Así es la vida de Daniel Sancho en la cárcel, dos años después del crimen: tiempo para escribir sus memorias y videoconferencias con un amigo
INTERNACIONAL
El español cumple cadena perpetua por el asesinato del cirujano Edwin Arrieta en la prisión de Shurat Thani
28 jul 2025 . Actualizado a las 20:34 h.Hace casi dos años, el 2 de agosto del 2023, el español Daniel Sancho asesinaba, y descuartizaba después, al cirujano Edwin Arrieta en la isla tailandesa de Phangan. Un crimen por el que fue condenado a cadena perpetua en el país asiático. La prisión de Shurat Thani —una de las más seguras y masificadas de Tailandia— es donde el hijo del actor Rodolfo Sancho ha pasado los últimos doce meses, desde su condena.
Allí conviven unos 5.000 presos con condenas de entre 15 años y la pena de muerte. Sancho tiene una celda para él solo, tal y como ha revelado su abogado, Marcos García-Montes, a Vanitatis. El español disfruta además de llamadas casi a diario con varias personas de su entorno. Dos días a la semana habla con su abogado, los miércoles siempre con su padre y otra jornada es para tener una videoconferencia con un amigo psicólogo. «Estuvo con él desde que leyeron la sentencia, lo ha arropado siempre», señala su abogado al citado medio. Con quien no habla habitualmente Daniel es con su madre, Silvia Bronchalo, que afronta un proceso judicial por maltrato contra Rodolfo Sancho, que se desató precisamente tras el crimen cometido por su hijo. Además, el letrado ha desvelado que Daniel se encuentra muy bien, tanto físicamente como anímicamente y que ocupa gran parte de su tiempo en escribir sus memorias. Un manuscrito que versará no solo sobre lo ocurrido en Tailandia, sino también sobre otros episodios de su vida.
En febrero pasado, era el propio Daniel Sancho el que contaba a la agencia Efe cómo era el ambiente en la cárcel. «Nunca me he sentido amenazado. No hay una mafia en la cárcel. Hay muchos guardias y los presos saben que el buen comportamiento es lo que les va ayudar a reducir las penas», explicaba. El español ponía en valor la prisión de Surat Thani sobre la de Samui, donde pasó los primeros meses tras su detención: «Siempre hay agua corriente, no hay cortes de luz, está limpia y además la cárcel está organizada por los funcionarios, y hay más orden que en Samui», donde cuenta que se delegaba la organización a los presos.

Una cárcel budista
El día comienza temprano en esta prisión tailandesa: a las 6:50 de la mañana los internos deben abandonar sus celdas y, a las 8:00, todos se congregan en el patio para el conteo diario. Allí se canta el himno nacional y el del rey, se realiza un rezo budista colectivo y se recitan una por una las 20 normas que rigen la vida dentro del centro penitenciario.
A partir de ese momento, el tiempo se diluye sin actividades programadas hasta las cuatro de la tarde, cuando tiene lugar una segunda plegaria budista, seguida de un nuevo recuento. Tras ello, los presos regresan a sus celdas, donde permanecerán hasta la mañana siguiente. No tienen acceso a internet y el contacto con el exterior está fuertemente restringido: los medios de comunicación y cualquier tipo de información están cuidadosamente controlados. Sin embargo, los extranjeros cuentan con ciertos privilegios, como videollamadas más frecuentes o visitas presenciales de mayor duración, según relataba Sancho.
El café, moneda de cambio
Los presos, con el pelo rapado y vestidos con uniformes azules, reciben tres comidas al día. No obstante, existe la opción de pagar por platos elaborados en el módulo de mujeres, que —según Sancho— destacan por su calidad. Los familiares pueden encargar estos menús a través de una ventanilla en la sala de espera, decorada con un retrato del rey Vajiralongkorn, por precios que oscilan entre los 30 y 60 bat (entre 0,85 y 1,70 euros).
Además, cada preso puede gastar hasta 500 bat diarios (unos 14 euros) en un pequeño economato interno, donde se venden desde helados hasta artículos de higiene personal. Pero el producto estrella es, sin duda, el café: los paquetes se han convertido en una auténtica moneda de cambio. Con ellos se puede pagar a otros reclusos por servicios como masajes —una práctica habitual en la tradición tailandesa— o el lavado de la ropa.