Los otros culpables de la obesidad: «La publicidad de comida procesada favorece que los adolescentes aumenten su consumo»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

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PEPA LOSADA

Varios expertos analizan las posibles causas que no solo provocan su aparición, sino que mantienen esta enfermedad en el tiempo, como es la ganancia de peso gestionacional, la contaminación o la publicidad

08 ene 2025 . Actualizado a las 13:06 h.

Las cifras nacionales de obesidad sitúan a España a la cabeza de los países europeos con tasas de exceso de peso —incluido el sobrepeso— que superan el 60 % de la población. En la cuna de la dieta atlántica y de la mediterránea, ambas con efectos beneficiosos sobre la salud, esta enfermedad se sitúa como un reto para las autoridades sanitarias. El error ha estado, durante años, en verla como un fruto de un simple mecanismo: comer mucho y moverse poco. En la actualidad, se insiste en que se trata de una enfermedad crónica, compleja y multifactorial con un enorme peso de los factores externos, los cuales no solo incluyen dieta y ejercicio. 

Así se conoce, por ejemplo, el impacto psicológico y del estado de la microbiota en esta afectación. En el primer caso, se ha visto que los pacientes de obesidad se enfrentan, con asiduidad, a emociones negativas como la dificultad para hacer ejercicio o el placer obtenido a raíz de la comida. A su vez, el ambiente obesogénico contribuye a que haya una presencia continua de estímulos que invitan a reducir la actividad y a comer ultraprocesados. 

Por su parte, una microbiota con escasa diversidad de bacterias y un exceso de microorganismos proinflamatorios favorece la aparición de obesidad, hígado graso o enfermedad inflamatoria intestinal. De hecho, hay especies bacterianas que son muy eficientes a la hora de asimilar la fibra de los vegetales, lo que podría incrementar la cantidad de energía que obtiene a partir de un alimento. Este es el ejemplo de la Prevotella, aquellos individuos con una alta presencia de este tipo de microorganismo suelen tener un mayor índice de masa corporal.  

Los disruptores endocrinos

Sin embargo, existen muchas otras razones que permiten entender cómo se produce y, sobre todo, se mantiene la obesidad. Precisamente, en el marco del XX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Obesidad (Seedo), se pusieron sobre la mesa los otros culpables. Los disruptores endocrinos llevan varios años en el punto de mira, aunque cada vez se conoce más su efecto. Se trata de un grupo diverso y heterogéneo de compuestos químicos, presentes en productos de uso diario, que pueden alterar el funcionamiento del sistema endocrino. La evidencia que respalda la relación entre estas sustancias y el riesgo aumentado de padecer enfermedades metabólicas —obesidad y diabetes— es creciente y está más demostrado, si cabe, cuando la persona tiene hábitos poco saludables. Las principales formas de exposición se producen a través de la dieta, la piel o la respiración. 

«Algunos disruptores endocrinos han sido descritos como obesógenos dado que pueden aumentar la frecuencia de sobrepeso y obesidad en la población», comienza diciendo Paloma Alonso-Magdalena, profesora titular del Instituto de Investigación, Desarrollo e Innovación en Biotecnología Sanitaria de Elche (IDiBE), de la Universidad Miguel Hernández, que añade: «Esto se debe a que pueden alterar el equilibrio energético, modificar el metabolismo de lípidos, favorecer el acúmulo de grasas, alterar el control hormonal del apetito y la sensación de saciedad», detalla la experta. Así, en un entorno en el que la persona, además de estar expuesta a este tipo de sustancias, tiene una mala dieta y hace una vida sedentaria, el riesgo de obesidad y mantenerla es mayor. 

En esta materia, no todos son iguales. Hasta el momento, los disruptores endocrinos con una mayor incidencia en la enfermedad son los bisfenoles —como el bisfenol A—, los ftalatos, los compuestos perfluorados y algunos pesticidas y biocidas —como el tributil estaño—. ¿El problema? Que muchos de ellos se encuentran en productos cotidianos. «Por ejemplo, podemos encontrar bisfenoles en botellas de plástico, recipientes de comida o latas de conserva; ftalatos en juguetes, perfumes o productos de cosmética; compuestos perfluorados en materiales de envasado de comida, en sartenes y ollas antiadherentes, algunos detergentes y disolventes», indica Alonso-Madgalena. De hecho, aunque algunos estén siendo sustituidos, como el bisfenol A, el cambio se produce por materiales con propiedades similares «lo cual no soluciona el problema», lamenta la investigadora. 

