La sanidad militar desempeña un papel crucial en las operaciones y todos los combatientes son formados para atender a heridos en conflicto
12 nov 2023 . Actualizado a las 21:23 h.Una corneta suena. Es un anuncio, uno de esos que un civil en territorio militar no sabe interpretar, pero que moviliza a la base General Morillo de Figueirido (Pontevedra), el lugar donde la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable del Ejército de Tierra guarda a sus unidades. La Brilat perdió su condición de aerotransportable en el año 2016, pero a la Brigada Galicia VII —ese es su nombre oficial— le será difícil desprenderse de un acrónimo que todos conocen en la zona.
La vida de esta unidad se desarrolla en más de 400 hectáreas de terreno cedidas al Ministerio de Defensa. En un pequeño edificio de la zona norte, dos ambulancias, una civil y otra militar, están aparcadas, indicando que la actividad sanitaria de estas tropas se desarrolla entre sus muros. En la entrada, espera Carlos Adarve Castillo. Se cuadra y se presenta. Es capitán enfermero destinado en el regimiento de infantería Isabel La Católica número 29, especialista en urgencias y emergencias en operaciones e instructor de Tactical Combat Casualty Care (Atención de Heridos en Combate Táctico, en inglés) de tratamiento de bajas en operaciones, el idioma médico que hablan todas las tropas de la OTAN. En su galleta de identificación, además de su apellido y las tres estrella de capitán, aparece el emblema de enfermería militar, un caduceo insertado en una corona de laurel.
El centro de simulación
La cabo Idoia Rodríguez Buján, fallecida por la explosión de una mina en Afganistán en el año 2007, es la primera militar española fallecida en una misión en el extranjero. Ella da hoy nombre al centro de simulación clínica de la Brilat. Aquí se forma a los soldados en Tactical Combat Casualty Care, protocolo creado por el ejército de Estados Unidos y que hoy sirve de referencia a los ejércitos miembros de la Alianza Atlántica para atender a sus heridos en combate; para que fluya la cadena asistencial. «Siempre se dice que la guerra es un caos controlado», dice el capitán que comienza a desgranar los pasos en caso de que los planes en una operación militar no salgan como estaba previsto.
«Cuando nos instruimos, hablamos el mismo idioma y tenemos los mismos procedimientos. Al desplegarnos en zona de operaciones, si yo tengo que dar una primera atención, pero la evacuación la hace, por ejemplo, una célula de estabilización italiana, tenemos que haber seguido los mismos procedimientos para que esa baja en combate sea atendida bajo la misma metodología y podamos trabajar en conjunto», explica.
Aunque las patologías puedan ser las mismas, poco tiene que ver la sanidad militar con la civil. «Tenemos que asociar una buena medicina con una buena táctica. Si nos están atacando, no podemos pararnos con un herido a atenderlo como lo atenderíamos en la ciudad», recuerda el capitán Adarve. Ningún hospital tiene en su día a día la atención a pacientes que han pisado una mina antipersona. La estabilización del herido debe ser rápida y, muchas veces, son los propios compañeros los que deben dar una primera asistencia. Por eso, todos serán formados en nociones básicas de salud. Por eso, todos llevan un Botiquín Individual de Combate (BIC).
Simulacro de caos
Las puertas del centro de simulación se abren y una densa humareda escapa del interior. La habitación, iluminada tenuemente por unos leds que la tiñen de rojo, imita la oscuridad que una unidad podría encontrarse en zonas de operaciones. Por un sistema de megafonía, suenan disparos y hélices de helicópteros. Se busca engañar al cerebro, subir las pulsaciones y someter a estrés a los que practican los primeros auxilios a un soldado herido. En una habitación contigua separada por un cristal, los responsables de la instrucción graban y observan en varios monitores el desarrollo de la sesión. A través de un software, también desde esta pecera se controlan las condiciones del entorno y las patologías del ‘paciente’.
El soldado Carbonell y el soldado Vázquez López, ambos miembros del pelotón de morteros del Batallón Zamora, practican hoy. Tratan de controlar a un herido que tiene mala pinta. Ha perdido una pierna de la rodilla para abajo y deben cortar la hemorragia para estabilizarlo.
«Trabajamos cómo sacar heridos de situaciones tácticas complicadas, como puede ser el interior de un vehículo. Estimamos que un combatiente, cuando lleva su protección balística, sus placas, su armamento, la mochila y todo su material, pesa entre 100 y 120 kilos», detalla el oficial. Los escenarios de atención a heridos son múltiples: desde una evacuación planeada —conocida como medevac— a una situación menos controlada que deberá realizarse con los medios disponibles de esa compañía —conocida como casevac—.
