Lo mejor de la poesía española

> José A. Ponte Far

LA VOZ DE LA ESCUELA

«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...»
«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...» XOSÉ CASTRO

Un recorrido por las obras en verso más celebradas de nuestra literatura

20 feb 2013 . Actualizado a las 13:27 h.

Esta es la quinta entrega de un viaje por la mejor poesía de la literatura española que nos acompañará durante todo el curso. Una vez al mes traemos a estas páginas poemas que figuran entre los más celebrados de las letras castellanas. Aquí te irás encontrando con esos poemas de los que no solo debemos conocer el nombre de sus autores, sino que también sería bueno recordar algunos de sus versos y estrofas, porque han pasado ya a las páginas de oro de la literatura universal.

Para que este recorrido sea más fructífero, proponemos un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y literatura castellana:

1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.

2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma, por ambas cosas a la vez, etcétera.

3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.

4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).

5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que conozcamos.

6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema.

7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.

8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.

ROMANCE SIN TÍTULO

Lope de Vega

(1562- 1635)

Otra vez aparece en esta selección Lope de Vega. La razón no es otra que se trata de un extraordinario poeta, aunque su fama popular le haya llegado a través del teatro. Para escribir poesía Lope recomendaba «oscuro el borrador y el verso claro». Aquí está un romance que es prueba de esa claridad.

A mis soledades voy.

De mis soledades vengo,

porque para andar conmigo

me bastan mis pensamientos.

¡No sé qué tiene la aldea

donde vivo y donde muero,

que con venir de mí mismo

no puedo venir más lejos!

Ni estoy bien ni mal conmigo;

mas dice mi entendimiento

que un hombre que todo es alma

está cautivo en su cuerpo.

Entiendo lo que me basta,

y solamente no entiendo

cómo se sufre a sí mismo

un ignorante soberbio.

De cuantas cosas me cansan,

fácilmente me defiendo;

pero no puedo guardarme

de los peligros de un necio.

Él dirá que yo lo soy,

pero con falso argumento;

que humildad y necedad

no caben en un sujeto.

La diferencia conozco,

porque en él y en mí contemplo,

su locura en su arrogancia,

mi humildad en su desprecio.

O sabe naturaleza

más que supo en otro tiempo,

o tantos que nacen sabios

es porque lo dicen ellos.

«Sólo sé que no sé nada»,

dijo un filósofo, haciendo

la cuenta con su humildad,

adonde lo más es menos.

No me precio de entendido,

de desdichado me precio;

que los que no son dichosos,

¿cómo pueden ser discretos?

[...]

Dijo Dios que comería

su pan el hombre primero

con el sudor de su cara,

por quebrar su mandamiento;

y algunos inobedientes

a la vergüenza y al miedo,

con las prendas de su honor

han trocado los efectos.

Virtud y filosofía

peregrinan como ciegos:

el uno se lleva al otro,

llorando van y pidiendo.

Dos polos tiene la tierra,

universal movimiento,

la mejor vida el favor,

la mejor sangre el dinero.

Oigo tañer las campanas,

y no me espanto, aunque puedo,

que en lugar de tantas cruces

haya tantos hombres muertos.

Mirando estoy los sepulcros

cuyos mármoles eternos

están diciendo sin lengua

que no lo fueron sus dueños.

¡Oh, bien haya quien los hizo,

porque solamente en ellos

de los poderosos grandes

se vengaron los pequeños!

Fea pintan a la envidia:

yo confieso que la tengo

de unos hombres que no saben

quién vive pared en medio.

Sin libros y sin papeles,

sin tratos, cuentas ni cuentos,

cuando quieren escribir

piden prestado el tintero.

Sin ser pobres ni ser ricos,

tienen chimenea y huerto;

no los despiertan cuidados,

ni pretensiones, ni pleitos.

Ni murmuraron del grande,

ni ofendieron al pequeño;

nunca, como yo, firmaron

parabién, ni pascua dieron.

Con esta envidia que digo,

y lo que paso en silencio,

a mis soledades voy,

de mis soledades vengo.

