por las mujeres que yo», ha dicho en numerosas ocasiones.

«Soy la persona menos racista que existe». Esto es algo que ha defendido en muchas ocasiones. Entre ellas, en el debate contra Joe Biden, en su segunda —y fallida— carrera hacia la presidencia. Así se lo dijo a su rival en el plató, frente a una presentadora afroamericana. Y destacó: «Ni siquiera soy capaz de ver al público, de lo oscuro que está, pero no lo necesito, sé que soy la persona menos racista de esta sala». Y, sin embargo, apostó por vetar completamente la entrada de musulmanes —lo decretó finalmente para solo una serie de países islámicos, aunque los tribunales no lo permitieron—, tuvo descalificativos para mexicanos, repitió estereotipos sobre afroamericanos o chinos y, a las congresistas Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley, y Rashida Tlaib, las instó a «volverse a arreglar sus países rotos e infestados de crimen», a pesar de que, salvo Omar, que era naturalizada estadounidense, las demás eran todas nacidas y criadas en EE. UU.

«El desinfectante deja al covid KO en un minuto. ¿No hay forma de hacer eso mediante una inyección?». Esa fue la ocurrencia que dijo, así sin pensar, en plena pandemia del «virus chino», como él bautizó al coronavirus. Los servicios sanitarios saltaron enseguida a advertir a la población que no probase la sugerencia del mandatario. Esa frase es un ejemplo como otro cualquiera de la errática política sanitaria de Trump durante la pandemia. Porque lo mismo escuchaba a los expertos que los desoía por completo, llegando a declarar que tenía una «corazonada» que le decía que no había tanta tasa de muertes como parecía o que llegaría un día en que el covid desaparecería, «como si fuera un milagro». «La gente está cansada del doctor Fauci y de todos estos idiotas», dijo sobre el que venía a ser el Fernando Simón estadounidense, que no paraba de enmendarle la plana.

«¡Parad el recuento!». Aquí empezó todo. Su segunda campaña presidencial llegaba a su fin, con unas elecciones que finalmente ganó Joe Biden. Durante las jornadas de recuento de votos, Trump ya veía venir que iba a perder, y en un momento dado, el 5 de noviembre, corrió a Twitter para exigir que se dejaran de contar las papeletas. Dejaba ya caer, así, que los demócratas habían manipulado las votaciones. Fue la primera chispa de lo que estaba por llegar, apenas unos meses después.

«Si no lucháis como si fuera el infierno, no tendréis nunca más un país». Con el runrún de la manipulación electoral ya en marcha desde hacía un tiempo, el 6 de enero, día en que el Congreso debía ratificar la victoria de Biden, llegó el momento más bochornoso de la historia reciente estadounidense, la toma del Capitolio. Trump alentó a las masas conspiranoicas, diciéndoles que la democracia estaba en juego ante el robo electoral que había sufrido. «Vamos a marchar hacia el Capitolio para animar a nuestros valientes senadores y congresistas, hombres y mujeres, a que muestren fortaleza, a que sean fuertes, porque no se recuperará este país con debilidad». Muchos lo vieron como la incitación a irrumpir en el símbolo de la democracia estadounidense. Después, abandonó a sus acólitos a su suerte, diciendo que no había sido su intención.

«Mark Zuckerberg, el bicho raro este, vino a la Casa Blanca a besarme el culo toda la noche». La relación estrecha de Trump con casi todos los magnates tecnológicos de Silicon Valley se ha afianzado en su segundo mandato. Pero, ya en el primero, y cuando parecía factible que repitiese victoria, el dueño de Meta intentó camelárselo. Y el presidente estadounidense no dejó pasar la oportunidad de utilizar ese encuentro para ridiculizarlo en un mítin posterior, cuando ya no era presidente. «Señor, me encantaría cenar, señor. Me encantaría traer a mi encantadora esposa. Es usted el número uno, me gustaría felicitarlo», imitó a Zuckerberg para evidenciar la actitud aduladora y servil del fundador de Facebook.

«Se están comiendo a los perros. Se están comiendo a los gatos. Se están comiendo a las mascotas de la gente que vive allí». En la carrera a la que acabó siendo su segunda presidencia, Trump soltó este delirante alegato durante el debate contra una estupefacta Kamala Harris. Era solo una muestra más de los bulos que el candidato esparció a lo largo de su carrera. Fake news, en este caso, sobre los inmigrantes haitianos en un barrio de Springfield, en Ohio. Sus intervenciones estarían plagados de palabras humillantes hacia muchos pueblos latinos, como cuando, durante un mítin en favor de su candidatura, uno de los conferenciantes llamó a Puerto Rico, territorio autónomo de Estados Unidos, «una isla flotante de basura en medio del océano».