Evitarlos hasta cierto punto es posible, para Alonso-Magdalena, debe primar el principio de precaución, por lo que anima a que cada uno tome medidas para reducir la exposición, especialmente, en los grupos más vulnerables a su efecto como niños, mujeres en edad reproductiva, embarazadas y lactantes. La base de la solución al problema, a nivel de usuario, está en ser consciente de lo que uno compra y utiliza. «Podemos no calentar la comida en fiambreras de plástico, sustituyéndolas por otras de vidrio y cerámica; utilizar sartenes y ollas de hierro fundido, acero inoxidable o cerámica, que no contengan revestimiento antiadherente o usar botellas de acero inoxidable o de vidrio», recomienda la investigadora. 

Añade otras medidas como evitar cosméticos que contengan parabenos, benzofenomas, triclosán y ftalatos; reducir la ingesta de comida procesada y enlatada; comprar fruta y verdura ecológica y de proximidad, y lavarla muy bien; «beber agua filtrada, reducir productos químicos en el hogar, aspirando con frecuencia y limpiando el polvo; lavar la ropa recién comprada antes de ponérsela; elegir productos de limpieza naturales, y evitar usar insecticida o plaguicidas en plantas domésticas», concluye la experta del IDiBE. 

La contaminación y el calentamiento global

La contaminación del aire y, en particular, las partículas en suspensión, son responsables de unas cuatro millones de muertes anuales en el mundo, entre las que la causa cardiovascular se lleva la parte grande del pastel. Este problema es, por lo tanto, el mayor factor de riesgo medioambiental para la salud humana. 

Un peligro al que más están expuestos las personas que conviven con obesidad, pues el riesgo es mayor tanto a la hora de padecer diabetes o eventos del corazón, con de sufrir un exceso de peso. Según Sergio Valdés, especialista de la Unidad de Endocrinología y Nutrición del Hospital Regional Universitario de Málaga, esta relación se explica mediante el peso de estos contaminantes en el proceso de estrés oxidativo del organismo, que induce a la inflamación pulmonar intensa, la cual puede llegar a ser sistémica y afectar a todos los órganos.

Además, estudios recientes encontraron «que la exposición a partículas en suspensión puede también afectar a órganos centrales y periféricos involucrados en la regulación de energía, como el hipotálamo, el tejido adiposo, el tiroides o el músculo», añade el experto, quien también forma parte del que también colabora con el Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (Ibima) y Ciberdem. Todo ello puede influir en que el equilibrio energético opte por el almacenamiento de calorías, en lugar de su gasto.

Esta hipótesis se basa en que estudios epidemiológicos encontraron que las personas expuestas crónicamente a altas concentraciones de PM 2.5 presentan mayor adiposidad y más riesgo de desarrollar obesidad. 

Para el especialista, el problema se hace notable en España, donde se «incumplen los niveles máximos de contaminación atmosférica recomendados por la OMS, e incluso los previstos según la nueva legislación europea para el 2030», precisa. En este caso, las soluciones más destacables son medidas gubernamentales. A nivel individual, el margen de maniobra no es amplio. Eso sí, el experto se muestra optimista en cuanto al futuro, ya que la nueva legislación europea obligará a reducir los niveles máximos de contaminación para mejorar la calidad del aire. 

En relación a lo anterior, también se habla del calentamiento global y su posible relación con la obesidad. Según Marta Giralt, catedrática del Departamento de Bioquímica y Biomedicina Molecular de la Universitat de Barcelona, esta asociación se produce mediante dos mecanismos. Por una parte, porque el calentamiento global tiene un impacto negativo en la producción de alimentos: «Afecta a la calidad y a la cantidad, lo que lleva a la malnutrición», señala. Un problema que no solo se debe a la desnutrición, sino también a una dieta obesogénica, un reto que, para la experta, tiene escala mundial. «Hay un consumo elevado de alimentos con calorías vacías, pocas vitaminas y proteínas, lo cual promueve, sobre todo en poblaciones más pobres, un aumento de la obesidad», indica. 

Por otra parte, el aumento de las temperaturas también lleva a una inhibición del gasto energético, «porque el calor disminuye la actividad física, pues la gente prefiere estar en casa en un ambiente más controlado, y, además, inhibir la activación de la grasa parda», precisa. Este tipo de tejido adiposo se encarga de la termogénesis, es decir, de la quema de grasas como fuente de calor ante factores externos adversos, como el frío. «¿Qué sucede? Que se está hablando de que, como las temperaturas son más altas, la grasa parda no se activa lo suficiente», aclara. Es más, trabajos realizados por grupos de investigación del CiberOBN, como el estudio Di@bet.es, demostraron diferencias según la zona geográfica: «En el norte, donde hace más frío, se observa un menor índice de obesidad; mientras que en el sur, con temperaturas más calidad, se asocia a una mayor prevalencia», añade la catedrática. 

