¿Por qué el ejercicio reduce el riesgo de cáncer?

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Unas pacientes de cáncer hacen ejercicio en la sede de  Abeiratúa . Imagen de archivo.
Unas pacientes de cáncer hacen ejercicio en la sede de Abeiratúa . Imagen de archivo. Lavandeira jr | EFE

Seis expertos explican cómo la actividad física produce la liberación de unas sustancias que favorecen el enlentecimiento del crecimiento del tumor

05 mar 2025 . Actualizado a las 17:21 h.

Se estima que en España, este año, se diagnosticarán 296.103 casos de cáncer. Unos 811 nuevos pacientes al día, para los cuales el ejercicio resultará fundamental. Controla la progresión de la enfermedad, interactúa con los tratamientos, mejora el funcionamiento físico y el estado psicosocial de los pacientes y, además, se relaciona con una menor probabilidad de recidiva y mayor supervivencia global. En otras palabras, el movimiento es terapéutico. 

Lo sabe Estíbaliz Díaz, fisioterapeuta en un programa de rehabilitación cardio-oncológica que organiza el Complexo Hospitalario Universitario de Santiago. Esta iniciativa tiene una duración de tres meses y los pacientes acuden dos días a la semana. La mayoría comienza a ejercitarse al mismo tiempo que empiezan los tratamientos. Cuenta Díaz, que además es investigadora, que es habitual que lleguen asustados, preocupados o con miedo a cómo el movimiento pueda perjudicarles, aunque no tardan en darse cuenta de que sucede todo lo contrario. 

Muchos no han entrenado jamás, por lo que su condición física no es la que le corresponde por edad. Otros sí lo han hecho, y temen que el deporte pase a un segundo plano debido a su diagnóstico. Para ambos casos, el programa es toda una alegría. 

En lugar de restarles energía, se la da. La fatiga oncológica es uno de los efectos secundarios que con más frecuencia aparece en el amplio abanico de opciones. De todos los síntomas es, con toda probabilidad, el más invalidante y más difícil de tratar, pues no están claros los mecanismos que producen este cansancio.

Sin embargo, hay una alternativa para contrarrestarlo: el ejercicio. «Es una fatiga que no mejora con el descanso. Por eso el paciente, a veces, piensa que con el deporte va a aumentar. Todo lo contrario», señala la doctora en fisioterapia. El ejercicio rompe el círculo vicioso de sedentarismo y fatiga. Es más, según la experta, «es la primera estrategia para ello, por encima de las intervenciones psicológicas y farmacológicas». 

Los grupos de entrenamiento supervisados por Díaz son reducidos, pero está el componente social, que suma puntos a su favor. La sesión comienza con una parte de movilidad y respiración, después se pasa al ejercicio de fuerza, «con autocargas o con cargas externas como pesadas o gamas» y finaliza con el trabajo aeróbico, en una cinta de correr o caminar o en una bicicleta estática. Todo ello, adaptado, ya que es clave. 

¿Por qué el ejercicio físico reduce el riesgo de cáncer?

Existen muchos tipos de tumores, y se cree que esta polipíldora de movimiento actúa en cada uno de ellos. «Aunque tenemos mayor evidencia de su efecto en aquellos que son más frecuentes, como son el de mama y el cáncer colorrectal. También lo vemos en otros, como el de endometrio, el gástrico o el esofágico», explica Blanca Herrero, coordinadora del grupo de trabajo de Ejercicio y Cáncer, de la Sociedad Española de Oncología Médica, quien destaca la capacidad del ejercicio para enlentecer el crecimiento del tumor: «Es algo que todavía se está investigando, pero está relacionado con que favorece la inmunovigilancia». 

Cuando una persona entrena, la contracción muscular libera mioquinas a la sangre, unas moléculas que hacen que las células del sistema inmune sean más citotóxicas, es decir, antitumorales. También pasan al torrente las exerquinas como la adrenalina. Y cuanto mayor sea la intensidad del entrenamiento, mayor cantidad de esta habrá: «Es una sustancia que no produce el músculo, pero que sí aparece al hacer ejercicio. Favorece que las células del sistema inmune que, a veces están pegaditas a los vasos sanguíneos, se suelten y viajen por todo el torrente sanguíneo hasta llegar a los órganos, donde están alojadas las células tumorales», apunta la doctora Herrero, que es oncóloga médico del Hospital Universitario Gregorio Marañón, de Madrid. 

