Cristina Sánchez, oncóloga: «Buscamos excusas para no ver la gravedad de no estar viviendo conforme a nuestra naturaleza»
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La especialista en oncología integrativa llama a reflexionar sobre cómo la «vida moderna», marcada por nuevos hábitos alimenticios, rutinas de descanso o la vida sedentaria, impacta en la aparición del cáncer
18 feb 2025 . Actualizado a las 14:15 h.Cuando Cristina Sánchez comenzó su trayectoria como especialista en oncología médica, sintió un enorme vacío. Sus expectativas antes de comenzar a tratar pacientes de cáncer no casaban con lo que se llevaba a su casa pasadas las horas de consulta. Las piezas no encajaban entre lo que ella entendía que debía ser su especialidad —una visión holística que mirase la realidad y los estilos de vida de cada individuo— y lo que se acabó encontrando —prescripción de fármacos y falta de tiempo para poder tener una mínima conversación con las personas—.
También percibió el miedo. Miedo de unos pacientes a los que era imposible hacerles entender su enfermedad con el tiempo disponible, pero también entre otros profesionales. De ahí el nombre de la cuenta desde la que lleva tiempo divulgando, —«Lo que diga tu oncóloga», se llama— tratando de llenar esos vacíos que le dejaba la atención clínica. «Todas las personas que tienen un cáncer, van a un sitio y nadie les sabe responder nada. Van a un fisioterapeuta y, si piden un determinado masaje, al profesional le entran las dudas y les dice, "bueno, lo que diga tu oncóloga"; o van al nutricionista y les dice "no sé si puedes comer esto, lo que diga tu oncóloga". Es cierto que esto está cambiando y cada vez hay más profesionales que saben de cáncer, pero inicialmente nació por la falta de colaboración que teníamos los médicos y porque siempre, por miedo, acababa en un ''lo que diga tu oncóloga''», asegura. Hoy compagina su actividad clínica en el Hospital Universitario de Guadalajara con la divulgación en redes.
—La SEOM lanzó recientemente las estimaciones sobre la incidencia y prevalencia para el año 2025 y las proyecciones para el futuro. Y el cáncer no para de crecer...
—Con las cifras del cáncer, cuando se hacen revisiones anuales como las de SEOM para ver cómo está yendo la enfermedad en cuanto a nuestras capacidades de manejo y en cómo es la foto fija de nuestro país hay que tener en cuenta esas dos variables de incidencia y de prevalencia. Es decir, el número de casos nuevos y el número de casos que ya están activos. Las dos están en aumento. Cada vez que se hace un reporte, hay cifras más grandes; hay más cáncer y se diagnostica más. A pesar de que los tratamientos son mejores,en términos globales, sigue siendo una enfermedad con altas tasas de mortalidad y, como se diagnostica más, se fallece más. Habría que hacer más campañas de prevención para rebajar ese número de casos nuevos.
—Lo digo porque tradicionalmente hemos aspirado a «encontrar la cura del cáncer», cuando el cáncer es consustancial a la vida.
—Pues sí. Una de las razones por las que yo me hice oncóloga realmente fue porque, por la mala suerte, por genética o por el envejecimiento natural, el cáncer puede aparecer. El problema es que estamos encontrándonos con otros factores, relacionados por ejemplo con el mundo moderno y su estilo de vida, que están aumentando mucho los datos. Están apareciendo mutaciones y cambios en el metabolismo de las células, y cada vez hay más teorías genéticas y metabólicas sobre ello, que suponen un aumento con respecto a lo que podríamos esperar, a lo que sería natural por mala suerte o genética. Hay algún otro factor que deberíamos intentar abordar y prevenir.
—Hay voces que argumentan que si hay más cáncer es, simplemente, porque vivimos más. Primero porque ya no fallecemos a edades tempranas por disentería o tuberculosis; segundo, porque los tratamientos alargan la supervivencia. Desvinculan el aumento a factores como una mala alimentación, ¿qué les responde?