«No sé mucho del tema salvo que lo he lanzado y que fue exitoso». A pesar de sus polémicas, Trump consiguió la presidencia por segunda vez. Y para celebrarlo, promocionó su criptomoneda $TRUMP, que amasó en sus dos primeros días 40.000 millones de dólares. Cuando le preguntaron por ella, él minusvaloró el mercado memecoin, evidenciando su desconocimiento del tema, y, sobre sus ganancias, dijo, refiriéndose a los magnates tecnológicos presentes en la sala: «Sí, se han ganado varios miles de millones, pero eso es calderilla para estos tíos».

«España es un país BRICS. ¿Sabes qué es una nación BRICS? Ya lo descubrirás». Nada más llegar a la presidencia, Trump le soltó esta frase, con tono condescendiente, a un periodista español. Anticipaba ya entonces los aranceles, asegurando que todos los países dentro de los BRICS —donde la S corresponde a Sudáfrica y no al nombre de España en inglés— se llevarían un arancel del 100 %. Todavía no ha quedado claro si la errónea inclusión de nuestro país en ese grupo de naciones fue despiste, ignorancia o ironía.

«Vamos a cambiar el nombre del golfo de México al del golfo de América, que tiene un sonido hermoso». Trump irrumpió en su segunda presidencia con un plan ambicioso sobre la geopolítica mundial, que incluía cambios de todo tipo. Entre ellos, el nombre histórico de la cuenca oceánica que baña la costa sur de su país. Y no era una forma de hablar: Google y Apple ya han comenzado a incluir esta nueva denominación como alternativa a la tradicional.

«Creo que vamos a conseguir Groenlandia de un modo u otro». Trump llegó con un plan que incluía también la reclamación de territorios que considera que deben formar parte de Estados Unidos. Uno de ellos era Groenlandia, que juzga necesaria «por razones de seguridad nacional» y que le ha valido una gran tensión diplomática con Dinamarca, y el otro, el canal de Panamá, que espera volver a controlar pronto.

«Se lo he dicho al gobernador Trudeau». En su ambición territorial, las miras de Trump están también en añadir un nuevo estado a su país. Se trata de Canadá, a la que tanto él como sus acólitos se han referido en más de una ocasión como el 51.º estado. Y, para fortalecer su narrativa, ha pasado a nombrar al primer ministro de su país vecino, que entonces era Justin Trudeau y ahora es ya Mark Carney, como gobernador, como si fuera un dirigente federal más.

«Han contratado trabajadores que padecen discapacidades intelectuales graves». El presidente estadounidense culpó a las políticas de diversidad e inclusión de Biden y Obama del trágico accidente aéreo sucedido en Washington. Según él, el siniestro había sido causado por los «bajos estándares» mentales y físicos de los controladores aéreos. Lo defendió sin ningún argumento que respaldara esa razón para el accidente.

«Reclamaremos la franja de Gaza y la convertiremos en la Riviera de Oriente Medio». La frivolidad de Trump a la hora de hablar del territorio en guerra durante la visita de Netanyahu no fue nada comparado con un vídeo compartido semanas después, hecho por inteligencia artificial, que mostraba en imágenes el plan soñado por el estadounidense.

«La Unión Europea se creó para joder a los Estados Unidos. Era su único propósito». Europa siempre ha estado en el punto de mira del estadounidense, ya desde su primer mandato. Lo justifica de este modo. Cree que la unión de los países del Viejo Continente se hizo solo con la intención de menoscabar a su país. «Y han hecho un buen trabajo», valoró, «pero ahora yo soy el presidente».

«¡Estás jugando con la Tercera Guerra Mundial!». La más tensa reunión de Trump en el Despacho Oval fue la que tuvo con el presidente ucraniano. En la encerrona, el estadounidense lo acusó de jugar con las vidas de millones de personas al mantener la guerra, y lo amenazó implícitamente con dejarlo a su merced. «No tienes las cartas en este momento», le espetó, antes de acusarlo de ser «irrespetuoso» con EE. UU. tras la ayuda proporcionada. La cosa no acabó ahí, y poco después, calificó a Zelenski «de dictador sin elecciones». Poco después, lo negó. «¿He dicho eso? No me puedo creer que haya dicho eso».

«¿Hay alguien descontento con Elon? Si lo están, los echamos de aquí». La relación simbiótica entre Donald Trump y Elon Musk, al que le abrió de par en par las puertas de la Casa Blanca, no sentó bien a todos los miembros del Gobierno estadounidense, especialmente a los cargos electos. El dueño de Tesla llegó a ir con su hijo al Despacho Oval y también acudió a la primera reunión de gabinete del presidente. Por si quedaba alguna duda de su respaldo, les dejó claro a sus secretarios de Estado que no les quedaba otra que comérselo con patatas.

«Me han llamado ya muchos países para besarme el culo». Ha sido la última. Trump sacó pecho durante la cena anual del Comité Nacional Republicano sobre que sus aranceles estaban surtiendo efecto, ya que más de 70 países habían contactado con él para negociar tratos que evitasen las tasas. «Por favor, señor, hagamos un trato, haré lo que sea, señor», los imitó para burlarse de ellos.