Carmen Fiuza, investigadora en cáncer infantil: «Los pacientes que hacen ejercicio reducen el tiempo de hospitalización»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Carmen Fiuza es experta en ejercicio para pacientes oncológicos infantiles.
Carmen Fiuza es experta en ejercicio para pacientes oncológicos infantiles.

La experta explica que la actividad física mejora la efectividad del tratamiento oncológico y también disminuye el impacto de efectos adversos como la fatiga o la pérdida de autonomía en los niños

29 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En los últimos años, la actividad física se ha convertido en uno de los pilares para la prevención de enfermedades y la alarmante prevalencia del sedentarismo ha sido señalada como un gran factor de riesgo en el desarrollo de numerosas patologías, entre ellas, el cáncer. Pero las virtudes de un estilo de vida activo no se detienen en la prevención, sobre todo, cuando se trata de niños. Si hablamos de pacientes oncológicos pediátricos en tratamiento, el seguir un régimen de ejercicios, sobre todo aquellos enfocados en incrementar la fuerza muscular, puede suponer unos mejores resultados y un aumento en la calidad de vida, con estudios que incluso observan reducciones en los días de hospitalización en los pacientes que entrenan. Analizamos los beneficios de este tipo de programas complementarios al tratamiento con quimio o radioterapia junto a la investigadora Carmen Fiuza, especializada en el ejercicio en niños con cáncer. La experta forma parte del grupo de ponentes que impartieron sesiones en el curso Oncología Integrativa, organizado por la Universidad de Santiago de Compostela junto a Talaso Atlántico, que se llevó a cabo este verano.

—¿Cuáles son los beneficios del ejercicio en niños con cáncer?

—Cuando le dices a una madre o a un padre que su hijo tiene cáncer y que quieres que se ponga a hacer ejercicio, hasta hace poco, las respuestas eran: «Pero si mi hijo está enfermo, ¿cómo se va a levantar de la cama? Eso es malísimo». Pues no, es seguro. El ejercicio durante el tratamiento lo que hace es mejorar sus niveles de fuerza muscular. Esto, si lo traducimos al día a día, significa que el niño va a ser capaz de jugar, que es esencial para su vida y para relacionarse con los demás y disfrutar. También va a poder ir al baño solo, no va a depender de sus padres y no va a perder la autonomía que estaba empezando a coger. Esos niveles de fuerza muscular se traducen en poder hacer vida de una forma digna e independiente. Y se ha visto también que el ejercicio mejora la calidad de vida, porque mejora la capacidad funcional. Los niños son capaces de bajar y subir escaleras, ir a pasear y relacionarse con sus amigos. Esos beneficios te los da el ejercicio. Pero además, para el sistema inmune, el ejercicio físico también ayuda a que los tratamientos funcionen mejor, ayudando a las células que se encargan de atacar a los tumores.

—¿Hay ejercicios que hayan demostrado mayores beneficios que otros?

—Lo primero es hacer que el ejercicio les guste. Que lo vean como una herramienta que ellos tienen para hacer frente a la enfermedad. Cuando algo nos gusta, lo hacemos. Entonces, por ahí hay que empezar. Les preguntamos si antes hacían ejercicio y qué les gustaba hacer, sea fútbol, baloncesto, correr o bailar. Intentamos adaptar el ejercicio para tenerlos adheridos. Después, manejamos el ejercicio como si fuera un tratamiento no farmacológico. Necesitamos hacerlo de una manera específica para obtener los beneficios que queremos. En este sentido, se ha visto que el ejercicio de fuerza es el que más ayuda a los pacientes. El beneficio del ejercicio aeróbico, en pacientes pediátricos, no está tan claro. Utilizamos bandas elásticas, juegos, el propio peso corporal del paciente o bicicletas.

—¿El mantenerse activo reduce los efectos adversos de las terapias para el cáncer?

—Sí. Uno de los efectos secundarios del tratamiento oncológico es la fatiga. No es como la que podemos sentir quienes no tenemos cáncer, que dormimos y nos recuperamos. Los pacientes con cáncer siguen sintiéndola aunque descansen. Sienten que no pueden con el cuerpo. Pero el ejercicio tiene un efecto paradójico. Si tú sientes fatiga, no quieres moverte y si no te mueves, te encuentras peor. El ejercicio rompe ese ciclo y hace que el paciente se encuentre mejor. Te sientes cansado y hacer ejercicio hace que te sientas menos cansado.

—¿Y en cuanto a la salud mental?

—El ejercicio tiene efectos sobre todo en la calidad de vida, que es cómo el paciente afronta su día a día. Los niños dicen que están contentos cuando vienen a hacer ejercicio, juegan y se encuentran bien. Salen de la habitación y pueden hacer algo por sí solos. Cuando un paciente tiene cáncer, al final, todo es agresión hacia él: le pinchan para sacarle sangre, le dan la quimio y eso le hace vomitar y encontrarse mal, el médico le toca para explorarle, entonces, muchas veces ellos quieren que les dejen en paz. Cuando vienen a hacer ejercicio, es un espacio en el que son dueños de su cuerpo y forman parte activa del tratamiento.

—¿Cómo se trabaja con las limitaciones físicas que pueden tener estos pacientes?