—Que no estoy de acuerdo, porque si eso fuese así las cifras de cáncer en España y en el mundo estarían aumentando en personas mayores. Pero lo que estamos viendo es que en las personas mayores de 65 años las cifras se mantienen. Con una tendencia a la alta,sí, como en todos los grupos de edad, pero más sostenida. Lo realmente llamativo es la tendencia a la alta en el grupo de los pacientes jóvenes, por debajo de los cincuenta años. Estamos viendo en este grupo un crecimiento muy acusado que no tiene que ver con el envejecimiento ni con vivir más. Ahí es donde se debería focalizar la investigación y remontarnos a mucho más atrás buscando explicaciones, bien en el estilo de vida que ha tenido esa persona o en una predisposición genética. Ya se está viendo que existe herencia de una peor tolerancia al estrés, a determinadas toxinas, que puede tener que ver incluso con lo que ha hecho la madre durante el embarazo. Hay estudios muy bonitos donde se ve que la alimentación de las embarazadas influye en el potencial de envejecimiento de las células que acaban teniendo sus hijos, en los telómeros. Los telómeros, que son la parte final del material genético de cada célula, es lo que determina su vida útil. Cuando se acortan, la célula muere. Y esos niños ya nacen con los telómeros más cortos si sus madres tuvieron una dieta rica en procesados y en azúcar.
—Entiendo que se está estudiando, ¿no?
—Sí, lo que pasa es que hay tener una visión más global. Creo que el cáncer es una pérdida de estado de salud global que tiene que ver con muchas enfermedades crónicas que comparten factores de riesgo y evolución hasta que llega a una fase final, como puede ser el deterioro celular a nivel genético y metabólico. Mi opinión es que está pasando algo a nivel global en el mundo con respecto al deterioro de la salud de las personas y que, en última instancia, acaba traduciéndose en el cáncer, que es la peor enfermedad posible porque todavía nos cuesta manejarla bien. Pero tiene muchísimo que ver con otras enfermedades crónicas, que comparten factores de riesgo. Por ejemplo, muchas de las vías de la obesidad, como la inflamación crónica o la resistencia a la insulina, tienen una función en el desarrollo de células cancerígenas. Habría que tener una visión más global de por qué la gente está perdiendo salud.
—Sugiere que «está pasando algo», ¿qué cree que es?
—Yo hago mucha alusión en mi divulgación en redes a la vida moderna. Creo que todo el rato estamos buscando excusas para pensar que no es tan grave, que hay que flexibilizar, pero tenemos que ser conscientes de que no estamos viviendo conforme a nuestra naturaleza como seres humanos. Estamos comiendo muchos alimentos que tienen etiquetas que nos dicen que son procesados, estamos comiendo a todas las horas posibles cuando no necesitamos tantas ingestas, tenemos tiendas 24 horas abiertas que antes no había, hay muchísimas facilidades a nivel de desplazamientos que promueven el sedentarismo, mucho trabajo de oficina y mucho disruptor del ritmo circadiano, que ya está considerando como un posible carcinógeno de tipo 2. Se ha visto en ratones que privarles de sueño puede suponer un riesgo de cáncer. Hay muchos factores del estilo de vida que tenemos normalizados: los trabajos a turnos, el moverse poco, el comer mal, el celebrar algo alrededor de una comida, el alcohol, el tabaco, que sigue estando activo. Todo esto lo ponemos en un cóctel y lo sumamos al estrés que tiene la población, a los tóxicos ambientales, que cada vez son más intensos y abundantes, y todo esto no puede no pasar factura.
—Dice disruptor del ritmo circadiano y lo primero que pienso es en teléfonos móviles e irnos a la cama con luz azul en nuestras manos.
—Es uno de ellos. Otro de los disruptores circadianos más conocidos es la falta de rutina. Si pudiéramos hacer todas nuestras comidas, actividades y todo lo que nos exige el día a la misma hora nos estaríamos enviando señales a nuestro cerebro que regularían nuestro organismo de una forma cíclica; sabríamos cuándo segregar todas nuestras hormonas y el cuerpo no se volvería loco. También el contacto con la naturaleza, sobre todo con el sol. Si pudiéramos guiarnos por la luz solar, que marcase nuestro pico de cortisol y la noche nuestra melatonina, sería ideal. Pero tenemos la luz de la bombilla por la mañana y la luz de la bombilla por la noche la mayor parte de las veces, lo que hace que perdamos capacidad de regulación. Pero efectivamente el smartphone a partir de cierta hora es una bomba para que no se genere melatonina por la noche, que es la hormona de la reparación. Y si no se reparan los tejidos ni las células, obviamente se desarrollarán mal y aparecerán enfermedades de todo tipo.
