Por qué no debes temer a una resonancia magnética

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

EL BOTIQUÍN

Aproximadamente un 15 % de los pacientes sienten claustrofobia al realizarse a una resonancia magnética.
Aproximadamente un 15 % de los pacientes sienten claustrofobia al realizarse a una resonancia magnética. La Voz de la Salud | iStock

La claustrofobia es un problema muy frecuente que disuade a muchos pacientes a la hora de realizarse esta prueba médica

17 ago 2022 . Actualizado a las 13:11 h.

A nadie le gusta acudir a hacerse pruebas médicas. En la mayoría de los casos, hacerlo implica soportar algún tipo de incomodidad, dolor o molestia. Después de todo, las exploraciones están pensadas para poder evaluar el estado de nuestra salud y para ello es necesario ver lo que ocurre en el interior del cuerpo. Penetrar esa barrera del exterior a la parte interna conlleva un nivel de invasión que puede ser altamente variable y que, en general, dependerá del tipo de problemas que se estén buscando. Desde una toma de presión arterial hasta una colonoscopia, los exámenes médicos pueden dar información crucial a los profesionales para saber qué tratamiento administrarnos.

Pero a veces, la incomodidad que se sufrirá durante la pruebas producen un temor o una incomodidad de tal magnitud que acaban por disuadir a ciertos pacientes de la búsqueda de tratamiento. En este sentido, una de las pruebas que más miedo dan a las personas es la resonancia magnética: por la naturaleza de la máquina de resonancia, muchos pacientes experimentan ansiedad y claustrofobia al someterse a ella.

Cómo es una resonancia magnética

Las resonancias son estudios que tienen una duración de entre 20 y 60 minutos, en los que el paciente se tumba en una mesa y se introduce paulatinamente el cuerpo en un tubo similar a un túnel. Gracias a esta técnica se pueden obtener imágenes o «cortes» a través de imanes y ondas de radio, sin necesidad de utilizar rayos X.

Por qué nos da ansiedad hacernos una resonancia

Dejando de lado los motivos médicos por los cuales hay que realizarse la prueba, es el momento en sí de la resonancia lo que a muchas personas les causa problemas. Y esto no es una exageración: realmente hablamos de una gran cantidad de pacientes que reportan estos temores. En ocasiones, la ansiedad anticipatoria puede efectivamente hacer que la persona cancele la cita y no acuda a hacerse la prueba, con el consecuente perjuicio que tendrá para su salud la demora en un diagnóstico. La razón suele ser la claustrofobia que se experimenta al meterse en la máquina, que es estrecha y ruidosa.

«La resonancia es más cerrada que otras máquinas y esto siempre ha existido. Se estima que un 15 % de los pacientes más o menos tienen claustrofobia y tienen temor a hacerse la resonancia. Aun así, el número de exploraciones que se suspenden o que necesitan sedación suele ser en torno al 10 %, no más», observa el radiólogo Luis Concepción, Responsable de Asuntos Profesionales de la Sociedad Española de Radiología Médica (SERAM).

«La claustrofobia tiene su origen en una mala asociación. Esto quiere decir que el paciente asocia que encerrarse es algo peligroso o que no van a permitirle huir. Es un miedo a no poder salir de la situación. Entonces, la persona, cuando se introduce en un lugar en el que siente que no va a poder escapar, por ejemplo, un sitio cerrado, un tubo de resonancia magnética, un tren, un avión o un ascensor, asocia estas situaciones con un peligro inminente y cree que si tiene que salir, no va a poder», explica Diego Antelo, psicólogo del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia.

Se trata, entonces, de una distorsión cognitiva: sabemos que la prueba no es una situación que nos vaya a poner en peligro y sabemos que podremos salir si lo necesitamos, pero esto no calma el temor. «El problema es que la persona no sabe relajarse en ese entorno. Lo que suele hacer es escapar de sitios y situaciones que sean así. Pero una resonancia magnética es una prueba que cuando te la piden es obligatoria. Como te meten la cabeza en una zona en la que solo ves una cúpula blanca, da la sensación de que estás encerrado, pero no es verdad. En realidad, es un problema de asociación de imágenes y de percepción distorsionada», detalla Antelo.

Estos miedos son frecuentes en grupos específicos de pacientes: en particular, «como grupo genérico, la claustrofobia es más frecuente en las mujeres que en los hombres. Luego, como grupo de exploración, los que entran con la cabeza primero y, sobre todo, los que tienen que llevar un casco en la cabeza, son los que tienen más claustrofobia», observa Concepción. También puede haber problemas con los niños de entre 2 y 10 años, porque es difícil lograr que se mantengan quietos durante el tiempo que dura la exploración, señala.

El ruido que produce la máquina al generar las imágenes tampoco ayuda. «El ruido es un potenciador del estrés. Si no hubiera ruido, el paciente no tendría tanta ansiedad. Porque, cuando estamos tan agobiados por algo, cualquier otra cosa que aporte más información por la vía auditiva o visual, que es por donde más información entra, provoca una saturación de estrés. Entonces, la persona sufre muchísima angustia, incluso pudiendo provocar desmayos o sudoración, o mucha tensión muscular, mucho movimiento e inquietud», explica el psicólogo.

¿Cómo se trabaja sobre este miedo?

Cuando hablamos de un temor a hacerse una resonancia que tiene que ver con una sensación de claustrofobia, hay varios puntos desde donde este problema puede ser abordado. Aunque lo ideal sería realizar un tratamiento psicoterapéutico que nos ayude a superar el miedo, esto no siempre es posible en los plazos requeridos para poder hacernos la resonancia, ya que pueden ser necesarias unas seis sesiones de psicoterapia para poder enfrentarse a la prueba. Sin embargo, esto no quiere decir que sea imposible hacerse la resonancia si se tiene claustrofobia. Hay algunas medidas que se pueden tomar desde el lado de la radiología para hacer que la situación sea tolerable en muchos casos.

