Josep, del acoso por su tartamudez a una vida plena: «No he tenido amigos ni mucho menos amigas hasta que cumplí 42 años»
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ENFERMEDADES
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Creció con disfluencia, nombre técnico de este trastorno neuromotor, un problema que le confinó a una vida ermitaña y a un trabajo en aislamiento
03 mar 2025 . Actualizado a las 14:09 h.Sansalvador es el primer apellido de Josep. Para entender por qué la S ha acabado ocupando el puesto 20 de 27 en el abecedario habría que remontarse a varios siglos antes de Cristo. Un efecto dominó que hizo que la decisión de algún fenicio impactase sobre su clase de EGB. Josep Sansalvador tenía a prácticamente todos sus compañeros por delante en el inventario alfabético de alumnos. Ahí está su primer recuerdo de padecer algo que ni siquiera sabía que se llamaba tartamudez. El profesor pasa lista en el aula. Cuando escuche su nombre, el alumno Sansalvador solo debía decir «presente». «Algo que nos pasa a los que tartamudeamos es que tenemos mucha ansiedad anticipatoria. Ante un momento concreto, en el que debemos decir una palabra concreta, es imposible que nos salga. Obviamente, yo sabía el apellido de mis compañeros. Escuchaba cómo avanzaba el listado e iba pensando “quedan cinco, cuatro, tres, dos, uno… Y cuando oía ''Sansalvador'', decía esto…”». «Esto», es un silencio prolongado.
La conversación con Josep es fluida. Muy fluida, de hecho. «Como puedes escuchar, la tengo muy superada». Sin conocer su pasado, ¿se podría sospechar que existió alguna vez una disfluencia —el nombre técnico para el trastorno neuromotor tradicionalmente llamado tartamudez— en su discurso? Tal vez. O quizás no, es difícil saberlo. Sin embargo, hasta que Josep cumplió los 42 años, sus problemas de habla fueron obvios. No solo porque él se diese cuenta, sino porque «la típica risita de fondo» durante su etapa escolar se lo dejó cristalino. Con los años, la mochila se fue llenando. Se fue haciendo cada vez más pequeño. Repitió octavo de EGB. «Pero no lo suspendí porque no me supiese el temario, sino porque en los exámenes orales o si el profesor preguntaba en alto quién sabía esta respuesta, nunca fui capaz de levantar la mano. Casi ninguno en clase levantaba la mano, pero porque no lo sabían, yo casi siempre conocía las respuestas, pero nunca levanté la mano», explica.
Del colegio, a la formación profesional. Josep se matriculó en artes gráficas. Su madre había trabajado en el sector y conocía cómo era el trabajo en una imprenta. No era la impresión digital, los acabados o las tintas lo que le seducía del trabajo; era la posibilidad de poder ganarse la vida sin entablar contacto con otras personas. Un deseo de solitud que se acrecentó durante su formación. «En la FP, el bullying continuó, fue cada vez peor», asegura. «Mucha gente, cuando te ve tartamudear o ante el silencio, ya t e hacen esta media sonrisa y algún comentario despectivo. A mí me han llegado a llamar, literalmente, ''tartaja de mierda''. Así. Tal cual. Cuando ves los comentarios o las caras de algunas personas, inconscientemente tratas de evitarlos. Y la única forma de que no existiesen era no hablar. Poco a poco, inconscientemente, dejas de comunicarte, de socializar y te encierras en ti mismo», describe Josep. Tras cuatro años estudiando el módulo de artes gráficas, tuvo la oportunidad de acceder a un trabajo en una imprenta. No le importó que el quinto y último curso quedase en suspenso. «Lo que quería era ponerme a trabajar para evitar tener contacto con la gente. En la imprenta, era estar en una máquina, que no te hablaba, solo tenías que configurarla, decirle las hojas que querías impresas y ya. Era lo más fácil para mí», comenta y espeta: «Yo no he tenido amigos, ni mucho menos amigas, hasta que cumplí 42 años. Hasta entonces mi vida fue de aislamiento total y de no comunicación más allá de lo imprescindible». Habla en pretérito perfecto compuesto. Se intuye que algo va a cambiar.
Año 2006, otra vida empieza
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Elipsis temporal. En el año 2006, la vida de Josep Sansalvador cambia radicalmente. Hasta entonces, se había confinado a esa vida monacal. Una respuesta adaptativa a las medias sonrisas, comentarios y caras del resto ante sus bloqueos y repeticiones. A una vida laboral condicionada a su forma de hablar, a que el ruido de una imprenta fuese su remanso de paz. «Me metía en la máquina, imprimía libros y me pasaba el día la mar de contento». Tenía hasta entonces, por supuesto, aficiones. Entre ellas, el coleccionismo y la fotografía. En concreto, la fotografía de construcciones —religiosas y civiles—; «iglesias, castillos, dólmenes», enumera. Comenzó a colaborar desinteresadamente con un archivo documental, que sería cedido posteriormente a una institución religiosa. Y todo archivo necesita un archivero. ¿En quién creen que pensaron? «Me lo ofrecieron», evidencia. «Se me brindaba la ocasión de trabajar y ganarme la vida en lo que era mi afición. Pero me vi en un dilema importantísimo». El problema era el de restablecer el contacto social. Para entender la dimensión de la encrucijada —sinceramente, no parece la profesión de archivero el trabajo más expuesto al público en el que uno pueda pensar—, hay que recalcar que entre las condiciones estaban, además de atender las demandas documentales de cualquier usuario que lo solicitase, la de realizar visitas guiadas. Implicaba, ya no solo abandonar la vida hermitaña, sino pasear su tartamudez por las instalaciones frente a un grupo de personas desconocidas.
Inicialmente, dijo no. Pero las ganas, la curiosidad y su afición acabaron pudiendo. «Yo lo veía imposible, de ninguna manera. Empecé a moverme para intentar solucionar mi problema, pero en la etapa adulta cuesta mucho dejar de tartamudear». Buscó y buscó hasta que dio con una terapia intensiva de quince días que realizó en Granada. Por primera vez, cogió las riendas de aquello que le había llevado a encerrarse y tuvo éxito. Su vida dio un vuelco. Con 42 años, tuvo pareja por primera. Este viernes, Josep celebró su décimo aniversario de boda. Hoy preside la Associació de la Tartamudesa de Catalunya, que él mismo fundó en el año 2012, seis años después del comienzo de su nueva vida, con la que ofrece apoyo psicológico y de logopedia para personas con disfluencia.