Este mecanismo, todavía en estudio, permite explicar también por qué el ejercicio reduce el riesgo de que el tumor reaparezca. La miembro de la SEOM cuenta que, si la persona continúa siendo activa después del tratamiento, «se favorece una composición corporal saludable, con más masa muscular y menos grasa, y una mejor funcionalidad del sistema inmune».

Por su parte, el doctor Víctor Sacristán, miembro del Grupo de Trabajo de Ejercicio y Cáncer de la SEOM y oncólogo médico del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña, explica que las defensas tienen memoria: «Por eso, pueden protegernos durante mucho tiempo. En suma, el ejercicio puede ayudar a disminuir ingresos hospitalarios e infecciones, lo que contribuye a evitar riesgos», apunta. 

El rizo se riza todavía más. El movimiento reduce la inflamación crónica de bajo grado, que puede contribuir a la aparición de tumores. ¿En qué sentido? Esta situación conlleva factores estresantes sobre el organismo, cuando estos se mantienen en el tiempo, «pueden llegar a producir un daño en el ADN que provoque un crecimiento celular normal y, consecuentemente, un cáncer», señala el doctor Sacristán, que va más allá en su explicación. La inflamación crónica puede llegar a producir nuevos vasos sanguíneos «que suministren nutrientes al tumor», añade el experto. 

Llama la atención el cáncer de mama. De este, se calcula que un 80 % de los casos son hormonodependientes. «Por eso, la regla a edades tempranas, una menopausia tardía, no tener embarazos o el consumo de anticonceptivos hormonales, si llevan estrógenos, son factores de riesgo», detalla Silvia Antolín, oncóloga médica de la Unidad de Mama del Chuac y miembro de Junta Directiva de Geicam (Fundación Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama).

A ello, se suman variables como la genética, la obesidad y el sedentarismo. Precisamente, el ejercicio actúa tanto en su prevención como en su tratamiento porque favorece la regulación hormonal, además del resto de mecanismos que se observan en el resto de tumores.  

El impacto del ejercicio físico sobre los efectos secundarios

Ahora bien, lo importante del movimiento no solo es que reduzca una probabilidad, sino que mejora, sustancialmente, la calidad de vida. La toxicidad de los tratamientos o las secuelas de una operación provocan efectos indeseados en el día a día de los pacientes. Es más, el ejercicio ha ido adquiriendo un peso de mayor calibre en sus consultas, pues reduce la cantidad e intensidad del precio a pagar. 

Disminuye la sensación de fatiga oncológica, mejora la aptitud cardiorrespiratoria y la fuerza muscular, la salud ósea, la calidad del sueño, y los síntomas del linfedema. Además, actúa sobre los trastornos ansioso depresivos derivados del proceso oncológico. Así lo resume el especialista del Chuac: «Ayuda a prepararse para una posible cirugía o para tolerar mejor los tratamientos». 

Antolín observa en consulta cómo sus pacientes llegan con más vitalidad. «Empiezan a moverse y se encuentran mejor», cuenta. La oncóloga reconoce el impacto en el autoestima que también supone. «Se rompe el vínculo entre cáncer, estar en tratamiento y pasar a ser una enferma, a cáncer, tratamiento y pasar a ser una persona deportista», apunta. 

Los pacientes también pueden desarrollar diabetes, ya sea por haberse sometido a una cirugía del páncreas, o por algunos tratamientos. Si bien existe una parte ligada a la genética individual, los hábitos de estilo de vida pueden prevenirla. Así, el ejercicio físico favorece un mejor metabolismo de azúcares y grasas, que son los parámetros más alterados con esta enfermedad. 

La radio y la quimioterapia pueden provocar problemas cardíacos. De hecho, es de sobra conocido el impacto de los tratamientos en el corazón, pues la capacidad de regeneración de las células del miocardio es limitada. Si bien la toxicidad suele ser transitoria, también es posible que se cronifique. En este punto, la actividad física no solo evita la obesidad o la hipertensión, ambos factores de riesgo para la salud cardiovascular, sino que hace que el corazón se vuelva más resistente. 

