Lo mejor de la poesía española e hispanoamericana

LA VOZ DE LA ESCUELA

La antología poética que La Voz de la Escuela ofrece cada mes amplía su ámbito a los más destacados creadores de allende el Atlántico

09 abr 2014 . Actualizado a las 12:51 h.

Continuamos con la serie poética iniciada a principios de curso y que cada mes trae a La Voz de la Escuela una selección de poemas de la literatura hispanoamericana.

Aquí te irás encontrando con esos poemas que no solo debemos conocer, sino que de ellos deberíamos recordar versos y estrofas y saber el nombre de sus autores, porque han pasado ya a las páginas de oro de la literatura universal.

Para que este recorrido sea más fructífero, os propongo un sencillo método de trabajo en la clase de Lengua y literatura Castellana:

1. Leemos, uno a uno, todos los poemas.

2. Escogemos el que más nos haya gustado, por la razón que sea: por su contenido, por su forma o por ambas cosas a la vez.

3. Lo copiamos en el cuaderno de Lengua.

4. Analizamos la rima del poema (asonante, consonante o libre).

5. Analizamos la medida de los versos y las figuras literarias que reconozcamos.

6. Explicamos cuál es el tema principal o el contenido del poema.

7. Leemos el poema varias veces hasta aprenderlo. Después, siguiendo las indicaciones del profesor, lo recitamos en clase.

8. Recogemos información sobre los autores de estos poemas y redactamos un breve informe sobre cada uno. Se puede utilizar el libro de texto de Lengua Castellana y Literatura o recurrir a Internet.

9. Algunos de estos poemas han sido musicados por cantautores. Los buscamos en YouTube y los escuchamos.

10. Comprobamos las variaciones que se han producido y, sobre todo, disfrutamos de ellos.

Romance de la pena negra

Federico García Lorca (Granada, 1898-1936)

En su extraordinario «Romancero gitano», Lorca hace una defensa explícita de esta etnia reivindicando su cultura y condenando su marginación. En este poema, Soledad Montoya es una mujer gitana, pero también el símbolo de la mujer marginada a sus labores domésticas a lo largo de todos los tiempos.

Las piquetas de los gallos

cavan buscando la aurora,

cuando por el monte oscuro

baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne,

huele a caballo y a sombra.

Yunques ahumados sus pechos,

gimen canciones redondas.

Soledad, ¿por quién preguntas

sin compaña y a estas horas?

Pregunte por quien pregunte,

dime: ¿a ti qué se te importa?

Vengo a buscar lo que busco,

mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,

caballo que se desboca,

al fin encuentra la mar

y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,

que la pena negra, brota

en las tierras de aceituna

bajo el rumor de las hojas.

¡Soledad, qué pena tienes!

¡Qué pena tan lastimosa!

Lloras zumo de limón

agrio de espera y de boca.

¡Qué pena tan grande! Corro

mi casa como una loca,

mis dos trenzas por el suelo,

de la cocina a la alcoba.

¡Qué pena! Me estoy poniendo

de azabache carne y ropa.

¡Ay, mis camisas de hilo!

¡Ay, mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo

con agua de las alondras,

y deja tu corazón

en paz, Soledad Montoya.

* *

Por abajo canta el río:

volante de cielo y hojas.

Con flores de calabaza,

la nueva luz se corona.

¡Oh pena de los gitanos!

Pena limpia y siempre sola.

¡Oh pena de cauce oculto

y madrugada remota!

La caricia perdida

Alfonsina Storni (Suiza, 1892-Mar del Plata, 1938)

Mujer de origen humilde, se hace un hueco en las letras argentinas escribiendo prosa y poesía, siendo este último género el que le proporcione un lugar destacado en el mundo literario. Su poesía evoluciona desde el tardorromanticismo al vanguardismo de su última etapa. Se suicida ahogándose en el mar, hecho que se popularizó en la canción «Alfonsina y el mar», del músico Ariel Ramírez y el escritor Félix Luna.

Se me va de los dedos la caricia sin causa,

se me va de los dedos... En el viento, al pasar,

la caricia que vaga sin destino ni objeto,

la caricia perdida ¿quién la recogerá?

Pude amar esta noche con piedad infinita,

pude amar al primero que acertara a llegar.

Nadie llega. Están solos los floridos senderos.

La caricia perdida, rodará... rodará...

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de besar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida, ¿me reconocerás?

Los Borges

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986).

Para muchos, el mejor escritor de las letras castellanas en el siglo XX. Como prosista y como poeta. Precisión, contención, exactitud verbal y profundidad de pensamiento. En este soneto nos habla de sus antepasados.

Nada o muy poco sé de mis mayores

portugueses, los Borges: vaga gente

que prosigue en mi carne, oscuramente,

sus hábitos, rigores y temores.

Tenues como si nunca hubieran sido

y ajenos a los trámites del arte,

indescifrablemente forman parte

del tiempo, de la tierra y del olvido.

Mejor así. Cumplida la faena,

son Portugal, son la famosa gente

que forzó las murallas del Oriente

y se dio al mar y al otro mar de arena.

Son el rey que en el místico desierto

se perdió y el que jura que no ha muerto.

Soneto XIII

Garcilaso de la Vega (Toledo, 1496-Niza, 1536)

Garcilaso es el ejemplo perfecto del militar y cortesano que preconizaba el Renacimiento. Este es uno de los cuarenta sonetos del autor que se conservan y en él desarrolla el mito clásico de Dafne, una ninfa que, viéndose perseguida por Apolo, sa transforma en laurel para salvarse del acoso del dios. Soneto plenamente renacentista en forma y contenido.

A Dafne ya los brazos le crecían,

y en luengos ramos vueltos se mostraba;

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían

los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:

los blancos pies en tierra se hincaban,

y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,

a fuerza de llorar, crecer hacía

este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡Oh mal tamaño!

¡Que con llorarla crezca cada día

la causa y la razón porque lloraba!

Se querían

Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898-Madrid, 1984)

Uno de los grandes de la generación del 27 y de la poesía española del siglo XX, lugar que vino a ratificar el premio Nobel concedido en 1977. Su influencia en distintas generaciones ha sido importantísima.

Se querían.

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,

labios saliendo de la noche dura,

labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?

Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,

a esa amorosa gema del amarillo nuevo,

cuando los rostros giran melancólicamente,

giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos

laten bajo la tierra y los valles se estiran

como lomos arcaicos que se sienten repasados:

caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,

entre las duras piedras cerradas de la noche,

duras como los cuerpos helados por las horas,

duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,

ondas que por los pies acarician los muslos,

cuerpos que se levantan de la tierra y flotando...

Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,

mar altísimo y joven, intimidad extensa,

soledad de lo vivo, horizontes remotos

ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,

como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,

dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,

donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,

ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,

mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,

metal, música, labio, silencio, vegetal,

mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Donde habite el olvido

Luis Cernuda (Sevilla, 1902-México, 1963)

La guerra y el exilio posterior sumieron en el semiolvido a este gran poeta que, poco a poco, acabó convirtiéndose en el gran referente de, por lo menos, una muy importante tendencia de la poesía española contemporánea.

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.