El peso ganado durante el embarazo

Otro aspecto al que no se le presta tanta atención, individual a la población femenina, es al aumento de peso que ocurre durante y después del embarazo, el cual se mantiene como un factor de riesgo de obesidad en el futuro. Según Rocío Villar, del servicio de Endocrinología y Nutrición del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela (CHUS), este fenómeno es mucho más frecuente de lo que uno podría llegar a pensar: «Un metaanálisis que incluyó datos de más de un millón de mujeres reveló que el 47 % tenían una ganancia de peso gestacional por encima de los recomendado y solo un 30 % se adaptaban a las recomendaciones», precisa la experta. 

Porque sí, existen límites establecidos según la Academia Nacional de Medicina Americana (IOM, por sus siglas en inglés), la cual establece valores adecuados de ganancia de peso en la etapa gestacional, que son diferentes según el punto de partida de cada mujer. En otras palabras, «la ganancia recomendada no será la misma si la mujer parte de un peso normal, o si parte de un sobrepeso o una obesidad», aclara. 

Así, cuando se habla de una situación en normopeso, la ganancia esperable oscilaría entre los 11.5 y los 16 kilogramos; mientras que, cuando se convive con una obesidad, es menor, entre 5 y 9

Lejos de ser un tema baladí, la experta recuerda que el incremento del peso en esta etapa tiene consecuencias negativas tanto a corto plazo para la madre y el feto, así como a largo plazo: «En cuanto a la evolución de la gestión, aumenta el riesgo de complicaciones como la diabetes gestacional, la hipertensión, el exceso de crecimiento fetal o la necesidad de cesárea, entre otras. Y ya después, favorece la retención del peso materno y aumenta las cifras de sobrepeso y obesidad posterior, y favorece la obesidad en la descendencia», señala. 

A la hora de hablar del principal culpable, Villar no duda en apuntar hacia la errónea creencia de comer por dos: «Lleva a desequilibrios en la alimentación», añade. A su vez, destaca la falta de ejercicio físico, «que no siempre está justificada por el riesgo obstétrico». Para la especialista, es esencial que la población entienda que tanto el embarazo como el postparto son momentos claves en la vida de una mujer, «y según actuemos pueden ser, o bien, el catalizador de enfermedades, o bien,, una ventana de oportunidad hacia una salud futura mejor». 

Para conseguirlo, pone sobre la mesa la promoción de un estilo de vida saludable en este momento, «pues se ha visto que las mujeres que ganan mucho peso en el primer trimestre tienen mucha más probabilidad de tener una ganancia excesiva al final del embarazo», recuerda. 

La publicidad de ultraprocesados

Por último, y con mayor peso en la obesidad infantil y adolescente, los expertos apuntan a la influencia de la publicidad. Si bien este problema, a edades tempranas, es multicausal, los anuncios suponen un impacto que se traduce en las preferencias alimentarias y la ingesta de alimentos de los más jóvenes. «Esta es capaz de provocar que la ingesta de alimentos y bebidas no saludables sea más frecuente a estas edades», precisa Santi F. Gómez, director global de Investigación y Programas de la Gasol Foundation, en referencia a un problema que afecta a una amplia mayoría. 

Precisamente, según un informe elaborado por la Gasol Foundation, ocho de cada diez niños están desprotegidos frente a la publicidad de productos no saludables, y seis de cada diez recibe impactos publicitarios de comida rápida cada día de la semana. Para la entidad, este perjuicio se produce a dos niveles. Primero, provocando un aumento de la frecuencia de consumo, como sucede con las bebidas energéticas, donde los niños expuestos a la publicidad relacionada con este producto tienen una ingesta un 19 % superior que aquellos que no. Y en segundo lugar, con una mayor frecuencia de comida rápida semanalmente. 

Para el representante de la fundación, este reto está presente en muchos países occidentales, donde «muy pocos han conseguido regularlo». En España, por ejemplo, solo existe el código PAOS desde el 2005, que es un sistema de buenas prácticas de la industria. Esto significa que las empresas pueden decidir si adherirse o no y en qué medida seguirlo. «Durante la anterior legislatura se presentó un real decreto dirigido a regular la publicidad de alimentos y bebidas que impulsó el Ministerio de Consumo pero que no progresó y no se aprobó por falta de consenso con el resto de Ministerios coproponentes», lamenta Gómez, quien destaca que esta cuestión es fundamental porque está en juego proteger los derecho de la infancia. 

Para ponerle solución, «lo primero sería aprobar un real decreto que regule la publicidad de alimentos y bebidas con alto contenido en grasa, azúcares y sal dirigida al público infantil», apunta el director global de Investigación y Programas, quien concluye: «Y a partir de ahí, sería muy interesante impulsar campañas de promoción de hábitos de vida saludables y de concienciación de la ciudadanía». 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.