La vida después de una adicción: «Las cosas no vuelven a ser como antes, pero recuperé mi bienestar»

ENFERMEDADES

Carlota, de espaldas, con Rocío Iglesias, trabajadora social.
Carlota, de espaldas, con Rocío Iglesias, trabajadora social. M.MORALEJO

Carlota, que prefiere ocultar su identidad bajo un nombre ficticio, llegó a vivir en la calle; hoy en día, ya está recuperada; ¿Por qué la adicción es diferente en mujeres?

01 jun 2025 . Actualizado a las 15:02 h.

Carlota tenía unos 22 años cuando probó, primero, los porros, y más tarde, la cocaína. Lo hizo de la mano de una expareja, que la introdujo en el mundo de las drogas. Cada fin de semana la cosa iba a más. Empezó como un tonteo, y cuando se dio cuenta, años mediante, estaba totalmente sumergida. «No sé por qué lo hice», dice esta mujer, 16 años después, y ya recuperada. Cuenta su historia con Rocío Iglesias, la que fue su tutora en los pisos que la asociación Érguete tiene disponibles para usuarias de drogas en proceso de recuperación. Comparte su historia, aunque prefiere mantener el anonimato. Los datos confirman el estigma que todavía pesa sobre su cabeza; la de ella, y de muchas otras mujeres que se enfrentan a un doble juicio: el de género y el de adicta

El aterrizaje de Carlota en las drogas fue tardío, pero en cuanto lo hizo, ya no pudo parar. Se vio sola, durmiendo en la calle y con un problema al que hacer frente: «Te despiertas y piensas qué hacer para poder consumir. Es lo primero que tenemos en mente, ¿dónde está mi caramelo?», recuerda. Fue, precisamente, otro usuario que conoció en la calle quien le propuso buscar ayuda en la Comunidad Terapéutica de Alborada, en Tomiño.

Era el 2021. Para iniciar el proceso de desengancharse, tenía que pasar un mes sin consumir. Un mes detox, como ella lo describe. «Tiré de la fuerza de voluntad, pero me pasé todo el mes enfadada, porque a mí me apetecía», cuenta. No le quedó otra que pensar en su bienestar. «Tal vez haya gente a la que no le importe, pero yo lo pasaba mal en la calle. Me daba mucha vergüenza, tenía que ir a Érguete a ducharme por las mañanas». Previo al consumo de drogas, la vida de Carlota era totalmente ordinaria y normalizada. Tocar la calle le hizo estar en una realidad no solo distinta a la de siempre, sino en un día a día muy crudo. 

En esta comunidad terapéutica, dio sus primeros pasos de cara a la recuperación. Allí retomó su rutina diaria, las normas básicas de convivencia y se fue preparando, poco a poco, para la vida de fuera. De hecho, sirvió de puente para entrar a un piso de Érguete. En esta vivienda gozó de mayor libertad. «La rutina sigue. Hay un horario para levantarse, unas se encargan de la limpieza de salón, de baños, de hacer la comida o la cena. Y, además, cada una tiene sus cosas que hacer», recuerda Carlota, que añade: «Quieren que tengamos el tiempo ocupado». 

Al inicio, hubo algún que otro contratiempo. «Yo decía que iba a estudiar pero no lo hacía. Y así no avanzas», cuenta delante de la que fue su tutora, que ahora, con el tiempo, le quita importancia. «Fueron mentirijillas que se corrigieron». Ella no quería estudiar, porque no era algo que se le diese bien o disfrutase, así que prefirió hacer un curso de cocina. Lo cumplió. 

«Cuando las mujeres se echan una pareja estando en el piso, la otra parte les suele pedir que lo abandonen»

El tratamiento tiene una duración prevista de un año, pero Carlota no llegó a celebrar este aniversario. Conoció a un chico y se fue a vivir con él. «Algo muy habitual que encontramos en el piso de mujeres es que cuando empiezan a tener una relación, la otra parte suele pedir que lo abandonen para irse a vivir juntos. Esto en el piso de hombres no pasa», cuenta Iglesias. Carlota no fue la primera ni la última, por eso, era algo que ya habían trabajado previamente. Le advirtieron de que podía pasar y pasó. 

Sin embargo, nunca perdieron el vínculo. Parte del proceso, como cuenta la trabajadora social, es darles la libertad de que tomen sus propias decisiones aunque no estén de acuerdo con ellas. 

Una vez fuera, Carlota volvió a consumir en una ocasión. «Fui a Alborada y lo dije. Y, desde esa, nunca más», recuerda con vergüenza. Los usuarios en general, pero todavía en mayor medida las mujeres, sienten mucha culpabilidad cuando hay un consumo puntual. «Pero el proceso no es lineal», recuerda la experta que le acompaña. 

Carlota está profundamente agradecida a su tutora. Le dice una y otra vez que lo consiguió gracias a ella. «Sé que yo tuve fuerza de voluntad, pero necesitaba un bastón como vosotras». En la actualidad, puede decir que recuperó su vida. «Las cosas no vuelven a ser como antes», apunta ella, que añade: «Pero tengo un trabajo, recuperé mi bienestar porque en la calle te conviertes en una faltona. Tengo un coche y adopté un perro», narra orgullosa. Satisfecha con el esfuerzo que hizo, porque su vida empezó de cero. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.