ELEGÍA

Miguel Hernández

(1910-1941)

La muerte de Ramón Sijé, amigo de Miguel Hernández desde la infancia, produjo en el poeta una profunda convulsión interior que se tradujo en esta extraordinaria elegía, uno de los poemas de este tipo más reconocidos de la poesía europea.

«En Orihuela, su pueblo y el mío, se me

ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con

quien tanto quería».

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera;

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y en tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata le requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

EN LOS ECOS DEL ÓRGANO O EN EL RUMOR DEL VIENTO

Rosalía de Castro

(1837-1885)

La figura estelar de la poesía gallega también dejó huella en la castellana. De su libro «En las orillas del Sar» seleccionamos este delicado poema, repartido en dos rimas dedicadas, respectivamente, a la belleza y a la felicidad.

En los ecos del órgano o en el rumor del viento,

en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,

te adivinaba en todo y en todo te buscaba,

sin encontrarte nunca.

Quizás después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido

otra vez, de la vida en la batalla ruda,

ya que sigue buscándote y te adivina en todo,

sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,

hermosura sin nombre, pero perfecta y única;

por eso vive triste, porque te busca siempre

sin encontrarte nunca.

II

Yo no sé lo que busco eternamente

en la tierra, en el aire y en el cielo;

yo no sé lo que busco, pero es algo

que perdí no sé cuándo y que no encuentro,

aun cuando sueñe que invisible habita

en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he volver a hallarte

en la tierra, en el aire ni en el cielo,

¡aun cuando sé que existes

y no eres vano sueño!

ADELFOS

Manuel Machado

(1874-1947)

Poeta brillante y refinado, al que Borges consideraba por encima de su hermano Antonio; con gran ingenio y frescura en sus versos; se dibujó poéticamente a sí mismo en varios poemas. Este es uno de los más celebrados.

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron

-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-,

que todo lo ganaron y todo lo perdieron.

Tengo el alma de nardo del árabe español.

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer...

Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...

De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.

En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...

y la rosa simbólica de mi única pasión

es una flor que nace en tierras ignoradas

y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

Besos, ¡pero no darlos! Gloria... ¡la que me deben!

¡Que todo como un aura se venga para mí!

Que las olas me traigan y las olas me lleven

y que jamás me obliguen el camino a elegir.

¡Ambición!, no la tengo. ¡Amor!, no lo he sentido.

No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.

Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido

Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud.

De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.

No se ganan, se heredan elegancia y blasón...

Pero el lema de casa, el mote del escudo,

es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme

lo que hago por vosotros hacer podéis por mí...

¡Que la vida se tome la pena de matarme,

ya que yo no me tomo la pena de vivir!...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer...

De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.

¡El beso generoso que no he de devolver!

PENSAMIENTO DULCE SILENCIOSO

Miguel de Unamuno

(1864-1936)

Su poesía es grave y sencilla, simultáneamente. El Unamuno pensador se cuela en sus poemas a través de un lenguaje depurado y culto, aunque refleje una escena familiar y hogareña, como este soneto.

En el fondo, las risas de mis hijos;

yo sentado al amor de la camilla;

Heródoto me ofrece rica cilla

del eterno saber y, entre acertijos

de la Pitia venal, cuentos prolijos,

realce de la eterna maravilla

de nuestro sino. Frente a mí, en su silla,

ella cose, y teniendo un rato fijos

mis ojos de sus ojos en la gloria,

digiero los secretos de la historia,

y en la paz santa que mi casa cierra,

al tranquilo compás de un quieto aliento,

ara en mí, como un manso buey la tierra,

el dulce silencioso pensamiento.

RETRATO

Antonio Machado

(1875-1939)

La importancia que la historia de la literatura concede hoy a Antonio Machado es la que corresponde a un poeta de primera línea. Su poesía es sencilla y directa, y así se refleja en este «Retrato», que inaugura su inmortal libro «Campos de Castilla».

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido

-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-;

mas recibí la flecha que me asignó Cupido

y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;

mi soliloquio es plática con este buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habitó,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje

y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.