A su vez, los tratamientos pueden provocar chemobrain, y la actividad física regular —si bien no es la única forma de abordarlo— ayuda  a reducirlo, puesto que mejora el estado de ánimo y el funcionamiento cognitivo. 

Precisamente, Soraya Casla, doctora en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y pionera en España del ejercicio oncológico, también valora sus beneficios a nivel mental. La especialista destaca que hay una regulación del sistema nervioso parasimpático, «en el cual mejora mucho la actitud de los pacientes porque hacen cosas por su salud». Con el entrenamiento se liberan una serie de hormonas, como las endorfinas que mejoran el estado anímico.

El linfedema

Por su parte, la cirugía necesaria en algunos tumores puede incluir la extirpación de los ganglios linfáticos lo que puede provocar un linfedema. Esto produce sensación de pesadez en el brazo, tirantez en la piel, dificultad para mover la articulación o sensación de picor, entre otros. Más allá de las recomendaciones referentes a su cuidado, la rehabilitación oncológica contribuye a recuperar la movilidad. 

«Nos interesa que el paciente tenga una buena masa muscular, porque la tendencia es que haya un deterioro de la capacidad funcional tanto a nivel cardiorrespiratorio como a nivel muscular», señala Estíbaliz Díaz, quien celebra que el ejercicio se reconozca, cada vez más, como parte del tratamiento en todos los estratos de la población. 

De la investigación a la consulta

Todo este vasto conocimiento no siempre estuvo presente en la consulta médica. No porque el oncólogo no quisiese, sino porque el conocimiento científico tarda en trasladarse al clínico. Así, se ha vivido una especie de explosión en los últimos diez años: «Teníamos claro que hacer ejercicio, cuidarse, llevar una dieta saludable, no fumar, son hábitos saludables y que, como era lógico, a los pacientes oncológicos les venía bien, pero no hemos sabido qué nivel de intensidad, qué tipo de ejercicios o en qué momento del proceso estaba más indicado», explica el doctor Pedro Pérez, miembro de la Comisión Permanente de la Fundación ECO y jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. La buena noticia es que ahora esta recomendación, siempre controlada por un especialista, se ha convertido en una rutina. 

Para ello, es muy importante que se haga una valoración inicial. Se sabe que el cáncer y sus tratamientos pueden provocar una pérdida de la capacidad física «y de la funcionalidad en las mitocondrias, donde se produce la energía del organismo. Además, hay alteraciones del sistema inmunitario o de las hormonas sexuales», señala el doctor Pérez. Por eso, el ejercicio oncológico parte de una premisa totalmente diferente que el recomendado a la población general. 

Se debe potenciar la fuerza del paciente: «Hay que incluir ejercicios que busquen la musculación, porque se ve que con los tumores se pierde masa muscular», añade el oncólogo del hospital madrileño. Ahora bien, también se trabaja la aptitud cardiorrespiratoria. 

«Una ralentización del metabolismo»

Casla divide las repercusiones de los tratamientos en tres niveles. Por un lado, están los tratamientos locales, los cuales limitan la zona tratada y puede generar fibrosis, como una cirugía abdominal. «Por otro, los sistémicos, como la quimioterapia, o las terapias biológicas, que afectan al metabolismo de las células», precisa. Esta afectación provoca una pérdida de la masa muscular, de la capacidad de los nervios periféricos para activar la musculatura, y con ello, la habilidad para moverlos, coordinarlos y, al final, utilizarlos: «Van dejando de poder subir escaleras, por ejemplo».

Y, finalmente, está la combinación de todo, «que es lo que suele pasar». En este punto, la fatiga, la falta de movimiento y los dolores que puede provocar la hormonoterapia crean un círculo vicioso que empeora la condición física. Por eso, el ejercicio debe estar presente desde el principio. 

El problema no solo se manifiesta a corto plazo, sino que supone un impacto a la larga. Casla habla de un envejecimiento en la forma de trabajar que tienen las células: «Se produce una alteración y ralentización del metabolismo, es como si les hubieras puesto diez o veinte años de golpe». Precisamente, el ejercicio era la única forma que hay de volver a activarlo, «y con ello, los procesos de regeneración a nivel celular, a nivel del tejido articular, o muscular vuelvan a ponerse en marcha», indica Soraya. En otras palabras, lograr que la edad biológica se equipare a la cronológica.  