—Siempre que conocemos a los pacientes hacemos una serie de pruebas físicas y psicocognitivas para ver cómo está ese paciente. Teniendo esto en cuenta, siempre nos adaptamos a las características del paciente y a cómo se encuentra en ese momento. Muchas veces tienes algo planificado y de repente no lo puedes hacer y lo tienes que cambiar. Pero siempre se intenta que el paciente tenga la dosis de ejercicio que le toca y obtenga los mayores beneficios que pueden derivar de ello.

—¿Cuál suele ser esa dosis?

—Con los pacientes que aún están en tratamiento, intentamos que lo hagan tres días a la semana. A veces lo hacen más y a veces menos. Pero siempre pueden hacer algo. Cuando pensamos en ejercicio, nos imaginamos algo como correr, pero a veces, sentarse y levantarse de la silla ya es un ejercicio en pacientes que tienen una patología. Puede ser algo tan sencillo como bailar o utilizar una pedalina. Lo que queremos es que el paciente haga sesiones pero que, además, cuando no esté en sesión, intente ser activo. Que intente subir las escaleras y no coger el ascensor, que en su día a día evite las conductas sedentarias. Y hay pacientes que están aislados porque están inmunodeprimidos y en esos casos nosotros vamos a la habitación para trabajar con ellos cinco veces por semana, durante menos tiempo. Tenemos todo tipo de pacientes, algunos entrenan de una forma bastante intensa y hay mucha gente sana que no llega a esos niveles.

—¿Qué recomendaciones le daría a los padres de los pacientes?

—Primero, les diría que no tengan miedo a que sus hijos se muevan. Muchos padres tienden a sobreproteger a sus hijos y es lógico, pero eso muchas veces es perjudicial para el niño. No es una crítica hacia los padres, lo entendemos perfectamente. Pero muchas veces los vemos frágiles y les decimos: «No te preocupes, ya te cojo yo la cuchara y te doy de comer», cuando ellos pueden hacerlo perfectamente. No le haces ningún favor. Que se levante, que tenga estímulos, es importante. No puede estar metido en la cama durante todo el tratamiento, porque sus músculos necesitan estar bien para hacer frente a la enfermedad. En función de su estado, va a poder seguir recibiendo más o menos intensidad de tratamiento. Incluso, hay hospitales donde se está intentando retirarles la cama durante el día, para que no estén todo el día mirando la televisión o jugando videojuegos.

—¿Los padres acompañan a los niños durante el ejercicio físico?

—A veces los padres vienen a entrenar con nosotros. Otros pacientes no quieren a sus padres en la sesión, porque los tienen todo el día pegados y quieren su tiempo. Entonces, los padres tienen un ratito para estar tranquilos y respirar, porque ellos sufren también la enfermedad de sus hijos y esto es un alivio también para ellos. Todo esto repercute en el día a día del paciente. Hay un perfil muy diferenciado entre los padres sobreprotectores y los que dejan que sean activos. Y esto se ve en la duración del tratamiento. Hemos visto que aquellos pacientes que hacen ejercicio reducen la duración de la hospitalización con respecto a los que no lo hacen. Esto tiene un impacto directo en el paciente.

—¿Se recomienda el ejercicio también como método de prevención del cáncer?

—En adultos, para algunos tipos de cáncer, como el de mama y el colorrectal, está claro que un estilo de vida activo reduce el riesgo de sufrirlos. Pero en niños es muy difícil la prevención. Hay bebés de tres meses que tienen cáncer, entonces, no hay años de vida suficientes para prevenirlo. No se saben bien las causas del cáncer pediátrico. Hay un porcentaje que es genético, pero tampoco está muy claro. Entonces, no se puede prevenir. Lo importante es que aquellos niños que tienen cáncer, como el 80 % de ellos, gracias a los avances, sobreviven, van a tener toda la vida por delante. A un niño de cinco o diez años pueden quedarle por delante ochenta años o más y esos niños van a sufrir muchos efectos secundarios del tratamiento que con el ejercicio físico se pueden prevenir o reducir. Es muy importante hacer ejercicio durante el tratamiento y después de él. Hay que educar a esos niños en que son supervivientes y por lo tanto tienen que cuidarse, porque tienen más riesgo de padecer muchas enfermedades, incluidos otros tumores, que la población que no ha tenido cáncer.

—¿Recuerda algún caso en particular que le haya marcado?

—Un niño que se llamaba Roque, ha fallecido, por desgracia, es parte del 20 % de los niños con cáncer que no sobreviven. Y lo que nos decía su madre nada más fallecer, tras haberlos acompañado en sus últimos días, es que los mejores momentos del último año, él los había pasado con nosotros. También tuvimos un paciente que se curó y a los dos meses le dijeron que había recaído. En la primera fase, durante el tratamiento estuvo súper activo, pero el recaer es horrible, porque ya sabes lo que hay, ya conoces la quimio y sientes que no te va a dar resultado. Ese niño, al principio, no quería hacer nada y aquí es importante nuestra tarea para motivarle a que lo haga. Ir a la habitación a hablar con él y jugar a las cartas, acompañarlo. Esto es lo que hace que al día siguiente quiera hacer ejercicio.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.