—Sé que no está diciendo esto, pero ya me estoy imaginando un titular que diga «el uso del móvil por la noche provoca la aparición de cáncer», algo para lo que, sinceramente, no estamos preparados.
—Creo que ese titular no sería bueno, pero igual que otros muchos titulares con características similares. Hablo por ejemplo de uno que dijese que el brócoli previene el cáncer. Lo mismo es afirmar que algo provoca cáncer como decir que algo lo previene. No hay un único factor para desarrollar cáncer. Ha habido muchísimas personas fumadoras en la historia que no lo han desarrollado, muchos trabajos a turnos que no han desarrollado cáncer, el móvil de por sí no debería ser un único factor. El problema es el efecto cóctel, coger papeletas y que te toque la lotería finalmente. Hay que verlo todo con una visión mucho más global y no hay nada a día de hoy que te pueda provocar un cáncer de manera directa, ni siquiera los carcinógenos que ya conocemos lo hacen.
—Y así, llegamos a esa oncología integrativa. Antes hablaba antes de tóxicos ambientales, pero si le digo la verdad, tampoco parece que se le esté dando demasiada importancia a lo que respiramos.
—Efectivamente, hay personas que viven en áreas en donde no conocen la calidad del aire, no hay información sobre eso. Muchas veces, tampoco interesa para que la industria pueda expandirse donde le venga bien. Pero sí creo que deberíamos poder llegar a tener ese grado de información. Porque si antiguamente las personas que trabajaban en la mina hubiesen podido saber que el asbesto implicaba un alto riesgo de cáncer de pulmón, pues o se les pagaba más o hubiesen dejado el trabajo. Muchas veces se juega con los intereses de lo que se sabe y se comunica, pero al igual que se pone en las cajetillas de tabaco que puede provocar cáncer o que el tabaco mata, habría que tener alertas de ese tipo en los envases de lo que comemos o sobre el aire que respiramos en algunas zonas concretas. De esa manera, si luego pasa algo, al menos estabas avisado.
—Con respecto a su visión de la oncología integrativa, expone tres puntos: foco en la prevención, empoderar al paciente y afirmar que la medicina tradicional está obsoleta. Esto último es un titular potente.
—Sí. Cuando empecé mi andadura por la oncología integrativa fue porque después de pasar consulta me iba a mi casa con un vacío existencial muy grande. Primero, porque no había conseguido hacer todo lo que consideraba que se podría. Únicamente podía poner fármacos; por falta de tiempo o de consenso en el día a día de la medicina tradicional, no podía hablarles de muchas cosas que podrían hacer con el estilo de vida que les iba a ayudar a mejorar en su enfermedad y su salud global a la hora de prevenir enfermedades futuras o efectos secundarios. Salud y calidad de vida es, además de lo farmacológico, implementar un estilo de vida. A mí me gustaba mucho la nutrición, el ejercicio, la psicología. Hay mucha evidencia científica que nos dice que el estilo de vida aporta. Ese era uno de los fallos que yo veía. Y por otra parte, veía que el paciente preguntaba mucho, pero se sentía muy abandonado. Se iban a sus casas después de haber recibido un tratamiento que nosotros les habíamos ordenado y ellos no podían decidir nada. Debían ser informados más y mejor, explicarles su enfermedad y empoderarles con cosas que ellos pueden hacer; que no es cuestión de ponerse un fármaco y ya está, sino que con su estilo de vida pueden mejorar. Eso me llevó a afirmar que la medicina tradicional está obsoleta. Porque a los médicos nos falta formación en muchas cosas más allá de los fármacos, nos falta tiempo para poder dedicar y el sistema no está preparado para abordar de manera holística las enfermedades. Y una enfermedad como el cáncer, que es tan compleja y abarca tantas facetas a nivel físico, mental y social, necesita unas unidades que estén más preparadas para ese tipo de abordaje. Ya no nos vale poner una quimioterapia y ya está.