Una posibilidad es utilizar las máquinas de resonancia abiertas en lugar de las tradicionales. «Se puede pedir en los centros privados o públicos que tengan esta máquina. El único perjuicio es que las pruebas de resonancia magnética abierta suelen tener menos resolución que las de campo cerrado, porque tienen menos capacidad de hallazgo. Pero igualmente es una buena alternativa en muchos casos», apunta Antelo.

En estas máquinas, efectivamente, «la sensación es un poco menos claustrofóbica, porque, en vez de tener un túnel, los lados están abiertos. Sigues teniendo el techo cerca y la posibilidad de tener un casco puesto en la cabeza, pero los brazos se sienten más libres. Aunque la calidad de esas máquinas no siempre es la mejor, entonces, hay que ver si realmente sirve para lo que estamos buscando», coincide Concepción.

«Todo depende de si es imprescindible que se la haga o hay otra prueba que pueda dar información parecida. El siguiente paso es, dentro de la prueba que le vamos a hacer, saber si es necesario que entre con la cabeza por delante o no. Porque sabemos que los pacientes que entran con la cabeza por delante sufren mucha más claustrofobia. Entonces, todas las exploraciones que son del ombligo para abajo pueden hacerse sin tener que meter la cabeza primero», explica Concepción.

«Luego, hay algunas cosas que pueden funcionar, como intentar hacer la prueba en horarios en los que haya menos gente en el hospital, para que se sientan menos presionados. Hay otros sistemas que son de realidad virtual o con gafas de animación, o incluso pequeños espejos que se colocan dentro de los aparatos, que hacen que los ojos les den la sensación de que están viendo fuera del túnel. Eso les ofrece una sensación de paz», dice el radiólogo.

Las opciones no acaban aquí. Antes de la resonancia, es posible tomar ciertas medidas para prepararse anímicamente. Concepción recomienda en este sentido preguntar todo y contar con información acerca de cómo será la prueba, de forma tal de poder regular las expectativas al respecto. «En general, hay períodos de cuatro o cinco minutos en los que tienen que estar quietos y no hacer nada, y luego en los intermedios el técnico puede hablar con ellos e irles explicando cuánto falta, cómo está saliendo, y al final se sienten más acompañados. Existe también la posibilidad de que alguien les acompañe durante la exploración al menos para que tengan contacto físico, que les puedan tocar la pierna y estar con la persona, pero la permanencia dentro de los campos electromagnéticos también está limitada. Luego, está la posibilidad de premedicarse. La gente que es muy ansiosa en esto puede hablar con su médico prescriptor y tomar un ansiolítico una hora antes», propone. Sin embargo, aclara que la sedación durante la prueba es el último recurso y no suele recomendarse.

Superar la claustrofobia

Si la sensación de claustrofobia está limitando nuestra capacidad de soportar una resonancia magnética, es probable que también esté interfiriendo con otros aspectos de nuestra vida diaria. Es importante saber que una fobia se considera un trastorno de la salud mental y se puede superar con un tratamiento psicoterapéutico.

«Todos los miedos se superan con lo que los psicólogos llamamos la exposición controlada. Es un entrenamiento en el que se va incrementando poco a poco el tiempo de estancia en ese lugar cerrado. Hay que empezar por lugares abiertos e ir pasando a lugares semiabiertos y luego a espacios cerrados. Nunca se debe hacer un cambio brusco de encerrarse, porque entonces viene la ansiedad bruscamente y vuelve a incrementarse el miedo. Entonces, lo ideal es hacer entrenamiento a la exposición en el que vayan controlando la ansiedad que tienen hasta lograr dominarla del todo. No es lo mismo estar en la terraza de un bar que estar dentro y no es lo mismo quedarse encerrado en un pabellón en el que hay mucho espacio que quedarse encerrado en un baño pequeño», explica Antelo.

Para lograr acostumbrarnos y superar estos miedos, podemos utilizar asimismo herramientas. Hoy, los psicólogos se sirven de la tecnología para realizar simulacros de exposición al temor. «Ahora se utiliza la realidad virtual en las aplicaciones de las fobias y se puede utilizar en el contexto de la resonancia: el paciente se va viendo en la sala de espera, se va viendo cómo habla con el técnico, que le va a resolver todas las dudas que tenga, y luego se le enseña al paciente, dentro de la prueba, en la camilla, a respirar profundamente e intentar evadirse pensando en situaciones, paisajes, tareas. Una estimulación cognitiva hace que esté centrado y no se mueva», cuenta Antelo.

«La recuperación es casi completa, pero requiere de un entrenamiento. Igualmente, el entrenamiento no dura mucho, con hacer seis o siete exposiciones es suficiente. Lo ideal es que uno se entrene con ejercicios de 15 minutos o 20, para que, si se tiene que quedar mucho tiempo quieto durante la prueba, pueda permanecer ese tiempo quieto», apunta el psicólogo.

Por último, debemos recordar que no estamos solos con nuestro miedo. Pedir ayuda y hablar con los profesionales al respecto es clave para evitar el sufrimiento durante la resonancia. «Las instalaciones de los grandes hospitales atienden a unos 25 pacientes diarios por máquina. Eso quiere decir que hacen más de 100 pacientes a la semana. Entonces todas las semanas atendemos a alguien que tiene algún tipo de problema. Es muy frecuente. Y el personal está muy motivado para intentar ayudar a los pacientes. Lo que tienen que hacer es dejarse ayudar. Que expresen sus angustias y sus dudas y el personal les ayudará», aconseja Concepción.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.