Entrenamiento de fuerza y cardiovascular

Cuánto y cada cuánto es lo que se intenta descifrar. Se parte de las recomendaciones oficiales de la Organización Mundial de la Salud, que establecen de 150 a 300 minutos de actividad física moderada, o de 75 a 150 de la intensa, a la vez que un par de días de trabajo de fuerza. El problema es que no todos son capaces de llegar al mínimo. 

La fuerza es indispensable porque la masa muscular mejora el pronóstico y evita las recaídas», cuenta María Alonso, coordinadora del programa de ejercicio físico oncológico de Geicam. A ello se une el trabajo de movilidad y flexibilidad, «que permitirá que los pacientes puedan recuperar funcionalidad», señala. 

Así, la experta señala que el entrenamiento cardiovascular «es antiinflamatorio», mientras que el de musculación, anticatabólico: «Evitamos que haya una destrucción del músculo provocada por el sedentarismo del pacientes, que al mismo tiempo, va a poder enfrentarse mejor al tratamiento en sí», destaca. 

Algo que deben tener claro los afectados es que cualquier momento es bueno para empezar. De hecho, en aquellos que nunca han hecho ejercicio, la mejora es superior a los que ya tenían una condición física previa, lo cual mejora la motivación. «Ya se habla de la prerehabilitación, es decir, ejercicios preoperatorios que permitan preparar al cuerpo ante una cirugía», destaca Alonso. 

Y ojo, porque este ejercicio no requiere complicarse. Salir a caminar cuenta, por ejemplo, para sumar minutos de actividad física y reducir el sedentarismo. Por su parte, el entrenamiento de fuerza puede realizarse con el propio peso corporal, como sentarse y levantarse varias veces de una silla. 

El linfedema, en concreto, requiere movimiento. «Antes se solía recomendar que la paciente no cogiera nada con ese brazo. Casi, un reposo total. Ahora se sabe que el entrenamiento de fuerza mejora la presión que hace el músculo al contraerse, hace que el sistema linfático y que la linfa se muevan y no se queden en la extremidad afectada», señala Alonso. La posición también es importante, pues no debe mantenerse la misma en el tiempo, especialmente, si no facilita el retorno linfático. «La gente, a veces, no se da cuenta de que al caminar van con ese brazo, todo el rato, hacia abajo, lo que puede provocar una acumulación del líquido linfático», señala la experta de la Geicam, que añade: «Si alguien sale a caminar, le recomendamos que eleve los brazos por encima de la altura del corazón, y que abra y cierre las manos unas diez veces para favorecer el retorno», comenta. 

El ejercicio en tumores pediátricos

Unos beneficios que no se producen en adultos. El ejercicio también repercute positivamente en los niños, donde la intención del tratamiento «no es cronificar, como se puede hacer en una persona de 70 años, sino curarlo por completo», precisa Alejandro Lucía, doctor en Medicina, catedrático en Fisiología del Ejercicio en la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Europea de Madrid e investigador en el ámbito de la Actividad Física y Salud, quien destaca que por esta razón, los tratamientos suelen ser más agresivos.

Esto lleva a que las toxicidades permanezcan, en ocasiones, durante muchos años: «El ejercicio físico ayude a convivir mejor con estas toxinas de los tratamientos», cuenta el especialista, que ha estudiado la prescripción del movimientos en poblaciones sanas y enfermas, sobre todo, en niños. 

Lucía destaca que tanto en adultos, como en niños, el ejercicio y la dosis debe ser individualizada, «tal y como sucede con los fármacos». Sin embargo, reconoce que es complicado: «La recomendación general es seguir las pautas de actividad física de la Organización Mundial de la Salud, que son muy estrictas con respecto a los niños», señala Lucía.

En concreto, la OMS recomienda que hagan actividad física todos los días. En pacientes oncológicos pediátricos, se ha visto que el ejercicio de fuera es necesario: «Cuando una persona está muy malita, es normal que no pueda. Pero lo ideal es que estén tan activos como sea posible». 

El investigador ha participado en varios proyectos de ejercicio y pacientes pediátricos o adolescentes, y los resultados son esperanzadores: «Tienen un menor tiempo de hospitalización, el corazón no se ve tan afectado, sino que está más protegido», expone. Todos ellos ejemplos del beneficio de moverse, siempre que sea posible, en cualquier momento y a cualquier edad. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.