Mientras dura el ejercicio, el herido sangra. Adarve explica que los soldados utilizan pastillas con olor a sangre para aprender a reconocer su característico olor metálico. Un entrenamiento que evitará errores si les toca desempeñar cuidados equipados con gafas de visión nocturna que les impidan distinguir colores.
El método
«Se busca que el primer interviniente en el rescate, sea sanitario o no, atienda a la baja y que intente que continúe con vida con las herramientas que tienen en el Botiquín Individual de Combate focalizándose sobre todo en hemorragias exanguinantes, control de la vía aérea y asegurando la respiración. Inmediatamente habrá que prevenir la hipotermia y esperar a que el personal sanitario realice unos tratamientos más avanzados y pueda ser evacuado en las mejores condiciones», desgrana el capitán Adarve.
Lo que describe es parte del algoritmo March, que utilizan los sanitarios militares. Integrado en las estrategias del manual Tactical Combat Casualty Care, March (marzo y también marcha, en inglés) es un acrónimo de fácil memorización que marca los pasos a seguir. M de hemorragia masiva (massive hemorrhage); a de vías respiratorias (airway); r de respiración (respirations); c de circulación (circulation); y h de hipotermia (hypothermia).
«Todos trabajamos de la misma manera. Para las hemorragias, tenemos simuladores para practicar con torniquetes y agentes hemostáticos que cohíben esos grandes sangrados. Para el control de la vía aérea, también contamos con dispositivos para actuar en el caso de que una persona quede inconsciente. Si tenemos una herida en el tórax, todo combatiente dispone de parches torácicos que evitan la entrada de aire, pero permiten la salida. También nos instruimos en hacer cricotiroidotomías que permitan la respiración. A nivel de circulación, en las formaciones más avanzadas aprendemos a coger vías venosas e intraóseas, pero el combatiente puede poner una pulsioximetría que mida las constantes vitales. Y, por supuesto, controlamos la hipotermia, que en nuestro medio es muy importante. En un sangrado, las personas perdemos mucha temperatura», enumera, paso a paso, el instructor. Todo este modelo, estandarizado a nivel internacional, es impartido en Pontevedra por sus profesionales de la sanidad militar. Sus clases las reciben unidades del ejército español y de otros cuerpos aliados.
Patologías habituales
¿Con qué problemas habituales se encuentran estos sanitarios cuando están desplegados en zona de operaciones? Un enorme torniquete de uso exclusivo militar apoyado en una mesa permite hacerse una idea. Este aparato sirve para cortar por completo y de manera inmediata la circulación de cintura para abajo, lo cual ayuda a hacerse una idea de la gravedad de las heridas que suelen ver.
«Una de las patologías más frecuentes en combate es el neumotórax a tensión. Una explosión puede desencadenar esta patología; hablamos de una onda expansiva sobre unas vísceras que provoca que la pleura se rompa. Un disparo en el tórax también nos puede generar un neumotórax, o una colisión con un vehículo», enumera el capitán. No es la única emergencia habitual: «Por lo que más muertes ha habido en combate a lo largo de la historia son las hemorragias exanguinantes». No es fácil cortar un gran sangrado cuando no se dispone de un quirófano.
Mientras su superior hace un repaso a las urgencias frecuentes, los dos soldados, arrodillados todavía sobre el cuerpo, miran su reloj mientras rellenan la tarjeta de herido, una pequeña ficha también estandarizada a nivel internacional. En ella se indican los tratamientos aplicados, la hora de intervención o las zonas afectadas. «Es fundamental que se categorice bien a los heridos: si es muy urgente, si es urgente quirúrgico o si es rutinario. Con esta información, desde un escalón superior podremos enviar los mejores medios para atender a ese paciente como se haría en territorio nacional».
Salud en movimiento
La logística juega un papel imprescindible. El ejército se mueve constantemente —ya sea a maniobras o zonas de operaciones— por lo que la agilidad de los desplazamientos debe ser medida al milímetro. «Todo va metido en contenedores. Todo tiene que tener la capacidad de ser móvil. La formación sanitaria, tanto de las brigadas como de los batallones, tiene que ser capaz de seguir al combate. Nos formamos en montar y desmontar; vamos pegando pequeños saltos para poder estar lo más cerca posible del combatiente y dar una primera atención especializada. Por eso, al ser una unidad de combate, tenemos que centrarnos precisamente en esa formación sanitaria del personal combatiente. Podemos ser muy buenos especialistas en sanidad de combate, pero si el primer interviniente no es capaz de reconocer una hemorragia exanguinante, cuando lleguemos, poco habrá que hacer», dice con crudeza Adarve, que abre las persianas. La luz vuelve a convertir en una habitación el escenario que se pueden encontrar mañana.