—Recuerdo que Juan Fueyo me dijo que los tratamientos que tenemos contra el cáncer son bastante malos y que, cito textualmente, «hay que acabar con la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia». ¿Coincide?
—A día de hoy nos falta una segunda pata en el tratamiento de los tumores. Todos los fármacos que tenemos van orientados a alteraciones genéticas de las células, a sus vías de desarrollo, mutaciones, dianas moleculares y todo eso está muy bien. Se ha visto en estudios y vemos en el día a día que los fármacos provocan remisión o, al menos, control de muchos tipos de cáncer. Pero nos falta la parte metabólica del cáncer, que es la teoría que se está desarrollando cada vez más, y que tiene mucho que ver con estos aspectos de nuestro estilo de vida y ante los que también se podrían desarrollar fármacos. En cuanto al control de la glucosa, al desarrollo de la masa muscular, el sistema inmunitario, la microbiota intestinal... todo eso necesita un desarrollo que complementaría muchísimo la parte genética, que ya tenemos muy machacada y donde se sigue haciendo investigación. Mejoraría muchísimo las cifras de respuesta, control y demás, pero también a mejorar la calidad de vida de los pacientes. Porque ya se está viendo que todo lo que tiene que ver con el metabolismo y el estilo de vida mejora también la tolerancia a los fármacos y los efectos secundarios. Creo que así la gente dejaría de tener tanto miedo a las quimioterapias.
—Hablando de estilos de vida, y en concreto de alimentación, ¿cómo debemos comer para, como usted dice, meter menos papeletas en ese cóctel que es el cáncer?
—La clave está en comer alimentos lo más naturales posible. Que no estén basados en etiquetas. Porque si tú coges en tomate, no necesitas saber qué más contiene. Pero si coges un bote, le tienes que dar la vuelta y mirar qué aditivos, grasas o azúcares le han añadido. Cuantos más productos envasados consumamos, más facilidades estamos dando a la industria alimentaria de ganar dinero a costa de nuestra salud. No necesitamos lo que nos venden. Hay muchísima publicidad engañosa con las proteínas, los productos light o los Omega3 y, realmente, todo eso lo podemos obtener de una alimentación equilibrada y saludable. Habría que analizar por qué la gente no sabe cómo tiene que comer y ver por qué hacen la compra en el súper de esa manera. También intentar entender por qué nos están vendiendo estas propiedades en este tipo de comercios si sabemos que seguramente lo más saludable no está ahí, sino en los comercios o en las granjas. Es verdad que la comodidad pesa mucho, pero habría que intentar comer lo más natural posible y de manera equilibrada para que todos obtengamos nuestros nutrientes de manera natural, sin que se les haya añadido nada que nuestro cuerpo no necesite y nos pueda perjudicar.
—También le he escuchado decir que, con lo que respecta a la alimentación, lento suele implicar más saludable.
—Efectivamente. Siempre lo digo, cuanto más cómodo y rápido es algo, menos saludable es. Porque cocinar siempre ha requerido esfuerzo. O ir a comprar, que había que ir andando en lugar de en coche. En el escenario actual, nos están vendiendo una necesidad que no tenemos y que va en nuestra contra. Todo lo que sea rápido y fácil suele conllevar menos saludable, porque seguramente estará más procesada, y una forma de conseguirlo más sedentaria. Hay que tener esto en mente. Y también que una cosa es lo que compramos y otra lo que acepta nuestro organismo cuando nos lo comemos.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Que si nosotros compramos alimentos muy naturales, pero luego los hacemos fritos, al horno con una temperatura súper alta o con una forma de cocinado que rápidamente desnaturalice los nutrientes, no vamos a recibir ese alimento como esperamos. Es importante cómo lo cocinamos y no solo lo que estamos comprando. Hay que tener esa mentalidad de hacer las cosas lentas, como la hacían nuestras abuelas, que se tiraban toda la tarde haciendo un guiso y eso, seguramente, tuviera más propiedades que las formas de cocinado que estamos teniendo ahora.